Llamadas anheladas: Domingo, maldito domingo, de John Schlesinger
“Sabía desde el principio que era realmente una pieza de música de cámara, que no todo el mundo la apreciaría. Pero era una película que yo creía que tenía que hacer. No que quería. Tenía que hacerla” (1), expresaba el director John Schlesinger al referirse a Domingo, maldito domingo (Sunday Bloody Sunday, 1971). Y en realidad, además, podía hacerla. Venía de ganar el premio Óscar a mejor película, mejor guion adaptado y mejor director con Perdidos en la noche (Midnight Cowboy, 1969) y ese prestigio lo capitalizó a su favor para acceder a la libertad creativa que le otorgó United Artists y así hacer realidad un proyecto que él y su productor habitual, el italiano Joseph Janni, venían considerando desde la época de Lejos del mundanal ruido (Far from the Madding Crowd, 1967), estrenada el mismo año en que la Ley de Delitos Sexuales del Reino Unido despenalizó “los actos homosexuales en privado entre adultos que consientan a hacerlos”, algo que los movió a proponerle a la crítica de cine, novelista y cuentista Penelope Gilliatt que hiciera un guion que fuera una continuación de su novela A State of Change, pero que Schlesinger sentía como algo personal, casi autobiográfico.
Además de esa ley, hubo un suceso a recordar: en la madrugada del 28 de junio de 1969, la policía allanó el Stonewall Inn, un bar gay en el Greenwich Village neoyorquino. Casi 400 personas se unieron espontáneamente a un motín que duró 45 minutos y que continuó en las noches siguientes, despertando una consciencia social y política sobre los derechos de la comunidad homosexual, que dio partida al movimiento LGBTI tal como lo conocemos. En 1970 se crea el Frente londinense de Liberación Gay (GLF) en el Reino Unido, basado en un movimiento paralelo en Estados Unidos. Las condiciones eran más que propicias para el proyecto.
Se proponían contar una historia arriesgadísima: el triángulo amoroso entre una mujer heterosexual, un hombre homosexual y el amante bisexual de cada uno. Lo novedoso de su aproximación consistía en que el hombre, Daniel Hirsh (Peter Finch), era un médico exitoso, totalmente ajustado social y profesionalmente, y no uno de esos seres atormentados y llenos de arrepentimiento, baja autoestima y odio hacia sí mismos a causa de su orientación sexual –estereotipos negativos inveterados- que el cine solía mostrar en filmes como Victim (1961), The Boys in the Band (1970), Some of My Best Friends Are… (1971) e incluso en Perdidos en la noche, o aquellos personajes patéticamente graciosos exhibidos en comedias televisivas como la británica Are You Being Served? Lo sorpresivo de Domingo, maldito domingo –que también se conoció en Latinoamérica como Dos amores en conflicto– es que Daniel Hirsh, rompiendo todas las preconcepciones del momento, es un judío cincuentón que está satisfecho con su profesión, su estatus social, su soltería y la relación sexual que sostiene con Bob Elkin (Murray Head), un joven artista pop. Su homosexualidad no es objeto de culpa o de preocupación alguna para él, es parte de su ser, como el hecho de tener canas o escribir con una de sus dos manos y no con ambas.
Bob tiene otra amante, una mujer treintañera llamada Alex Greville (Glenda Jackson), divorciada, profesional pero aburrida de su trabajo, deseosa de un compromiso afectivo, pero que acepta el compartir a Bob, sencillamente porque no tiene más remedio. Es eso o nada. Es peculiar que tanto Daniel como Alex saben de la existencia del otro y de cómo interconectan a través de Bob, de amigos comunes y del mismo servicio de mensajería telefónica que casualmente comparten. Lo sofisticado de este triángulo y de las reglas de juego implícitas en él se supone que les evita conflictos y malentendidos, pero eso no impide que cada uno sienta celos, soledad y ganas de apropiarse del escurridizo objeto de su deseo, un hombre que la guionista Penelope Gilliatt definió hermosamente como alguien que “continuamente toma cosas y las vuelve a dejar para pasar a algo más. Su vida es un dormitorio de emociones abandonadas como calcetines a medio terminar, tejidos para alguna guerra olvidada” (2).
Sin embargo, esta no es la historia de un triángulo pasional aislado en una burbuja romántica, situado lejos del mundanal ruido, debatiéndose entre latidos acelerados, besos intensos y despedidas súbitas. El director es muy consciente del aquí y del ahora, de la situación social y económica crítica de la Londres de 1970. La radio, las noticias y la prensa despliegan para nosotros el panorama sombrío de un país empujado al vacío por el declive económico al que nadie puede ser ajeno, por más enamorados y distraídos que estén. A estos personajes los define esa situación que el país padece y el guion pone a Alex a trabajar precisamente como consultora con aquellos que han perdido el empleo, tratando de buscarles alguna otra opción laboral. Uno de sus clientes es un ejecutivo de 50 años al que ya consideran obsoleto por su edad, pese a su experiencia. Este hombre, que la seduce, también falsificó un título y por eso fue despedido, situación que aún no se atreve a contar en casa. El breve affaire que sostienen muestra mucho del afán de atención y cariño que Alex tiene.
