Pero eso es otra historia…: Irma la dulce, de Billy Wilder

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«Es un tema maravilloso. Es la historia de un hombre celoso de él mismo.»
– Billy Wilder

Una de las películas más exitosas de este director fue Irma la dulce (Irma la Douce, 1963), que en su año de estreno obtuvo en taquilla el doble de lo que consiguieron El gran escape (The Great Escape), con Steve McQueen y Los pájaros (The Birds) de Hitchcock, casi veintiséis millones de dólares. Aparentemente Wilder lo supo apreciar, tal como se lo confesó a la biógrafa Charlote Chandler: «Todos amamos el éxito, así que no puedo decir nada malo acerca de Irma. No es el tipo de películas a las que uno les hace una autopsia», pero la verdad es que el director mantenía diciéndole –a quien quisiera oírlo- lo defraudado que estaba con el resultado final de la película. Se lo expresó a Cameron Crowe en su libro: «Fallé. Fui demasiado burdo en ciertas escenas. No funcionó. Siempre hay algo malo acerca de la gente que no habla el lenguaje del país extranjero donde ocurre la película. Y tampoco podía uno soportar a Lemmon o a (Irma la Douce, 1963) hablando ingles con acento. Es falso. Es que no funciona».

Paradojas del autor exigente, que no gusta de reconocer, sin ambages, las virtudes de su película, por buena o triunfadora que sea. Oigámoslo otra vez: «Mi película favorita de Fellini era la maravillosa Noches de Cabiria, con su esposa Giulietta Masina, que era tan buena. Irma la dulce era mi tratamiento del mismo tema, el de las prostitutas, pero Cabiria era mejor». ¿Una falsa modestia? ¿O de verdad Wilder nunca se sintió a gusto con el filme? ¿Acaso fue que se quedó con las ganas de saber como hubiera sido tener a Marilyn haciendo de prostituta parisina? «Marilyn era como fumar. Sabía que era malo para mi salud pero no podía detenerme», confesaba. Pero también anotaba que, «El reparto hace una gran diferencia. Si Marilyn Monroe hubiera sido Irma, habría sido una película totalmente diferente. Esto podría haber salvado su vida. Podría haberme costado la mía». Actor y actriz sabían que trabajar juntos era de alguna forma beneficioso para ambos y las negociaciones para hacer un tercer filme venían marchando. Pero Marilyn leyó en un periódico unos comentarios cáusticos de Wilder acerca de su dificultad para recordar las líneas de diálogo y se enfureció. Lo llamo a su hogar y le dejo mensaje nada amistoso, dando por terminada su relación laboral.

Irma la dulce (Irma la Douce, 1963)

Tras descartar también a Elizabeth Taylor («demasiada energía para Irma») y a Brigitte Bardot («su acento era un problema»), Wilder recurre –resignado o no- a la pareja protagónica de El apartamento (The Apartment, 1960), para de este modo contar una historia que ocurre en las calles en las inmediaciones del mercado parisino de Les Halles, entre las prostitutas de las aceras del barrio. «Yo quería la acción en el mercado. Nadie nunca mencionó el simbolismo de la carne cruda para la venta. Eso también». El tema del ex policía ingenuo que se enamora de una prostituta y luego se convierte en su celoso y explotador proxeneta no parecía el material adecuado para una comedia, pero Wilder y Diamond –a partir de un renombrado musical homónimo francés, escrito por Alexandre Breffort y musicalizado por Marguerite Monnot- consiguen adecuarlo a través de la sublimación y la caricatura. El resultado es tan artificial como delicioso. Y nada musical. Los guionistas dejan la música en la parte de atrás del decorado y se dedican a explorar las posibilidades cómicas del singular grupo humano que querían retratar.

Evocaba Diamond que, «La prostituta es una de las más penetrantes figuras en la literatura y siempre ha tenido una fascinación especial para los escritores y para el público. En la pantalla usualmente es retratada como una “hospedera” dura o como una figura trágica apoyándose contra un poste. Pero las poules alrededor de Les Halles, sin importar sus problemas personales, eran una pandilla bullosa. Y este es el espíritu que tratamos de capturar en la película». MacLaine y Lemmon tuvieron una larga entrevista con Marguerite, una prostituta profesional parisina, buscando documentarse y preparar su rol. Pero esto no fue necesario: toda la problemática social y personal queda aquí a un lado. Wilder no va a juzgar a las prostitutas, pero tampoco va a burlarse de ellas. Le van a servir de instrumento para hacer un comentario sobre la doble moral y la hipocresía de las que ellas eran victimas. Y lo va a conseguir despojando de seriedad y de tridimensionalidad a todos los personajes del filme, que van a partir de ese momento a convertirse en meras caricaturas, que viven en una ciudad igualmente artificial, construida por Alexandre Trauner en los estudios de Sam Goldwyn en Hollywood.

