Romería, de Carla Simón

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En Verano 1993 (Estiu 1993, 2017), la protagonista es Frida, una niña huérfana de ambos padres y que ahora vive con un tío materno y su esposa. En una escena está preparando tareas escolares junto a su madre adoptiva y de repente le pregunta, -“¿Cómo se murió mi mamá de antes?”. Y la mujer le responde, “-Tu madre tenía un virus. ¿Sabes qué es un virus? Es como un bicho pequeñito que está en el cuerpo y se comía sus defensas. Y se fue haciendo más fuerte y más fuerte y ella no podía luchar contra la enfermedad y murió”. Ese virus, por supuesto, es el VIH, que se llevó la vida de sus dos padres. En la ficción le pasó a Frida, en la vida real le pasó a la directora y guionista de ese filme, Carla Simón, nacida en 1986. Su padre, Kin Simón, falleció cuando ella tenía tres años, su madre, Neus Pipó, cuando tenía seis. En ambos casos a causa del VIH transmitido a través del consumo intravenoso de heroína.

Romería (2025)

Entre los años ochenta y principios de los noventa, España enfrentó una grave crisis por el consumo inyectado de heroína, que provocó un fuerte incremento de la mortalidad juvenil, la delincuencia y la demanda sanitaria, convirtiendo el problema de las drogas en una de las mayores preocupaciones sociales. La rápida expansión del VIH, asociado al consumo de heroína, agravó la situación. Aunque el uso más extendido ocurrió en la primera mitad de los ochenta, el impacto fue mayor a comienzos de los años noventa, cuando las sobredosis y el sida alcanzaron cifras récord: más de 1.700 muertes anuales por sobredosis en 1991-1992 y más de 3.500 nuevos casos de sida al año entre 1993 y 1995, con casi 4.300 muertes por VIH en 1995-1996, de acuerdo con los datos de la Revista Española de Salud Pública (1). Entre 1981 y 1992 se presentaron en España 17.029 casos de VIH, el 67% asociados al consumo de drogas ilícitas inyectadas, convirtiéndose en el país europeo con mayor incidencia de este virus.

Romería (2025)

Una cosa son las cifras y otra es calcular el impacto que esto tuvo para muchas personas, familias y para la sociedad española como un todo: se les fue de repente toda una generación, borrada por las sobredosis y por la infección viral, en esos momentos sin tratamiento efectivo.  “Lo que conlleva el sida y la heroína fue vivido con mucho dolor, y eso explica por qué la memoria [de esa época] no se gestionó bien. La generación de los 80 estuvo muy silenciada, se les trató desde la culpa, como si hubieran hecho algo malo por caer en la heroína y luego tener sida, y yo, en cambio, creo que fue una generación con mucha libertad, que venía del franquismo y que tuvo la valentía de romper con todo lo que se les había enseñado. Eso permitió que estemos donde estamos”, declaraba Carla Simón en entrevista con Ada Nuño para El Confidencial (04/0925).

Romería (2025)

Como huérfana del sida, Carla Simón ha hecho de esa involuntaria –pero definitiva- circunstancia vital la raíz nutricia de su cine. De la ausencia de sus padres, de su vida junto a sus tíos y abuelos maternos, de los recuerdos fragmentados, de las despedidas que no fueron, de un virus que transformó la vida de millones… de todo eso ha querido hablarnos a través del arte fílmico. En su cortometraje documental Born Positive (2012) habla del VIH congénito a través del testimonio de tres londinenses; en Llacunes (2016) nos lee  fragmentos de las cartas que su madre envió a sus amigas mientras vivía en Vigo, en Después también (2019) el diagnóstico del VIH y la perplejidad iniciales son los protagonistas; Correspondencia (2020) es el intercambio epistolar entre ella y la directora chilena Dominga Sotomayor, a raíz de la muerte de la abuela materna de Carla (“¿Y quién me hablará de mi madre”, se pregunta ella). Ahí vemos las únicas imágenes en video que conserva de su madre, Neus. A ella va a invocarla de nuevo en Carta a mi madre para mi hijo (2022), en la que Carla, embarazada de su primer hijo, evoca esa ausencia materna que tanto le duele, pero que expone para nosotros de la manera más íntima posible. Por supuesto, Verano 1993 es el relato autobiográfico de su infancia marcada por la orfandad y Alcarrás (2022) surge a raíz de la muerte de su abuelo materno y de la convivencia en el seno de su familia. Pero, ¿y su padre? Romería (2025) responde a esa pregunta.     

