“Too Much of a Good Thing Is Wonderful”: Behind the Candelabra, de Steven Soderbergh
Liberace fue un lugar común. El extravagante pianista terminaría convirtiéndose en una caricatura de él mismo, donde lo importante ya no era la música sino sus espectáculos entre estrambóticos y kitsch. La gente asistía ante todo para ver sus particulares entradas a escena, sus atuendos coloridos, sus abrigos de plumas y pieles, sus joyas, sus pianos ultra decorados, sus comentarios de doble sentido difícilmente graciosos. Típico producto de Las Vegas, había una conexión grande entre él y su público, intrigado en este personaje a primera vista patético, pero con unas ínfulas de grandeza y un don de gentes que lo hicieron irresistible durante las décadas en las que las que estuvo vigente y en las que disfrutó de un inimaginado éxito. Fue Mr. Showmanship por antonomasia.
Burlarse hoy de Liberace sería fácil, lo difícil es mirarlo con compasión y tolerancia. Este último fue el camino que escogió el director Steven Soderbergh –en la que se supone que es su despedida del cine como director- para hacer este recuento de la última década de su vida, contada desde la perspectiva de quien fuera uno de sus amantes y un hombre realmente muy cercano a él, Scott Thorson, quien en 1988 escribió un libro autobiográfico llamado Behind the Candelabra: My Life with Liberace. A partir de esta única fuente Soderbergh -gracias al guion de Richard LaGravenese, quien curiosamente se ha especializado en dramas románticos- se sumerge en la turbulenta de vida de este artista y encuentra ahí a un hombre débil y anhelante de afecto que debía a toda hora mantener una costosa fachada para sostener –difícilmente- la mentira de su heterosexualidad y así no comprometer su popularidad.
El Liberace detrás del candelabro al que hacen referencia el libro y el filme (un decorado puesto encima del piano con el que salía a escena) es una celebridad encerrada en una jaula de oro, de brillantes, de espejos y de recargados adornos. A su círculo personal pocos accedían y Scott Thorson (interpretado por Matt Damon) fue uno de ellos, un hombre joven y desorientado que cautivó al pianista por su aspecto físico y su bisexualismo. Terminarían volviéndose amantes inseparables, al punto que Scott se haría cirugías plásticas a pedido de Liberace para asemejarse a él y hasta se contempló la idea de que el pianista lo adoptara.
Esto no es una biopic, el centro de Behind the Candelabra es el arco de la relación afectiva y sexual entre ambos, que se tornó en una dependencia mutua con los evidentes riesgos y sinsabores que eso conlleva, sobre todo por el apetito promiscuo de Liberace (injustamente aún no menciono el arriesgado papel que asumió Michael Douglas al interpretarlo, pero ya habrá tiempo) que lo hacía buscar nuevos efebos que conquistar, mientras controlaba celosamente las andanzas y amistades de Scott, que también se sentía prisionero. Es fácil presumir que todo terminaría mal.
Una película sobre Liberace tiene que poner tanta o más atención a la forma que a la narración si quiere de veras contagiarnos del particular estilo de vida de este inefable personaje. Sus shows están recreados con singular cuidado: no se deja de lado detalle alguno de su singular y pasmosa puesta en escena musical. Sin embargo, atención primordial se le otorga a la ostentosa decoración de su mansión, fiel reflejo de su gusto entre amanerado, rococó y nouveau riche. Si alguien quería conocer de veras a Liberace, que por favor lo visitara de puertas para adentro, si se atrevía a asumir las consecuencias.
Lo singular de esta aproximación de Soderberg -y es una idea en la que quiero insistir- es que no hay una gota de cinismo o de subvaloración en la mirada que nos ofrece de este hombre y de su entorno. Para Soderbergh, más que desenmascararlo o juzgarlo lo importante era ver de cerca sus luchas interiores, el conflicto entre sus pulsiones internas y la imagen pública que pretendía vender pese a su inocultable amaneramiento, disfrazado -pienso yo- del exotismo que cada artista se supone con derecho a exhibir, a la vez que dependía de la complicidad de un público demasiado crédulo. El Liberace que Scott conoció dista mucho de la celebridad pública: era un hombre que tenía pavor a envejecer, a la decadencia física, a la soledad y a sentir la incómoda sensación de que todos querían sacar algo de él, incluyendo su madre, interpretada por una ya muy anciana Debbie Reynolds, la hermosa bailarina y cantante de Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952).
Sin embargo dado que la perspectiva del relato es la de Scott, nunca estaremos demasiado cerca de Liberace como para saber el tamaño de su dolor y del infierno personal que vivía con sus apetitos nunca satisfechos y tampoco nos metemos en otros aspectos de su vida pública más allá de la relación con su amante. Soderbergh prefiere dejar intacta la máscara del personaje y darnos la visión externa y completamente subjetiva de un testigo que lo idolatró y que se sometió continuamente a la voluntad de su jefe, mentor, amante y figura paterna, al punto de dejar de ser él mismo para intentar ser su copia física. Scott sabía que era un objeto que Liberace podía usar y desechar, e hizo todo lo posible por complacerlo y permanecer a su lado, incluso cuando ya era evidente que era demasiado tarde.
Unas palabras para la premiada encarnación que Michael Douglas hace de Liberace. El actor le infunde al personaje –detrás de su afectación- la sed maligna que ya le habíamos visto en otros papeles, pues si bien el pianista es un hombre frágil y sensible, se sabe con poder. Y a fe que lo ejerce. El dinero, la fama y su labia le brindan un magnetismo sexual que sus años le han quitado pero que igual disfruta. El Liberace de Douglas es un hombre que logrará comprar todo lo que desea, excepto –quizá- el amor verdadero. Esa fue su verdadera tragedia.
Pese a ser una película hecha para la televisión, Behind the Candelabra, compitió –y es un hecho muy significativo para este tipo de producciones- por la Palma de oro en el Festival de Cine de Cannes del 2013. El día de su estreno en la televisión de los Estados Unidos, el 26 de mayo de ese año, la cinta fue vista por 2.4 millones de espectadores, a los que se suman 1.1 millones más que vieron la repetición el mismo día, la mayor audiencia para una película de HBO desde hacía una década. Liberace lo hizo de nuevo. Ya lo decía él: “Too Much of a Good Thing Is Wonderful”.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 106 (Medellín, abril-junio / 2014). Págs. 52-54
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2014