Tatuajes inocultables: La chica del dragón tatuado, de David Fincher
Un remake siempre será una copia, un fantasma que evoca imágenes de un pasado mejor, un motivo para desconfiar, un fracaso del ingenio. Por eso una nueva versión de Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009) se antojaba inane, una muestra más de la bochornosa falta de escrúpulos de Hollywood.
Pero cuando es David Fincher el director que está detrás de ese proyecto, y quien tiene el encargo de adaptar la novela de Stieg Larsson es Steven Zaillian, es mejor dar un compás de espera, aguardar por el resultado final y ver qué tanto de La chica del dragón tatuado (The Girl with the Dragon Tattoo, 2011) es copia y cuanto es Fincher. Confieso que al ver la película sueca original no pensé en ese momento que el material fuera tan apropiado para David Fincher, pero al ver su versión veo que es más que evidente la relación directa que hay con su cine previo. Obviamente puede haber acá una falsa interpretación de mi parte: quizá el material de la novela de Larsson (que no he leído) no sea en realidad tan cercano al mundo de Fincher y que el merito de él y del guión de Zaillian haya sido precisamente el haber incorporado en el relato –sin hacerle perder su esencia- los códigos visuales y temáticos que han caracterizado la filmografía del realizador oriundo de Denver.
La película, en comparación con su correcta antecesora, ha ganado oscuridad, frialdad y pesimismo. Fincher se sirve de la estructura del relato –la compleja investigación de un crimen aparentemente aislado, pero que hace parte de una gran cadena de asesinatos de mujeres- para reiterarnos su crónica decepción frente al género humano, traducida en ese gusto casi clínico por la descripción de lo que es capaz de hacer una mente retorcida, tal como nos mostró en Seven (1995) y en Zodiac (2007). Pero si bien este par de películas describen crímenes como los de La chica del dragón tatuado, la verdad es que toda su obra hasta hora está integrada por rotundos retratos de freaks, de gente que bordea la “normalidad”: el esquizofrénico protagonista de El club de la pelea (Fight Club, 1999), la paranoica habitante de La habitación del pánico (Panic Room, 2002), el improbable hombre que se vuelve joven a medida que pasan los años y que constituye El curioso caso de Benjamin Button (2008), el nerd asocial que funda una comunidad virtual en La red social (The Social Network, 2010). Por eso nadie tiene que extrañarse que Lisbeth Salander ya haga parte integral del museo patológico de David Fincher.
Sin una buena Lisbeth esta película no funciona. Fincher lo sabía y al apostar por la neoyorquina Rooney Mara, a quien había tenido a sus órdenes en La red social corrió un gran riesgo, pero triunfó: su papel es inolvidablemente vigoroso, mezcla de decepción, frustración e ira difícil de contener. ¿Qué vio Fincher en esa actuación que Rooney ofreció para él en el prólogo de La red social? Ahí en esos pocos minutos se ve una mujer fuerte, decidida a defender sus ideas, incapaz de dejar que la humillen, dispuesta a romper esa misma noche con el patán que la acompaña. La semilla de la Salander disfrazada de universitaria poco agraciada. Fincher solo tiene que forzar un poco las cosas para quitarle la máscara y el vestido, y revelar el tatuaje mental profundo que existe en ella, y que le permite encarnar acá –con gran valentía- a una joven tan inteligente como herida. Y no solo es ella la desnudada: ninguno los personajes de La chica del dragón tatuado tiene la piel indemne. Fincher sabe que sus tatuajes –físicos, espirituales, sociales, criminales- son difícilmente ocultables. Y que el público… pagará por verlos.
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