Una sed insaciable: Las aventuras de Tintín, de Steven Spielberg
Arenas movedizas pisaban el director Steven Spielberg y el productor Peter Jackson al asumir un proyecto como el de Las aventuras de Tintín (The Adventures of Tintin, 2011), uno de los personajes más bienamados de la historia del cómic y poseedor de una legión de seguidores incondicionales –y muy expertos- que iban a estar pendientes de cualquier sacrilegio sobre su figura.
Se dice que Hergé, el talentoso y polémico dibujante belga autor de la historieta, pensaba que Spielberg era la única persona que podría hacerle justicia a Tintín. Hergé murió en 1983, en la misma semana en la que Spielberg pensaba reunirse con él, pero su viuda le otorgó los derechos al año siguiente. Las ocupaciones del realizador impidieron que se hiciera en ese entonces una película. Los derechos regresaron a la familia del dibujante, Roman Polanski intentó adquirirlos sin éxito y solo en el 2001 pudo Spielberg asegurarlos de nuevo. La idea era hacer una versión con actores de carne y hueso, pero con Milú –el inseparable perro de Tintín- creado de manera digital. Ahí entraría Weta Digital, la compañía de Peter Jackson, quien en últimas convenció a Spielberg de realizar la película con captura de movimiento, tal como se hizo enteramente en películas de poco éxito como El expreso polar (2004), Monster House (2006) o Beowulf (2007). Precisamente el temor al fracaso del proyecto hizo que Universal Studios se rehusara a financiarlo en el 2008. Al final Sony aceptó hacer el filme, siempre y cuando se hicieran dos. Habrá por lo menos otro Tintín, como vemos.
Pero por ahora centrémonos en el filme que ya existe. Se trata de una mezcla de 3 de las 23 historias de Tintín que Hergé hizo: El cangrejo de las pinzas de oro (1941), El secreto del Unicornio (1943), y El tesoro de Rackham el Rojo (1944), para las que Jamie Bell (Tintín), Andy Serkis (Capitán Haddock) y Daniel Craig (Sacarine) prestan no solo sus voces, sino además su expresión facial y corporal. Es obvio que causa cierto impacto negativo inicial ver a Tintín en tres dimensiones y con unos rasgos adicionales al de la tradicional sencillez del trazo de Hergé, pero no es difícil sumergirse con rapidez en el universo animado que la película propone, sobre todo por el vértigo que siempre han caracterizado las aventuras de este reportero trotamundos de insaciable sed de peligros y que Spielberg traduce en unas elegantes escenas de acción comparables al estilo de la serie de Indiana Jones, solo que aquí podemos disfrutarlas sin que nos preocupe como es que Tintín no se rompió todos los huesos cuando su hidroavión cayó en el desierto. Las licencias creativas son aún mayores y eso Spielberg supo aprovecharlo a favor de la agilidad del filme y de la complejidad de los riesgos a los que se exponen Tintín y su sempiterno Capitán Haddock, en medio de mares tormentosos, dunas, explosiones y persecuciones inverosímiles.
En eso no hay nada que lamentar, pero semejante vorágine de proezas arrastró un factor que es central a las historietas y que aquí solo está esbozado lateralmente y concentrado en los torpes detectives gemelos: el humor. Las historias de Hergé tienen un refrescante trasfondo cómico de situaciones aparentemente anodinas y con magistrales personajes secundarios –que rayan en el absurdo- que sirven de pausa y de prueba para la paciencia de los aventureros. Extrañamos esos sutiles elementos acá, sacrificados en pos de la adrenalina. Es un Tintín hecho por Spielberg, no por Jacques Tati. Lástima.
Publicado en la revista Arcadia No. 76 (enero-febrero, 2012). Pág. 36
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