Un hombre con “duende”: Miles Davis: Birth of the Cool, de Stanley Nelson
Hacer un documental biográfico como Miles Davis: Birth of the Cool (2019), sobre una figura tan icónica como lo fue y es este trompetista norteamericano, implicaba una serie de riesgos que el oficio como documentalista experimentado de su director, Stanley Nelson, tuvo que sortear . ¿Iba ser esta una hagiografía o habría una mirada crítica sobre el personaje? Nelson contaba con unos testigos privilegiados para armar su relato: la viuda del artista, Frances Taylor, así como varias mujeres que lo acompañaron en diversos momentos de su existir como la actriz francesa Juliette Gréco, la pintora Jo Glebard y Marguerite Cantú, una de sus amantes. Por supuesto, estaban alineados los músicos que tocaron con él como Ron Carter, Herbie Hancock y Lenny White, o que lo admiraron como Carlos Santana. Además contó con abundantes testimonios de historiadores de la música, amigos y familiares. Todos ellos contribuyen a un relato coral tachonado con un verdadero tesoro de fotos fijas, material de archivo en video y una investigación juiciosa sobre la vida y milagros de un hombre tan complejo como Miles Davis.
Pese a esto, Miles Davis: Birth of the Cool está –por lo menos aparentemente- estructurado de manera convencional, con una especie de “fórmula” ya probada para hacer un documental: trazar una biografía lineal, sin saltos temporales ni flashbacks, guiada por un narrador y donde periódicamente vemos –intercaladas con imágenes de archivo muchas veces inéditas- lo que se conoce como “cabezas parlantes” (talking heads), o sea un entrevistado que mira a la cámara y evoca su relación con Davis o lo que sabe de él.
Sin embargo, a este filme lo redimen dos aspectos que fueron cruciales y lo convierten en una experiencia muy satisfactoria: la banda sonora y la narración. Toda la música –diegética y no diegética- que escuchamos durante los 115 minutos del metraje está compuesta e interpretada por Miles Davis, para que no olvidemos lo que fue capaz de hacer con una trompeta en los labios, y toda la narración del filme está constituida por las palabras en primera persona de Davis, cuya inconfundible voz recreó de manera perfecta y respetuosa el actor Carl Lumley.
¿De dónde obtuvo Stanley Nelson las palabras de Miles Davis? Salieron de Miles: The Autobiography, que el músico escribió con el poeta Quincy Troupe en 1989. Truope tenía aún en su poder 45 cintas de entrevistas con Davis, pero la calidad del audio no era la ideal para incluirla en el filme, por eso se optó por recrearlas con la voz de Lumley. El resultado es hipnótico: es el propio Miles Davis quien nos conduce por los recovecos de su vida, quien nos habla de sus adicciones, de su inspiración, de su pasión, de su sed, de su rabia y su odio. No fue un hombre fácil y así lo reconoce: siempre fue arrogante, seguro de sí mismo, distante, convencido de su talento inverosímil, y dotado de un olfato enorme a la hora de percibir para donde soplaban los vientos de la vanguardia musical jazzística.
Con todas estas piezas narrativas y formales puestas en la posición correcta, Miles Davis: Birth of the Cool, se complejiza y se convierte en autobiografía anotada y comentada por aquellos que conocieron y padecieron a un artista que llegó a ser considerado un “black Superman”, un superdotado que desafió con su arte las fronteras que otros le delimitaban a su raza, sobre todo en los años cincuenta y sesenta. Miles fue también víctima de unos abusos que no tuvieron en cuenta su talento y su fama.
Por eso no fue un rebelde sin causas, sino un hombre absolutamente en control de sus capacidades artísticas y gracias a ellas logró –quizá sin proponérselo- encausar el black power que encarnaba hacia alturas otorgadas por el respeto y eso, políticamente hablando, es un enorme triunfo. En el documental, George Wein, uno de los primeros promotores de su carrera musical, explica de qué estaba hecho Miles: “Yo tenía un amigo que era escritor. Se llamaba George Frazier. Y se percató de una palabra que aplicó a Miles. Tenía que ver con los matadores españoles, los toreros. Muchos mataban a los toros, y algunos eran luchadores, muy fascinantes, pero otros simplemente entraban en la plaza de toros, se paraban y sostenían la capa, y el toro iba a la carga, y el público se quedaba sin aliento. Ese peleador tenía duende. Y Miles tenía duende”. Ese “algo” inexplicable lo hizo consciente de su poderío y, además, del precio que debía pagar por poseerlo.
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