Doblados, no rotos: Los juncos salvajes, de André Téchiné

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“El hombre no es más que un junco, lo más débil de la naturaleza; pero es un junco pensante”
– Blas Pascal

“Los he comprendido”
– Charles de Gaulle, dirigiéndose a una multitud de franceses en Argelia el 4 de junio de 1958

El diccionario define la palabra estereotipo como “imagen o idea aceptada por un grupo, opinión o concepción muy simplificada de algo o de alguien”. No hay que buscar dobles lecturas en un significado tan claro: el ver casi exclusivamente cine norteamericano nos ha ido llenando la cabeza de estereotipos de toda índole: sociales, raciales, culturales, económicos, políticos, deportivos y hasta sexuales. Y cuando nos muestran filmes de otras latitudes se nos antoja extraño lo que vemos, un poco raro, un tanto folclórico -y por qué no- irreal. Así, la tendencia es -claro- a rechazar ese tipo de cine, a darle la espalda a pensar y a sentir otras cosas, a cuestionarnos lo que para nosotros es la verdad. Nos privamos de otras voces y de otros ámbitos, quizás tan o más ricos que los que estamos habituados a ver. Pero lo peor es que en este país no hay siquiera la opción de que elijamos con nuestro propio criterio lo que queremos mirar. No, aquí los distribuidores escogen por nosotros con unas pautas tan orientadas hacia la probabilidad de éxito económico, que la posibilidad de ver un filme europeo, asiático o -vamos más cerca- latinoamericano es muy poca. Nos toca conformarnos a regañadientes con lo que nos dan y con leer -entre lágrimas y suspiros- acerca de lo que nos estamos perdiendo.

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Entre la enorme cantidad de películas recientes que no han sido exhibidas en el país, hay una cuya gran calidad amerita una reseña con el anhelo -remoto e iluso, lo sé- de que pueda llegar algún día a nuestras pantallas: se trata de Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994) del director francés André Téchiné, ganadora de un sinnúmero de premios dentro y fuera de su país: los César a la mejor película, director, guión y actriz; su inclusión en la sección oficial de Cannes, su nominación al Oscar y el Premio Louis Delluc a la mejor película francesa de 1994, hablan por sí solos.

Este filme choca de frente con uno de los estereotipos cinematográficos más incrustados en el inconsciente del espectador, cual es el de la adolescencia. Innumerables películas norteamericanas han tocado el tema desde los más diversos ángulos y miradas, algunos con singular respeto e inteligencia -hablo de Robert Mulligan en Pregúntale al señor luna (The Man in the Moon, 1992) o de George Lucas en American Graffiti (1973)- pero la mayoría apelando a la comedia absurda y misógina que convierte los ritos de iniciación sexual en algo risible y denigrante. No quiero poner ejemplos, pero no es difícil imaginar un filme de este estilo. Techiné contrapone la inteligencia y la madurez a la ramplonería barata para construir un filme grave y serio, pero con la frescura y naturalidad de los años que retrata aquí.

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Francia tiene una hermosa tradición de cine juvenil que podemos remontar sin ser exhaustivos al Jean Vigo de Cero en conducta (Zero de conduite, 1933), pero creo que Los juncos salvajes es hija legítima del cine de Louis Malle y de Eric Rohmer. Me refiero al Malle de Adiós a los niños (Au revoir les enfants, 1987) en lo que toca a la intrusión de la política en la vida de los jóvenes, y al de El soplo al corazón (Le souffle au coeur, 1971), junto al Rohmer de Paulina en la playa (Pauline a la plage, 1983), respecto a la confusión que el despertar afectivo y sexual provoca en estos adolescentes. Y no es raro que este filme gire sobre estos temas, pues André Téchiné desde los inicios de su carrera como director -luego de ser uno de los críticos de Cahiers du Cinéma– se ha preocupado siempre por los conflictos de la identidad, de ese descubrir quienes somos en realidad, como puede verse en Barocco (1976) o en películas más recientes como En la boca no (J´embrasse pas, 1991) o Mi estación preferida (Ma Saison préférée, 1993), cintas todas que hacen parte de una filmografía compleja, profundamente intelectual -Roland Barthes ha sido uno de sus mentores- donde la familia, la historia y la sociedad son analizadas y disectadas en melodramas intensos de un inocultable humanismo, en cuyas raíces pueden encontrarse -vivos- ecos del cine de Renoir, Cocteau y Jacques Demy.

