Dos náufragos en la isla de Manhattan: El apartamento, de Billy Wilder

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“Trata de un tipo joven que asciende en una gran empresa al dejar su apartamento a los directivos para el grandioso viejo ritual americano, el polvo de media tarde”
-Resumen de El apartamento con el que Billy Wilder convenció a Shirley MacLaine para protagonizar el filme

Él le confiesa a ella –palabras más, palabras menos– que se sentía como Robinson Crusoe, solo en una enorme isla, hasta que vio una pisada en la arena y ahí estaba ella. Se oye muy romántico, pero la isla en la que viven este par de náufragos es la abarrotada Manhattan de finales de los años cincuenta (con una población de 8.042.783 personas a primero de noviembre de 1959, tal como la misma película nos advierte); él es C.C. Bud Baxter, un oficinista anónimo, y ella es Fran Kubelik, eficaz ascensorista de su misma empresa. Y para acabar de complicarlo todo habitan el mundo de El apartamento (The Apartment, 1960), una película de Billy Wilder, un hombre cuyo talento se transformaba por lo común en una mirada cínica sobre sus personajes, incapaces de un gesto romántico tan genuino como el que aparentemente se nos describe acá.

El apartamento (1960)

El apartamento (1960)

Wilder y su inseparable coguionista de origen rumano, I. A. L. Diamond, construyen para este filme una historia que en principio no se diferencia mucho del cine que este director venía haciendo en Hollywood desde 1942: brillantes narraciones desprovistas de fe en el género humano, cuyas flaquezas y debilidades explota con fina ironía para lograr un efecto cómico o hasta una inesperada lección moral. La galería de pillos, borrachos, vividores, mentirosos, explotadores y falsos amigos que Wilder construyó a lo largo de décadas no tiene parangón. La máscara y el disfraz encubridores son constantes en su obra fílmica. Sin embargo, su cine dista de ser oscuro y frío: el humor, el ingenio y la levedad con que dibuja sus personajes le sirve a su cine de antiácido y de antídoto. El resultado, lejos de indigestar o envenenar, es entretenimiento comercial del más alto nivel.

Jack Lemmon y Shirley MacLaine en El apartamento (1960)

Jack Lemmon y Shirley MacLaine en El apartamento (1960)

La fórmula parece sencilla pero no lo es. La inaudita inteligencia de Billy Wilder –aunada a su doble condición de director y coautor de todos sus guiones– hace la diferencia y se constituye en marca de fábrica inimitable. Una película de Wilder parece tener un “sello”, una impronta indeleble (y difícil de explicar con palabras), de calidad, gracia y audacia. Sin embargo, uno se pregunta si es posible pasar de la ferocidad de personajes como Tatum en El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), el oportunismo de Sefton en Stalag 17 (1953) o la malicia de Pringle en Berlín Occidente (A Foreign Affair, 1948) a la bondad enamorada de C.C. Baxter sin traicionarse como autor. La respuesta simple es que sí es posible hacerlo.

¿Y cómo? Wilder y Diamond parten de un personaje nada diáfano –un oportunista que subyugado por sus jefes, presta su apartamento de soltero para que ellos tengan sexo con sus amantes de turno a cambio de un ascenso laboral– al que repentinamente estos autores ponen de su lado, le tienen compasión (algo un tanto insólito en el cine “wilderiano”), lo hacen víctima y deciden redimirlo gracias al amor que él siente por una mujer que tampoco es ninguna ingenua sino la amante de turno del gran jefe –que no hace otra cosa que burlarse en secreto de ella y de sus sentimientos– de la empresa para la que trabaja.

El apartamento (1960)

El apartamento (1960)

Bud y Fran se conocen. Ambos se encuentran diariamente en el ascensor, pero ninguno sabe los secretos que el otro oculta. Él la admira en silencio, creyendo –entre tímido y pusilánime-–que no tiene los méritos que quizá ella exija para considerarlo como pareja. A lo mejor el ascenso al que aspira con su sacrificio locativo le permita ser digno ante sus ojos. Ella en cambio parece impermeable a cualquier requiebro, halago o insinuación. Alguien le alegra el corazón, pero eso no puede salir a la luz. Los dos, ya lo dijimos, son víctimas. Esta vez el villano en el cine de Wilder no es una persona sino un sistema, el corporativo, que abusa de aquellos en estado de dependencia laboral, obligándoles a lo que sea (incluso a prostituirse en más de una forma) con tal de conservar un cargo.

La crítica entonces es hacia un estado de las cosas que el director ve como corrupto, perverso y contaminante, pero no por ello se trata de una declaración política en contra del capitalismo, como algunos quisieron verla, manipulando a su amaño un filme que ante todo es el reflejo de una incomodidad que Wilder sentía frente al complejo mundillo de relaciones sociales que se construyen paralelas a la relación laboral. Lo más cercano que Wilder estuvo alguna vez a la declaración política –en plena Guerra Fría– fue con Uno, dos, tres (One, Two, Three, 1961), la película que haría a continuación de esta.

El apartamento (1960)

El apartamento (1960)

El supuesto elemento anticapitalista no es lo novedoso de esta historia, sino el cambio de actitud de Wilder hacia sus protagonistas. Ya no es la mirada lejana y el rictus irónico, sino el patetismo del náufrago que se aferra al tablón de madera que encontró en alta mar y que espera le sirva para llegar a tierra firme. Aunque los finales felices no fueron ajenos a su cine, como es posible apreciar en El mayor la menor (The Major and the Minor, 1942), Sabrina (1954) o Love in the Afternoon (1957), incluso por la vía del matrimonio a última hora para evitar la inefable censura de la época, la verdad es que un desarrollo romántico tan elaborado como el de El apartamento no era usual en el. En esta película existe una evolución de los personajes, una toma de conciencia progresiva que les permite verse cometiendo errores, sintiéndose engañados y abusados, pero también capaces de descubrirse con la posibilidad de enamorarse y encontrar allí refugio, y, sobre todo, redención.