Romería (2025)

Puesto que la ausencia de sus padres ha marcado su vida y su obra, Carla Simón avanza unos años en su autobiografía-ficción que empezó con Verano 1993 y nos lleva en Romería a principios del siglo XXI, cuando su alter ego, ahora llamado Marina (Llúcia Garcia), cumple 18 años, quiere una beca para estudiar cine y descubre en el registro civil que no aparece inscrita como hija de su padre. Como si hubieran querido borrar de la memoria no solo la existencia de él, sino también la suya. Viaja entonces a Vigo, en Galicia, para, entre su familia paterna –prácticamente desconocida para ella-, buscar las huellas de su padre, Fon. Entre tíos, tías y primos que tratan, como pueden, de acogerla, Marina va cosiendo -con retazos que no siempre encajan- el retrato de la exclusión, del estigma familiar y social que implicaba tener un hijo drogodependiente que, además, padecía una infección “vergonzante” como el sida. En entrevista con Noelia Ramírez para Babelia del periódico El País (03/09/25), Carla Simón afirmaba que “Cuando mi madre estaba enferma, nadie utilizó esa palabra. El sida se vivió en secreto. Nuestra abuela no sabía que había muerto de eso porque sus hijos se organizaron para decirle que era otra cosa”. En el caso de su padre la decisión familiar fue otra: confinarlo, esconderlo, negarse a que fuera visitado o consolado. Enfrentar a los abuelos paternos que hicieron eso es, para Marina, asomarse a un miedo que aún late en ellos. Tienen una herida que el tiempo ha cerrado en falso. 

Romería (2025)

El hilo conductor de esta exploración hacia el pasado paterno es el diario de su madre, escrito entre 1983 y 1986, y que relata lo que como pareja vivieron. Esos textos parten en realidad de las cartas que Neus Pipó escribió a sus amigas durante su estancia en Vigo y que Carla utilizó previamente en Llacunes. Su madre, entonces, la sigue guiando, esta vez para completar el lado faltante de la historia, el de su padre, el de la relación romántica, pero autodestructiva, de ambos.  “Tengo una voluntad de no juzgar la historia de mis padres y de abrazarla tal cual fue. Siento que es una generación que ha recibido culpa y vergüenza, palabras muy fuertes. Lo único que les pasaba era que no conocían las consecuencias, ni de la heroína ni de que luego vendría el sida”, declaraba Carla para la cadena radial Cope (06/09/25). Carla honra esas palabras en Romería. La película en un momento determinado abandona el tono realista –hemos estado hasta ahora en un relato de coming of age– y se entrega a un onirismo que a la vez es un flashback de los años de exaltación romántica y sexual de sus padres, pero asimismo del desenfreno adictivo que los llevaría, en últimas, a su fin.  Ese segmento que en su libertad bebe de Verano con Mónica (Sommaren med Monika, 1953) de Bergman es absolutamente catártico. Marina está ahí como testigo, por fin junto a ellos, pero sin tener que perdonarles nada. Vivieron como mejor pudieron desde su juventud y su inexperiencia, y ella no tiene nada que reprocharles. Fueron víctimas los tres.

Romería (2025)

Romería se constituye así en un acto público, filtrado por la ficción, de reconciliación con la ausencia. Restituye la figura de su padre, le devuelve la dignidad y recupera –para ella– su existencia legal. Fue hija, y eso nadie tiene por qué quitárselo. Ya el sida le quitó mucho. Es hora ya de que la memoria, a través del cine, le devuelva lo que la vida le negó. Y lo hace a través de un filme luminoso, evocador, consciente de su poderío como documento personal –y también colectivo– de una época marcada por el silencio y la pérdida. Es hora ya de mirar hacia atrás sin ira y sin remordimientos. En vez de eso, en Romería Carla Simón apela a la compasión, y ese gesto la redime a ella y, de algún modo, también a los suyos.

Referencias:

1. De la Fuente, L., Brugal, M. T., Domingo-Salvany, A., Bravo, M. J., Neira-León, M., & Barrio, G. (2006). Más de treinta años de drogas ilegales en España: una amarga historia con algunos consejos para el futuro. Revista Española de Salud Pública, 80(5), 505–520. https://doi.org/10.1590/S1135-57272006000500002

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.   

      

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