El fantasma en la habitación: Interestelar, de Christopher Nolan
Christopher Nolan vuelve a las pantallas con Interestelar, un relato de ciencia ficción que va más allá de las fronteras de ese género para proponer una lectura abierta a múltiples interpretaciones.
“Y tú mi padre, allí, en tu triste apogeo / maldice, bendice, que yo ahora imploro / con la vehemencia de tus lágrimas / No entres dócilmente en esa noche quieta / Rabia, rabia, contra la agonía de la luz”. Estas palabras son la parte final del poema No entres dócilmente en esa noche quieta, de Dylan Thomas, un texto que le sirve apropiadamente al director inglés Christopher Nolan como leitmotiv para su noveno largometraje, Interestelar (Interstellar, 2014), una historia de ciencia ficción que en sus manos se convierte en una reflexión sobre la relatividad del tiempo, la fuerza de los lazos de sangre, la trascendencia del amor y los sacrificios personales que debemos hacer en pos del bien común.
¿Demasiados conceptos para digerir en una sola película? Probablemente, pero Nolan siempre ha sido un hombre muy ambicioso, un realizador que no le teme a los retos y que tiñe de complejidad cualquiera de sus proyectos, convirtiéndolos en un escaparate para exhibir sus ideas –no siempre soleadas- sobre lo que somos. De ahí que un trío de filmes aparentemente tan comerciales como los que hizo sobre Batman entre 2005 y 2012 sean a su vez un catálogo de agonías, dolores y pesimismo envueltos en el traje oscuro de un superhéroe de historieta. Y así ha sido desde esa singular e ingeniosa Following (1998) que fue su debut, pasando por esa historia en reversa que fue Memento (2000), su thriller con espinas devenido en Insomnia (2002) y ese elaborado laberinto mental que nos mostró en El origen (Inception, 2010).
Adrede he dejado un título sin mencionar: El gran truco (The Prestige, 2006), no porque se trate de un largometraje particularmente relevante dentro de su filmografía, sino porque muchos consideran que su cine es ante todo “un gran truco”: cine comercial disfrazado de gran arte, plagado de ideas pseudointelectuales y pseudocientíficas que no llevan a ninguna parte y que están puestas ahí para confundir al espectador y hacerlo creer que está viendo cintas de “prestigio”, cuando en realidad todo ese esplendor es solo un globo reluciente lleno de helio, frágil ante cualquier mínimo alfiler. Algo de eso es cierto. La grandilocuencia de su mirada disimula huecos conceptuales con los que sería fácil desechar su cine. Lo que no podemos olvidar es que Nolan no es ni filósofo, ni psicoanalista, ni astrónomo, ni físico cuántico, y que sus ideas y planteamientos no pueden seguirse al pie de la letra como si fueran parte de un texto académico. Sus conceptos solo tienen validez como argumento dramático dentro del universo de sus películas. Es en este contexto preciso donde debemos juzgarlos. Ir más allá no tiene sentido.
Autor de ocho de los guiones de sus cintas –la mitad de ellos en compañía de su hermano menor Jonathan- Christopher Nolan es por ende dueño de las ideas que su cine propone. Para Interestelar contó con la asesoría y producción ejecutiva del prestigioso astrofísico Kip Thorne que le brindó al relato la verosimilitud necesaria; sin embargo el resultado es simplemente una ficción muy elaborada y que debe mucho a filmes que lo antecedieron como 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977) y Contacto (Contact, 1997). Nolan está seguro que Interestelar va ser comparada no solo frente a esos antecedentes cinéfilos sino además frente al conocimiento científico que despliega, algo que no ocurre con otros directores cuyas libertades artísticas nunca son motivo de conflicto o discusión. Se recurre en esos casos a una voluntaria y bienvenida “suspensión de la incredulidad”, pero Nolan sabe que el enorme poder que tiene en Hollywood tiene un precio y que los 165 millones de dólares que esta película costó hace que muchos ojos estén posados sobre él, pendientes del menor titubeo.