El apartamento (1960)

El apartamento (1960)

Wilder se encariña con Bud y Fran, esos pequeños seres que nada tienen sino el uno al otro y aún ni siquiera lo saben, y por eso decide encerrarlos entre las paredes de un apartamento durante una larga secuencia que tiene lugar la noche de navidad para que por fin, lejos de todo y de todos, se encuentren. Los dos protagonistas crecen y maduran ante nuestros ojos. Ya no son caricaturas ni figurantes secundarios en la historia de alguien más. Son ya dos seres humanos (“sea un mensch”, una persona buena y decente, le espeta previamente el vecino a Bud, creyéndolo un mujeriego empedernido) persuadidos de sus tropiezos, capaces de enfrentar el mundo –ambos renuncian a los lastres del pasado– y de creer en un futuro común, así sea incierto. ¿Que Wilder los deja a la deriva, sin empleo, sin una relación sólida y en medio de una isla rodeada de tiburones que no creen en el amor romántico? Es cierto, pero como diría él, nadie es perfecto.

David Lean tuvo la culpa
Wilder, según Ed Sikov en el documentado texto Billy Wilder, vida y época de un cineasta, refiere cómo fue la génesis de la idea de El apartamento: “Recordaba haber visto hacía mucho tiempo una película muy buena de David Lean, Breve encuentro, la historia de una mujer casada y un hombre que utilizan el dormitorio de un amigo para sus encuentros. Siempre pensé que ahí había un personaje interesante: el del que presta el apartamento, un personaje conmovedor y divertido, y no me olvidé de esa idea. Tras acabar Some Like it Hot quería hacer otra película con Lemmon y me pareció que esa papel le iría muy bien (1).

Shirley MacLaine en El apartamento (1960)

Shirley MacLaine en El apartamento (1960)

Wilder vio esa película a mediados de los años cuarenta, metió la idea al congelador y la revivió cuando se supo de un escándalo en las propias narices de los estudios de Hollywood: ocho años atrás el productor Walter Wanger le dio un disparo a un agente, Jennings Lang, que estaba teniendo un affaire con su esposa, la actriz Joan Bennett. Lo curioso del asunto es que la pareja ilícita utilizaba el apartamento de uno de los empleados de Lang para sus encuentros. Ese elemento de subordinación a los designios de un jefe fue crucial para construir el argumento del filme, transfiriendo la culpa de los actos que se cometen a algo por encima de la voluntad del implicado, que si bien saca partido de la situación, es permanentemente humillado por el desarrollo de la misma.

Con un guion no muy bien estructurado se planteó entonces el filme, que iba a tener a Jack Lemmon y a Shirley MacLaine en los roles protagónicos. Para el infalible Lemmon sería el segundo de los siete filmes que haría con Wilder, constituyéndose en su actor favorito, mientras que MacLaine era un rostro fresco de apenas veinticinco años que había descollado por su naturalidad en filmes previos como El tercer tiro (The Trouble with Harry, 1955) y Some Came Running (1958). Ambos coincidirían de nuevo con este director para hacer Irma la dulce (Irma la Douce, 1963), a pesar de que la actriz no se entendió muy bien con él en el plató de El apartamento. Una mezcla de autosuficiencia, celos de la atención que Wilder le prestaba a Lemmon y la actitud impositiva del director hicieron que ella recordara siempre este trabajo con frialdad. Obviamente, en el resultado final nada de esto es aparente. Wilder no lo hubiera permitido.

Billy Wilder y Jack Lemmon durante el rodaje de El apartamento (1960)

Billy Wilder y Jack Lemmon durante el rodaje de El apartamento (1960)

Se filmó inicialmente en Nueva York, pero el impredecible clima de noviembre de 1959 hizo que el rodaje se completara en el estudio de la Metro Goldwyn Meyer en California, conservándose sólo algunas escenas filmadas en la ciudad. El veterano director artístico de origen húngaro, Alexander Trauner, –creador de los decorados de algunas obras cumbres del realismo poético francés– sería el encargado de crear la enorme escenografía de las oficinas donde trabaja Baxter, una obra maestra de la composición y la perspectiva visual que transforma un decorado de tamaño moderado, realizado en estudio, en una serie monótona e interminable de escritorios consecutivos que parecen no tener fin. Trauner recibiría el premio Óscar por su trabajo en este filme. Fue uno de los cinco galardones que El apartamento obtuvo, y de ellos a Wilder le dieron tres: por mejor guion (compartido con Diamond), mejor director y mejor película. El otro premio lo consiguió Daniel Mandell por el montaje. La película había costado menos de dos millones novecientos mil dólares, y tres años después de su estreno había recaudado más de seis millones en ingresos brutos en el mercado interno y otros dos millones setecientos en el mercado externo. ¿Alguien duda que esta historia tuvo un final feliz?

Referencia:
1. Ed Sikov, Billy Wilder, Vida y época de un cineasta, Barcelona, Tusquets Editores, 2000, p. 525.

Publicado en el libro Imágenes escritas; obras maestras del cine, Medellín, Fondo Editorial EAFIT, 2014. p. 242-247
©Fondo Editorial EAFIT, 2014

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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