Del inútil combate: Carol, de Todd Haynes
“Therese esperó. Después, cuando estaba a punto de avanzar hacia ella, Carol la vio”.
-Patricia Highsmith
En el documental In No Great Hurry (2014), de Tomas Leach, dedicado al gran fotógrafo norteamericano Saul Leiter (1923-2013), este último afirmaba que “hay cosas que están al aire libre y luego están las cosas que están ocultas, y tal vez la vida tiene más que ver -el mundo real tiene más que ver- con lo que está oculto. Nos gusta suponer que lo público es de lo que trata el mundo real”. Leiter fue el fotógrafo de lo que está semioculto, de lo apenas entrevisto. Sus fotografías a color de Nueva York en los años cincuenta casi siempre muestran personas reflejadas en una ventana, en una vidriera, o vistas a través de las ventanillas cubiertas de vaho de un automóvil. Hay una foto particularmente bella de su colección, llamada Red Umbrella, tomada desde el interior de un auto. Afuera está nevando y las gotas de nieve distorsionan a las personas que transitan con un paraguas en la mano. Una de ellas, probablemente una mujer, surge debajo de un paraguas rojo mientras pasa por delante de un auto amarillo de techo verde. No vemos su rostro. Pero esos colores, ese ángulo del fotógrafo, esa mirada desde lo oculto hacia el exterior es la mirada de Carol (2015), de Todd Haynes.
En entrevista para el periódico The Guardian realizada por Rachel Cooke en noviembre del año anterior, Haynes se refiera a Leiter afirmando que “él es conocido por fotografiar a través de ventanas, por usar reflejos. Su trabajo es impresionista: esos encuadres exquisitos, y después esa paleta de colores marchitos, apagados y con destellos de color. Estoy muy orgulloso de que la gente vea esto y piense: ¡wow, eso es la película. Esto significa que lo conseguimos”. Haynes quería ese tono para Carol y lo logró: su filme nos traslada a una Nueva York que a finales de 1952 luce tonos pastel que quizá no reflejen exactamente la realidad –esa no su intención– pero que sí se asemeja a esas fotografías antiguas que con los años van perdiendo su intensidad cromática, pero que las aceptamos así por lo que significan, por los recuerdos que desencadenan. Carol no es el pasado: es el pasado evocado o quizá imaginado. Haynes en 2002 dirigió una película ambientada en esa misma época llamada Lejos del paraíso (Far from Heaven), pero ahí su referencia es de otro pretérito, el del pasado del cine.
Para Carol, Haynes tomó de Saul Leiter no solo la paleta de colores, usó también el mismo motivo visual: lo oculto, lo reflejado, lo separado por un cristal que puede ser transparente pero que igual divide. En otra entrevista, realizada por Zach Gayne para Twitch, mencionaba que “Anhelamos el deseo de triunfar, y casi nunca se da en las grandes historias de amor, porque al final quedamos anhelando más y deseamos que como resultado el mundo fuese diferente. Me encanta eso. Usted ve a estas personas en funcionamiento, donde sus gestos y sus palabras tienen un rango limitado de posibilidades, lo que nos obliga a leer entre lo que dicen y lo que es posible, a mirar lo que hay entre el cristal que los separa, las miradas que los separan o que las conectan a veces”. Por eso vemos a Therese –una de las protagonistas de su filme- casi siempre detrás de un vidrio, una ventanilla, una barrera invisible. Haynes quiere mirar que es lo que separa a las dos protagonistas de su filme, Carol y Therese y lo que encuentra es silencio social: una sociedad que no aceptaba que dos mujeres pudieran amarse y que veía en eso algo enfermizo que era mejor no mencionar y que debía negarse, taparse, anularse. Por eso Carol nos muestra reflejos, imágenes virtuales, en espejo. No era posible en ese entonces mostrarse como uno era. Lejos del paraíso, en cambio, pretende imitar con precisión la estética visual de los melodramas fílmicos de Douglas Sirk hechos en los cincuenta.
Voy a permitirme una simplificación que ya hice cuando escribí de Lejos del paraíso en el 2003: ante las falta de otras referencias visuales de fácil acceso, los años cincuenta en Estados Unidos los conocemos a través del cine, un medio que creemos nos sirve como una suerte de ventana al pasado para asomarnos hoy a ver como vivían allá, tal como apreciamos en el cine de Nicholas Ray –Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955), Bigger Than Life (1956)- o Douglas Sirk –Magnificent Obsession (1954), All That Heaven Allows (1955)-, George Stevens con A Place in the Sun (1951), Preminger con The Moon is Blue (1953) o The Man With the Golden Arm (1955), por solo dar algunos ejemplos algo subversivos. Sin embargo esa no es la realidad ni la representa con exactitud. No solo está mediada por la mirada de su autor, sino que además está regulada por la censura que imperaba en esa época. Pese que algunos de los títulos mencionados desafiaron esa mordaza, había situaciones que era imposible mostrar. El homosexualismo era una de ellas (“Las perversiones sexuales y toda alusión a éstas está prohibida” rezaba el Código de Producción). Desde esa perspectiva la sociedad norteamericana que vemos a través del cine era impoluta, políticamente correcta, temerosa a Dios y respetuosa de la familia.