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Un afortunado director de mujeres -Moreau, Deneuve, Adjani, Juliette Binoche, Sandrine Bonnaire o Emmanuelle Béart- Téchiné ha optado acá por un grupo de actores jóvenes casi sin experiencia para hacer un retrato coral de Francia en 1962 durante la V República, desde el punto de vista de cuatro jóvenes estudiantes. Aunque sólo hay una mujer, sobre ella gravita buena parte del peso de la historia, pues alrededor de Maïté (Eloide Bouchez) giran los muchachos atraídos hacia ella cada uno por motivos distintos, pero desembocando en un deseo común. Dos de ellos son compañeros de clases en el colegio pueblerino que los reúne a todos: François (Gaël Morel), un joven introvertido e intelectual y Serge (Stephane Rideau), un deportista de origen campesino y de padres italianos. Entre los dos se crea un lazo de amistad difícil de circunscribir a fronteras definidas.

La personalidad sumisa y secundaria de François lo lleva a sentirse atraído por la robusta presencia de Serge, mientras a su vez sostiene un noviazgo con Maïté, con quien comparte su gusto por Faulkner y Bergman. A ellos se suma Henri (Frédéric Gorny) un pied noir -francés nacido en Argelia- obligado a dejar su terruño por la violenta guerra civil independentista que se llevaba a cabo en esos momentos y que ya ha matado a su padre, presumiblemente a manos de un ataque terrorista del argelino e independentista Front de Libération Nationale (FLN). Como recién salido de las páginas de Albert Camus en El primer hombre, Henri simpatiza con la derechista y procolonialista O.A.S. (Organisation de l’Armée Secrète), mientras se debate furioso con sus compañeros, indiferentes a lo que ocurre al otro lado del Mediterráneo. Pero Henri tampoco tiene claros sus sentimientos y cae -para complicar las cosas- en una clase cuya profesora de literatura es la presidenta del Partido Comunista local y, a la vez, la madre de Maïté.

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

Téchiné logra darles vida propia a los personajes, caracterizándolos con precisión en su contradicción, muy propia de la edad en que están: la ambigüedad sexual entre François y Serge y la atracción física -políticamente ambigua- de Henri y Maïté, nos son mostradas no como algo definitivo, no con el peso de una decisión adulta, sino más bien con el ánimo de experimentación, de tanteo, de ver qué pasa, tan propio de la adolescencia. Y aunque el director ha confesado que parte de la historia tiene reconocibles tintes autobiográficos, el guion supera lo meramente anecdótico para interiorizar de veras en el alma de estos jóvenes: la alegría de Maïté bailando al son de los Beach Boys luce auténtica y lozana, sin la fingida frialdad de una actriz consumada. Y ni qué decir del dolor de todos ante la muerte del hermano de Serge -soldado en Argelia- víctima de una guerra fratricida que en menor escala a ellos tocaba ya. Ayuda mucho a capturar el tono de veracidad que el director buscaba, cierta peculiaridad formal de la filmación -por completo en exteriores- que le sustrajo contemporaneidad a la puesta en escena, dando la apariencia de ser una película sobre los años sesenta filmada en esa misma época.

Los juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, 1994)

El filme no relata aventuras ni nada extraordinario: es la crónica de unos días de colegio, tan cotidianos como la vida misma, llena -eso sí- de inteligentísimos diálogos que nos revelan lo que cada uno de los protagonistas siente o cree sentir. La narración fluye natural, sin pausas, apoyada en una historia simple, tan auténtica como un recuerdo grato. Acostumbrados como estamos a ver la historia desde le punto de vista de las grandes luchas, los actos heroicos y los frentes de batalla, olvidamos con frecuencia que lejos de allí la vida seguía para la mayoría, sometida ahora a los ecos de la guerra y al vaivén de las decisiones políticas que se hacían en las capitales. A pesar de eso, para los muchachos de Los juncos salvajes el vivir era apenas algo por descubrir, unas sensaciones tratando de florecer, un enigma que por momentos parecía superarlos, pero al que se enfrentaban confiados y esperanzados. Contaban con su juventud, que los hacía fuertes y flexibles, como aquellos juncos de la fábula de La Fontaine, doblados sin romperse antes los vientos que pretendían arrasarlos.

Publicado en La Revista Kinetoscopio No. 36 (Medellín, vol.7, 1996), págs. 106-108
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1996

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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