El difícil arte de envejecer: Curvas de la vida, de Robert Lorenz
Ha envejecido, como todos. Ya tiene 82 años. Y se le notan. Recuerdo que cuando estrenó Gran Torino –ese testamento, esa obra maestra- hace cuatro años, dijo que no volvería a aparecer en una película.
Quizá era pudor, quizá era el reconocimiento del declive corporal inexorable. Pero siguió dirigiendo con la misma mano maestra, con el mismo pulso firme. Vinieron Invictus, Más allá de la vida y J. Edgar para constatarlo. De repente nos da una sorpresa: va de nuevo a aparecer como actor en una película producida por él y por su compañía, Malpaso, pero dirigida por alguien más. Por alguien muy cercano a él, pues Robert Lorenz ha sido su asistente de dirección desde 1995 con Los puentes de Madison, acompañándolo en otras siete películas. Ahora Lorenz iba a debutar como director y era imposible negarse a ayudarlo protagonizando esa película. Por eso tenemos el placer de verlo de nuevo en Curvas de la vida (Trouble with the Curve, 2012), interactuando con Amy Adams y Justin Timberlake, cuya juventud involuntariamente hace mayor el contraste con su avanzada edad.
Pero esta es su película y su historia, y eso es lo que importa. Su personaje, Gus, un veterano busca talentos del béisbol, es una extensión del protagonista de Gran Torino, el huraño Walt Kowalski, simplemente porque sus años y su aspecto no le dejan muchas opciones para incrementar su rango dramático. No teme por ello ridiculizarse ni exhibir la imposible lucha contra unos achaques a los que se niega a sucumbir. Es difícil aceptar que ya no somos tan autónomos y que vamos tarde o temprano a depender de los demás, más en un hombre autosuficiente y testarudo como Gus. La película tiene que ver con ese largo proceso de aceptación, que obviamente no implica la pérdida de todo el conocimiento y la experiencia adquirida.
Ese último punto es el que parecemos olvidar al juzgar con tanta severidad la fragilidad y la aparente torpeza de los ancianos, y Curvas de la vida nos da una lección al respecto. Quizá muy obvia, pero no por eso menos práctica: a veces la tecnología nos hace poner en duda el propio juicio y nuestra capacidad para analizar y decidir (y esto no aplica solo al béisbol. Piensen en el ejercicio de la medicina, por ejemplo).
Curvas de la vida no es una película memorable, su guión es predecible y complaciente, la catarsis familiar que describe no está ejecutada con inteligencia, pero siempre voy a agradecerle haberme dejado ver de nuevo a ese gran maestro llamado Clint Eastwood.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 06/12/12). Pág. 14
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