Una canción sin sentido: Ámsterdam, de David O. Russell

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En el cine que hace el director David O. Russell el espectador siempre va a enfrentarse a una disyuntiva: o está ante un drama o está ante una comedia. La mayoría de las veces se encuentra frente a una mezcla de ambos géneros, una mezcla indefinida que a veces funciona y otras no, dependiendo mucho de lo inteligente que sea el guion. El de Ámsterdam (2022) es un argumento basado ligeramente en un hecho histórico, un complot para derrocar al presidente Roosevelt y poner en su lugar un dictador de corte fascista, apoyado por industriales que estaban en contra del New Deal. Ese hombre iba a ser un marine retirado, el Mayor General Smedley Butler, que terminaría por testificar ante el Senado contra quienes le hicieron la propuesta de liderar un golpe de estado, algo que todos los implicados negaron y por lo que no fueron acusados.

Ámsterdam (2022)

A partir de esa anécdota histórica, Russell –quien también fue el guionista del filme- construye un relato que mezcla la atmosfera del film noir (y su ambigüedad argumental), la screwball comedy a lo Preston Sturges (esa es otra marca de la casa), rindiendo homenaje al trio romántico de Jules y Jim (Jules et Jim, 1962) de Truffaut y con la coralidad de Robert Altman de Un largo adiós (The Long Goodbye, 1973) como espíritu oficiante, aunque el cine coral jamás ha sido ajeno a Russell, que esta vez a sus habituales Christian Bale y Robert De Niro, sumó a Margot Robbie, John David Washington, Zoe Saldaña, Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Chris Rock, Michael Shannon y un largo etcétera en el que encontraremos hasta a Taylor Swift.

Ámsterdam (2022)

Como se ve había demasiados elementos que controlar y poner a funcionar de manera armónica, y la verdad es que Ámsterdam luce saturada y caótica, en su intento de contar la historia de dos veteranos de la primera guerra mundial –Burt y Harold- que con la ayuda de una enfermera norteamericana, Valerie (Margot Robbie), deciden hacer un pacto solidario de amistad, sanar su heridas de guerra en Ámsterdam y vivir allí una vida idílica, bohemia y abierta a todo tipo de experiencia artística, estética y romántica. Pero el paraíso es de corta duración: la historia avanza hasta la América los años treinta cuando Burt (Christian Bale) es un médico que atiende veteranos de guerra a los que ayuda con prótesis, máscaras, maquillaje y pain killers cuyos efectos él mismo prueba.

Ámsterdam (2022)

Fíjense bien: ese consultorio neoyorquino de Burt es del mismo estilo de las oficinas de cualquier detective privado de un film noir protagonizado por Bogart o Dick Powell. Y el enredo en el que él y Harold (John David Washington) van a meterse –gracias a una femme fatale que acá interpreta Taylor Swift- es digno de la complejidad argumental de El sueño eterno (The Big Sleep, 1946), solo que Russell le quita a Ámsterdam la solemnidad de ese estilo de filmes y la convierte en una comedia alocada y lisérgica, con el personaje de Christian Bale como principal eje caricaturesco (lo que le permite exhibir su excepcional rango dramático). Debe ser su adicción a los analgésicos y a la morfina lo que hace que vea al mundo desde un estado de semi inconsciencia entre ebria e irresponsable, y eso se traslada a Ámsterdam, que va de aquí para allá intentando ser coherente sin lograrlo, intentando conmover sin conseguirlo.

Ámsterdam (2022)

Pasan demasiadas cosas a demasiada velocidad y con excesiva ligereza, como para que lo que en la película se expone quede en la memoria del espectador, que trata de poner orden lógico a las situaciones y de dejarse cautivar por las virtudes de semejante elenco, hasta que se da por vencido y se da cuenta que Ámsterdam está construida caprichosamente, una canción sin sentido como la que Burt, Harold y Valerie inventan. Entonces deja de luchar, y la deja pasar, la deja irse.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

 

 

 

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