“Tener una relación intermitente con alguien no es peor que estar casada durante dos o tres platos en las comidas”, le espeta Alex a su madre luego de que esta le criticara su inestabilidad emocional. Pero esa misma Alex, al parecer satisfecha con su relación in-and-out con Bob, es la misma que más tarde expresa con desolación que “algunos piensan que algo es mejor que nada, pero yo estoy empezando a creer que nada puede ser mejor que algo”, cansada de compartir a su pareja. Por el contrario, Daniel, en una escena memorable en la que abandona la diégeses del film, dice “Toda la vida he buscado a un persona valiente, con recursos. Él no lo era. Pero era algo. Éramos algo”. Algo versus nada, amar sin exclusividades o no tener a quien amar, la sombra o el vacío. Hay algo trágico en Alex y Daniel: cada uno está involucrado con una estrella fugaz, con un accidente súbito, con un hombre en proceso de permanente fuga, no de un ser estable. Saben que es así, saben el juego que están jugando, lo aceptan a regañadientes, pero no dejan de pensar en una relación ideal que para ellos no existe.
Domingo, maldito domingo es por eso una película sobre los anhelos incompletos, sobre lo que es querer y desear a una persona y no lograr una satisfacción total de ese deseo, bien sea porque no es correspondido o porque lo es, pero no al grado que la persona quisiera. Acá ese anhelo constante se refleja en la espera de una llamada o de un mensaje de ese ser querido. La guardia ante el teléfono, el número ocupado, el servicio de mensajería que no tiene recados, el amado que no aparece o cancela la cita y que sospechamos con quién está. La angustia, los minutos muertos, lo implacable de ese silencio del teléfono… Schlesinger incluso prolonga la agonía mostrándonos lo que técnicamente subyace a una llamada, el entramado de cables y circuitos que tratan infructuosamente de poner en contacto a dos personas destinadas a no coincidir ese día.
Domingo maldito domingo es en últimas el relato de una insatisfacción, de la ansiedad producida por lo que escapa a nuestro control y no fluye por los senderos que deseamos, sino por los propios, tan aleatorios y difusos como un sueño ajeno. Se asemeja al malestar imposible que producen esos domingos que inexorablemente marcan la muerte del fin de semana, llenándonos de desasosiego y de esa sensación incómoda de que algo se extingue dentro de nosotros. Algo parecido a la esperanza. El Bloody Sunday del título original no se refiere a los eventos violentos ocurrido en Rusia en 1905 ni a los sucedidos en Irlanda del Norte en 1972, sino lo que ocurre cada maldito domingo, tan inmóvil, tan fatal.
La película obtuvo cuatro nominaciones al premio Óscar: mejor director, mejor guion original, mejor actriz protagónica (Glenda Jackson) y mejor actor principal (Peter Finch), pero no ganó ninguno. En cambio en Inglaterra obtuvo los premios BAFTA a mejor película, director, actor y actriz protagónicos, y montaje. El viento de los nuevos tiempos sopló a su favor.
Mencionemos el beso
Quizá la escena más polémica y sorpresiva de la película fue el apasionado beso que se dan Peter Finch y Murray Head, algo que causó pasmo incluso desde el momento mismo del rodaje. Pero John Schlesinger no iba a capitular. Eso no tenía discusión. Y eso hizo de Domingo, maldito domingo un filme rompedor. Murray Head, que hizo una carrera como cantante –él es quien interpreta One Night in Bangkok– recuerda lo que fue ese momento: “Supongo que yo no había pensado en eso, porque besar a la gente es delicioso, cualquiera que sea (…). Lo que sé es que aparentemente fue un salto gigante hacia adelante, quiero pensar que fue un salto gigante porque fue algo natural, yo era un actor natural en ese momento, Peter actuó con naturalidad… creo que los tres tratamos el tema muy bien y no estaríamos aquí hablando de esto si no hubiera dejado su marca, y creo que fue una marca poderosa” (3). Lo fue.
Citas:
1. William J. Mann, Edge of Midnight: The Life of John Schlesinger, London, Random House, 2004, p. 234
2. Penelope Gilliatt, “Making Sunday Bloody Sunday”, 25/10/12, página web de la Criterion Collection, www.criterion.com
Disponible online en:
https://www.criterion.com/current/posts/2524-making-sunday-bloody-sunday
3. Sunday Bloody Sunday – Murray Head on the Famous Kiss.
Disponible online en:
https://www.youtube.com/watch?v=qvC_EP-eC4M
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