Interestelar nos cuenta de una distopía cercana en el tiempo. Es un futuro próximo invadido por una plaga que ha destruido las cosechas y ha convertido al planeta en un lugar polvoriento donde la gente trata de sobrevivir con las cosas básicas. No es un mundo apocalíptico, es un retorno a un ambiente rural pero donde sobrevuelan drones, las maquinas cosechadoras no necesitan quien las conduzca, la inteligencia artificial es algo cotidiano, no hay ejército, se niegan los avances tecnológicos y un expiloto de la NASA tiene que resignarse a levantar sus dos hijos en un ambiente parecido al de la familia terrestre de Clark Kent en el pueblo de Smallville -no es casual que Nolan sea uno de los creadores de la historia de El hombre de acero (2013). Esa resignación del personaje principal, Cooper (interpretado por Matthew McConaughey), parece la de todos, destinados a morirse de hambre.
No parece el entono más propicio para una aventura espacial que involucra viajes mesiánicos intergalácticos a través de un “agujero de gusano” espacial, pero así ocurre. Sin embargo no voy a adelantar nada más del argumento para que los que no la hayan visto aún puedan leer este texto sin malas sorpresas. Dado que es muy compleja la teoría en la que se apoya la película, el director invierte largos pasajes en exponer –inútilmente- estos difíciles plegamientos del espacio-tiempo tratando de convencernos de lo plausible de tales hipótesis. Esos segmentos le quitan ritmo a un filme que aspira, en su largo aliento, a la épica. Igualmente algunos parlamentos demasiado solemnes y subrayados suman estatismo a una puesta en escena que está diseñada para la acción y que no tiene como en Gravity (2013), de Alfonso Cuarón, que adosarse a la realidad del presente espacial.
Obviamente lo que se invirtió en efectos visuales, diseño de producción, montaje sonoro y arreglos musicales es enorme y eso se refleja en cada segundo de una cinta que fue rodada originalmente en celuloide de 70 mm. De veras la sala de cine tiembla y casi que se sacude ante el traqueteo de una nave a punto de despegar o de aterrizar en algún paraje extraterrestre. Nolan es especialista en dotar a sus filmes de un excelente montaje y acá la yuxtaposición de secuencias en el espacio y en la tierra probó ser muy efectiva. Sin duda la parte técnica de Interestelar no tiene tacha alguna: la película está diseñada para impresionar hasta el extremo los sentidos. Este es un espectáculo audiovisual de enorme escala.
Pero Nolan también aspira a conmover. En su relato hay dos ejemplos del binomio padre-hija y de lo difícil que es separar esos lazos, sobre todo si de por medio hay promesas de regresar que realmente no son fáciles de cumplir. En el centro de este filme de ciencia ficción está la noción del sacrificio familiar y afectivo inmolado a favor de un propósito humanitario colectivo. La renuncia al ser amado, los dolores que ese desprendimiento produce, y el trascurrir de la vida del otro que nos perdemos cuando nos alejamos, son tres de los motores sentimentales que Nolan usa para propulsar su enorme nave dramática. Si Gravity se basaba en el instinto de supervivencia personal, Interestelar toca la fibra familiar y nos hace participes de dilemas que a veces tenemos que afrontar sin necesidad de tener que salir de la vía láctea: muchas veces nos convertimos, sin pretenderlo, en fantasmas para nuestros propios hijos. Apelar a la devoción familiar no siempre le funciona a este director, que no ha demostrado ser el más hábil al momento de plasmar los sentimientos humanos en la pantalla, quizá engolosinado en demostrarnos que tan ingenioso es a la hora de torcer y hacer girar el guion (y la cámara) de sus cintas. A Nolan le gustan más los efectos que los afectos. Pero hay que reconocer que en este filme, a diferencia de todos los demás de su filmografía, su protagonista hace algo motivado por amor. Una palabra rara en su filmografía.
Interestelar es un largometraje hecho para que hablemos de él. De si su aproximación a las teorías de la relatividad del tiempo son correctas, de si el sonido está bien utilizado o aturde al espectador, de si Nolan se siente más a gusto con robots que con seres humanos, que si copió demasiado a Contacto… Demasiada carga sobre una película muy bien ejecutada y realizada por un autor que entiende el séptimo arte como un enorme lienzo en blanco que lo deja en libertad de realizar sus propias búsquedas artísticas, obviamente dentro de los parámetros del cine comercial a los que se acoge. Y en Interestelar la búsqueda no fue exactamente la de otro planeta en el que pudiéramos vivir. Ante todo fue la búsqueda del tiempo perdido.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 23/11/14). Págs. 10-11 ©El Colombiano, 2014