A lo que voy es a que Carol, tal como Lejos del paraíso, es una película ambientada en los años cincuenta que rompe la ilusión que nos hemos formado sobre lo que debería mostrarnos un filme que representase a esa época. Su descripción de la sexualidad de sus protagonistas no solo es reveladora, sino que además está mostrada de una manera que hubiera sido imposible de exhibir en 1952. Así que Carol no solo no está tratando de reflejar vívidamente la realidad –su estilizada forma así lo muestra- sino que tampoco pretende asemejarse con fidelidad al cine de los cincuenta.
“Therese puede parecer ahora demasiado timorata, pero en aquellos tiempos los bares gays eran sitios secretos y recónditos de alguna parte de Manhattan, y la gente que quería ir cogía el metro y bajaba en una estación antes o una después, para no aparecer como sospechosa de homosexualidad”. Estas palabras son de la escritora Patricia Highsmith y en ellas habla directamente de Therese porque esa mujer fue originalmente un personaje suyo: Carol fue una novela que publicó en 1952 con el nombre de El precio de la sal usando el seudónimo de Claire Morgan. “Si escribía una novela sobre relaciones lesbianas, ¿me etiquetarían entonces .como escritora de libros de lesbianismo? Era una posibilidad, aunque también era posible que nunca más tuviera la inspiración para escribir un libro así en toda mi vida. Así que decidí presentar el libro con otro nombre”. Apenas en 1989 la publicó con el título que originalmente quería darle y firmada con su propio nombre.
En la novela la perspectiva es siempre la de Therese, pero en la película no. La descripción de los sentimientos de Carol y Therese está ejecutada con enormes sensibilidad y elegancia por parte de Haynes, que les brinda a ambas mujeres igual posibilidad de expresarse. Carol (Cate Blanchett) es una mujer de mundo que ya ha tenido relaciones lesbianas, mientras Therese (Rooney Mara) es una joven aspirante a fotógrafa que empieza a despertar a un sentimiento que es inédito para ella y que aunque la llena de dudas, termina por fascinarla. Y a esa pasión se entrega. Es un asunto de su naturaleza, de tratar de luchar inútilmente contra algo que crece en ella y que no va a ser capaz de derrotar. Carol es madre y está a punto de perder la custodia de su hija pero sabe que tendrá que asumir eso: no va a luchar contra su naturaleza homosexual. Al ver en Carol esa escena de la audiencia de conciliación donde ella acepta que no puede simular toda la vida lo que no es, no pude evitar recordar a Marguerite Yourcenar y su libro Alexis o el tratado del inútil combate: “La gente que habla de oídas se equivoca casi siempre, porque sólo ven lo de fuera y lo ven de una forma grosera. No se figuran que los actos que juzgan reprensibles puedan ser al mismo tiempo fáciles y espontáneos, como lo son la mayoría de los actos humanos. Echan la culpa a los malos ejemplos, al contagio moral y sólo retroceden ante la dificultad de explicarlos. No saben que la naturaleza es más diversa de lo que suponemos: no quieren saberlo porque les es más fácil indignarse que pensar. Elogian la pureza, pero no saben cuánta turbiedad puede contener la pureza. Ignoran, sobre todo, el candor de la culpa” (1).
Todd Haynes es un gran director de mujeres y en Carol no ha hecho más que confirmar esas virtudes. Lo ha hecho mediante un drama elegantemente ejecutado, que expresa con acciones la estética de las fotografías de Saul Leiter, mientras nos cuenta un relato ambientando en los años cincuenta con la perspectiva de hoy, utilizando para ello la prosa de Patricia Highsmith, una mujer que en el epílogo contemporáneo de su novela escribió que “el sexo se define por características físicas y debe indicarse en los pasaportes. El amor está en la cabeza, es un estado de la mente”. Esta bella película le rinde tributo a su voz valiente.
Referencia:
1. Marguerite Yourcenar, Alexis o el tratado del inútil combate, Madrid, Alfaguara, 14ª reimpresión, 1991, p. 53
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