Regalos no pedidos: El mal ajeno, de Óskar Santos
El acto médico lleva implícito el propósito de cuidar y curar al paciente. Sin embargo hay momentos en que el galeno debe aceptar que no es factible ni deseable prolongar más una vida, sometiéndola a procedimientos heroicos que en últimas van a hacerle más daño que bien. Los años de experiencia hacen que el médico entienda que no va a poder ganar todas las batallas. No es todopoderoso, no hace milagros, pero –eso sí- en todo caso debe siempre acompañar, escuchar, ofrecer una mano generosa, dar una mirada solidaria y henchida de humanidad que ayude a aliviar la pena.
Daniel (interpretado por Eduardo Noriega), el médico que protagoniza El mal ajeno (2010) trabaja en una unidad de dolor, ve pacientes crónicos, los estudia, filma sus testimonios, pero no se acerca a ellos. No es cálido ni sensible, está en medio de una encrucijada personal y no le encuentra sentido a nada. Involucrarse con las necesidades y anhelos personales de un paciente es la última de sus prioridades. Esta película española del debutante Óskar Santos parece inicialmente una fábula en la que la vida va a darle una lección a Daniel, algo como lo que nos contó Randa Haines en Esperanza de vida (The Doctor, 1991).
El arranque de la narración es vigoroso y bien concebido, pero sin que nos demos cuenta a qué horas, nos encontramos en medio de un thriller de tintes sobrenaturales que desdibuja cualquier intento de contar un relato de alguna trascendencia. En esa transformación infortunada se ve la mano del productor más notorio de esta película, Alejandro Amenábar, queriendo visitar de nuevo los terrenos de su propia Abre los ojos (1997) y también los que frecuenta con desafortunados resultados el inefable M. Night Shyamalan, un realizador de sobrevalorada trayectoria.
El guión de El mal ajeno tiene la autoría de Daniel Sánchez Arévalo, el escritor y director de Azul oscuro casi negro (2006) y de Gordos (2009), que aquí no logra que anden por el mismo camino el drama ético y el relato fantástico del regalo de un don que trae más problemas que felicidad, debiendo entonces el guionista apelar a la construcción de una historia de enrevesada y gratuita complejidad: “si no puedes convencerlos, confúndelos”, como bien se dice.
La presencia en el reparto de Angie Cepeda es probablemente el único pretexto para el estreno de esta película en el país. Su rol es digno y mesurado, pero no es un motivo suficiente para recomendar un filme de tan pretenciosos fines y tan irregulares resultados.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 21/07/11). Pág. 18
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