Ante una tumba vacía: Revenant: El renacido, de Alejandro González Iñárritu
El cine de Alejandro González Iñárritu es hiperbólico y desmesurado. Lo fue desde su debut con Amores perros (2000) y lo sigue siendo en Revenant: el renacido (2015), pero así como nadie puede tildarlo de sutil, tampoco creo que haya muchos que puedan calificarlo de timorato. Lo suyo es el riesgo, el demostrar que no conoce límites a la hora de exponer un talento que sin duda tiene. Que a algunos esa actitud les parezca una exhibición manierista hueca o una pedante muestra de egocentrismo es el peligro que corre cualquier artista que se atreve a retar las convenciones, y más aún en un país ajeno y en medio de la industria fílmica más poderosa.
Birdman (2014) representó un punto alto de su obra, pero con Revenant: el renacido estaba decidido a ir todavía más allá, no importa que con eso cosechara aún más contradictores. Pasó de un espacio cerrado como fue la trasescena teatral de aquel largometraje, a la representación de la agreste geografía norteamericana del siglo XIX en esta cinta, con todos los retos que implicó rodar en invierno y en condiciones extremas en lo técnico y en lo humano. Él no quería efectos especiales excesivos, él pretendía que los padecimientos del protagonista se vieran reales porque así habían sido. Leonardo DiCaprio tuvo acá la oportunidad de demostrar el tamaño de sus capacidades al interpretar a una figura histórica que ya es leyenda, Hugh Glass, un explorador, guía y trampero que en 1823 recorrió herido y solo casi 400 kilómetros entre el valle del río Grand y Fort Kiowa en Misuri.
Como la aventura de Glass es a estas alturas ante todo un mito, González Iñárritu se toma todas las libertades creativas y estilísticas posibles para contarnos su odisea. Que su director de fotografía, el gran Emmanuel Lubezki, y su diseñador de producción, Jack Fisk, hayan trabajado juntos en las ultimas cuatro películas de Terrence Malick parece haber contribuido a que el estilo de El renacido tenga esa reflexividad poética y esa atmósfera onírica del cine de Malick, que hace un fuerte contraste con la primaria historia de supervivencia que nos están contando. La combinación de ambos factores –excelsa forma y efectiva narración- da como resultado un relato visceral, emotivo y que no deja a nadie indiferente. ¿A qué más puede aspirar una película?
Publicado en la columna Séptimo arte del periódico El Tiempo (Bogotá, 14/02/16), sección “debes hacer”, pág. 4
©Casa Editorial El Tiempo, 2016
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