Al infinito y más allá: 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick

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“No hay un mensaje que yo pretendiera transmitir mediante palabras. 2001 es una experiencia no verbal”
-Stanley Kubrick

Solo alguien con el talento, la capacidad artística y la visión de Stanley Kubrick podría sacar avante un proyecto de las dimensiones técnicas, las particularidades narrativas y los riesgos de 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), su imponente filme de ciencia ficción. Pocas veces una obra fílmica alcanza honduras tan profundas como esta, pues no solo funciona bien dentro de los especulativos senderos de un posible futuro tecnológico, sino también como filme de suspenso, de confrontación entre la humanidad y la inteligencia artificial, y de viaje místico al origen mismo de la vida, mientras va dejándonos interrogantes anclados a la belleza sicodélica de sus imágenes y al deslumbrante uso de la música de Richard Strauss en la banda sonora.

La película narra cuatro viajes: uno en el tiempo, dos en el espacio exterior y uno quizá a lo mejor al interior de la mente. El salto en el tiempo es el más largo, pues va desde los antepasados primates del ser humano hasta cuatro millones de años después, a los inicios del siglo XXI. Los periplos en el espacio implican, primero, un viaje rutinario a la luna en un vehículo comercial, que hace escala en una estación espacial; luego veremos una exploración tripulada a Júpiter en la que un computador parlante supervisa todas las funciones de la nave. Por último seremos testigos de un viaje probablemente mental, o a lo mejor espiritual, donde se pliega el tiempo y el otoño de un hombre se funde con su nueva génesis.

2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)

Son secuencias aparentemente no relacionadas entre sí, pero todas están atravesadas por una misma experiencia: la aparición de un enorme monolito negro de grafito de origen desconocido, posiblemente extraterrestre. Los Australopithecus que lo ven absortos, los astronautas que lo descubren enterrado la luna, el comandante que lo encuentra en la órbita de Júpiter y que luego como anciano lo vuelve a ver, comparten el mismo asombro y los mismos interrogantes. Que son idénticos a los nuestros como espectadores, pues Kubrick se negó a dar –en el corte final de la película- explicación o contexto alguno a su presencia. Quería que cada uno de nosotros interpretara según su racionalidad, sensibilidad, percepción o creencias lo que la aparición de ese monolito representa.

Algunos de los espectadores del filme, coescrito por Kubrick y el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke- habrán leído el cuento “El centinela”, escrito por este último en 1948 y recordarán las palabras de Clarke, suponiendo encontrar ahí la clave del monolito de 2001: “Mi mente comenzaba a funcionar normalmente, a analizar y a formular preguntas. ¿Era eso un edificio, un santuario o algo para lo cual mi lenguaje carecía de palabra? Si un edificio, ¿entonces por qué había sido erigido en lugar tan inaccesible? Me preguntaba si podría haber sido un templo, y me imaginaba a los adeptos de algún extraño sacerdocio clamando a sus dioses que les salvasen, mientras la vida de la Luna refluía con los agonizantes océanos: ¡clamando en vano!”. Pero si quizá “El centinela” fue la semilla, el árbol que de allí brotó tenía ya un tronco tan grueso y tantas ramificaciones que simplificar su origen a ese cuento no tiene sentido.

2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)

Inicialmente Kubrick, en carta fechada el 31 de marzo de 1964, le escribe a Clarke –que en ese momento vivía en Ceilán- buscando que trabajaran juntos haciendo una “proverbial película de ciencia ficción realmente buena” (1). Y le enumera las líneas argumentales que le interesa desarrollar: los motivos para creer en la existencia de inteligencia extraterrestre, el impacto (o la carencia de él) de ese descubrimiento; y una sonda espacial con llegada y exploración a la luna y a Marte. Clarke aceptó la propuesta y al mes siguiente se vieron en Nueva York y empezaron a hablar en serio sobre el proyecto. “Clarke se dio cuenta rápidamente de que Kubrick no quería hacer un melodrama de ciencia ficción en absoluto, sino lo que él llamaba un documental mitológico con inserciones dramáticas; como La conquista del Oeste” (2), refiere el biógrafo John Baxter. Para finales de 1964 ya Clarke y Kubrick tenían un borrador de 130 páginas de la película que fue presentado a la MGM para obtener luz verde.

Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke (a su derecha) acompañados por un grupo de asesores, como el ingeniero Fred Ordway de la NASA (extrema izquierda)

Al ver 2001 se da uno cuenta de la certeza de la apreciación temprana de Clarke sobre las intenciones de Kubrick: él quería que su filme fuera una epopeya audiovisual que pasara por encima de las convenciones narrativas y que causara un impacto indeleble en quien la viera, sin importar si ese espectador estuviera seguro de haber captado con claridad lo que el director quiso decirle. La fuerza de sus imágenes y de la música que las acompañaban debía bastarle, debían ser capaces de expresarse por sí mismas y ser ellas a la vez medio y mensaje. Y eso logró: cuando la película empieza y escuchamos la fantástica melodía de Así habló Zaratustra de Richard Strauss y vemos a la luna en primer plano y tras ella a la Tierra, y tras esta al sol, entendemos de entrada el aliento épico de esta cinta que su autor dividió en tres partes: “El amanecer del hombre”, “Misión Jupiter” y “Júpiter y más allá del infinito”.

2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)

Entre la primera parte y la segunda bien podría haber incluido otro intertítulo, pero creo que Kubrick no lo incluyó para no hacer una solución de continuidad entre dos secuencias que se complementan perfectamente. Me refiero al final de la historia en la que los Australopithecus han descubierto que pueden usar huesos como arma para atacar y para defenderse. Uno de estos homínidos arroja con su mano derecha un hueso largo al aire y cuando la cámara lo toma descendiendo se convierte, gracias al montaje, en un satélite alargado al que vemos descender mientras orbita alrededor de la Tierra azul y empezamos a escuchar la versión de la Filarmónica de Berlín -dirigida por Herbert von Karajan- de El Danubio azul de Strauss, dando inicio a un elegante vals espacial entre satélites, transbordadores y estaciones espaciales. Esta parte del filme termina en la luna, frente al monolito descubierto.

2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)

“Misión Júpiter” empieza dieciocho meses después, cuando un viaje va rumbo a ese planeta. La nave Discovery lleva tres tripulantes en hibernación y dos oficiales en actividad, acompañados todos por HAL 9000, un computador que no solo habla, sino que también ve lo que ocurre dentro y fuera de la nave. Este segmento de 2001 opera como un thriller, pues HAL (las letras son las que preceden a I, B y M en el alfabeto), aparentemente infalible, señala una futura falla en un sector externo del Discovery, pero todo indica que fue un error. La máquina genera dudas entre los tripulantes y cuando estos planean desconectarla, HAL hará lo necesario para que la misión a Júpiter no se detenga… así no llegue tripulada por hombre alguno.

HAL 9000 en 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)

El desarrollo de la inteligencia artificial que Kubrick & Clarke previeron implicaba que los computadores no solo tuvieran el control de todas las operaciones técnicas y logísticas de una nave, sino también sentimientos y hasta dudas. HAL, sin perder el tono impasible (la voz es la del actor canadiense Douglas Rain), se empieza a portar como si hubiera “perdido la cabeza” y a poner en peligro a los ocupantes del Discovery e incluso a cobrar venganza frente a actos que podrían afectarlo. Esta confrontación entre una maquina implacable en su lógica y el deseo humano por sobrevivir está soberbiamente planteada y ejecutada.

El comandante de la nave, Dave Bowman (interpretado por Keir Dullea), es el protagonista de “Júpiter y más allá del infinito”, la secuencia final del filme y la más abierta a interpretaciones, pues en la órbita de ese planeta aparece de nuevo el monolito que abre una suerte de “compuerta estelar” que riñe con la física y en la que Bowman se ve inmerso entre colores fuertemente matizados y percepciones alucinatorias, para al final terminar su cápsula espacial en un sitio completamente inesperado donde va a encontrarse con una proyección de él mismo y su futuro, y a lo mejor, su renacer.

2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)

Semejantes alcances para un filme de ciencia ficción –un género que según el biógrafo de Kubrick, John Baxter– se caracterizaba por “decorados baratos, efectos especiales malos, talento de décima fila y un arte de vender deslumbrante” (3) y que no era tomado en serio, hicieron que al momento de su estreno 2001 fuera rechazada y vista con sospechas por la crítica de cine tradicional. Incluso Kubrick le cortó diecinueve minutos a la película luego de los estrenos en Washington, Los Ángeles y Nueva York. Sin embargo era 1968 y el año anterior Bonnie and Clyde y El graduado habían incendiado todo y dado inicio al nuevo Hollywood; además ya había una audiencia joven que buscaba ver en el cine algo diferente a lo establecido, algo más cercano a su sensibilidad contestataria. Ese público la consideró alucinante: sus efectos visuales de avanzada, las imágenes abstractas y psicodélicas de su última porción –aunado todo a la hierba y las drogas que los espectadores consumían mientras la veían- convirtieron a 2001 en el máximo y definitivo “viaje”.

Rodaje de 2001 en Londres. Kubrick tras la cámara.

Rodada en Londres en 70 mm a un costo de 10.5 millones de dólares, la película obtuvo el premio Oscar a los mejores efectos visuales, otorgado a Kubrick. Sin embargo y aunque en los créditos aparecen como consultores, el trabajo de Wally Veevers, Douglas Trumbull, Con Pederson y Tom Howard en esta área del filme no puede desconocerse. Para 1972 ya 2001 había obtenido ganancias por 32 millones de dólares. Según el top ten del American Film Institute de las diez mejores películas de ciencia ficción, 2001 ocupa el primer lugar de la lista, y de acuerdo a la encuesta mundial de la revista Sight and Sound de 2012 es el sexto mejor largometraje de todos los tiempos. “Yo pretendí que la película fuera una experiencia intensamente subjetiva que llegara al espectador a un nivel interno de consciencia, tal como lo hace la música”, explicaba Kubrick. Con semejantes reconocimientos alcanzados a lo largo de estas décadas es evidente que su sortilegio sigue obrando, encontrando aún nuevos adeptos a una obra difícil de definir, pero de cuya belleza y trascendencia no hay duda alguna.

Referencias:
1. Samuel Wigley, The letter from Stanley Kubrick that started 2001: A Space Odyssey, página web: www.bfi.org.uk
Disponible online en: http://www.bfi.org.uk/news-opinion/news-bfi/features/letter-stanley-kubrick-started-2001-space-odyssey
2. John Baxter, Stanley Kubrick: Biografía, Madrid, T & B Editores, 2005, p. 202
3. Ibid, págs. 193-194
4. Elisa Pezzota, Stanley Kubrick: Adapting the sublime, Jackson, University Press of Mississippi, 2013, p. 98

Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 15/04/18), págs 15-17
© El Colombiano, 2018

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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