Conocidas las reglas del juego, que apuntaban a que nadie se ofendiera con el tratamiento, sólo faltaba que el guión lograra el milagro de la risa. Y Wilder y Diamond lo llenaron de juegos verbales, dobles sentidos, diálogos chispeantes, unos giros poco convencionales y un barman, Moustache, que se roba por completo el show. A propósito de él, le decía Wilder a Charlotte Chandler que, «Un actor del que estaba seguro era Charles Laughton, el Moustache perfecto, el barman y narrador. Él estaba entusiasmado con el papel, tenía un millón de ideas para el personaje. Pero estaba muy, muy enfermo y murió antes de que empezáramos a rodar. Pobre alma». Fue reemplazado por Lou Jacobi, en una interpretación sencillamente genial. La Paris de Wilder no era auténtica: los protagonistas tampoco. Pero una y otros estaban llenos de encanto. Tanto que una vez le preguntaron a un destacado político norteamericano su opinión sobre la capital francesa, y dijo sin ni siquiera dudarlo: «He estado en el verdadero París y en el que Wilder construyó para la United Artists, y sin dudas me quedo con el último».

Irma la dulce (Irma la Douce, 1963)

El asunto es de atmósfera, de sabor, de cierta picardía aunada a un inocultable y paradójico candor que sazonan cada una de las situaciones y las hacen realmente entrañables, sin la sordidez que un tema como este podría reflejar. Ya mencionamos la caricatura, ahora es la sublimación la que marca la diferencia. Los espectadores sabían que el director no estaba tomando muy en serio el tema del filme: los diálogos, los colores, la ambientación, la música se lo decían. ¿Por qué tendría entonces que enojarse alguien del público? ¿Quién no querría divertirse? Recordaba Wilder que, «Los críticos no estaban felices, pero el público si lo estaba. Las únicas personas que objetaron la inmoralidad fueron hombres. Pienso que tienen mentes más sucias. Las mujeres la encontraban divertida». The New Yorker afirmaba que el guión era un «modelo de vulgaridad», Leo Mishkin en The Morning Telegraph, calificaba al filme como «el espectáculo más vulgar, vergonzoso y repugnante del año, un ejercicio impúdico y ridículo de pornografía más adecuado para un prostíbulo que para su exhibición en las salas comerciales», mientras el productor Hal Wallis, en carta al jefe de la Oficina Hays, decía: «… un trozo de celuloide pornográfico, salaz, de mal gusto, obsceno y ofensivo… lo único digno de admiración en esta película ha sido su habilidad [de Wilder] para darles a ustedes gato por liebre y obtener el sello de aprobación de su oficina. Esta es sin duda la cosa más asquerosa que he visto en la pantalla en toda mi vida».

Wilder y Shirley MacLaine durante el rodaje de Irma la dulce (Irma la Douce, 1963)

Terminó el siglo XX, muchas de las películas de los años sesenta lucen antiquísimas, pero Irma la dulce continúa siendo un modelo de comedia divertida, fresca, sana, ya hasta ligeramente ingenua. ¿Estaba adelantada a su tiempo y por eso parte de la crítica no supo apreciarla? Es difícil saber que tan arriesgada era la película al momento de su estreno, pero cabe anotar que fueron varios los consejos que Jack Lemmon recibió para que no aceptara el papel, pues le aseguraron que iba a arruinar su carrera. Pero lo cierto es que si uno es objetivo, la película tiene incluso al final un tono moralizante, de “salvación del arroyo” que parece entre impuesto y colocado allí para evitarse dolores de cabeza y enmendar algún mensaje confuso que podría haberse estado dando. Wilder era arriesgado pero no insensato: sabía que estaba trabajando desde el mainstream y allí quería quedarse. No iba a sacrificar el éxito presente y futuro por veleidades rebeldes y escandalosas que iban a generarle simpatías de los independientes, pero rechazo del grueso del público, así como el desinterés de sus productores y actores.

Por eso el empaque puede lucir temerario, pero el contenido es transparente y candoroso. Es una historia de amor, en la que un hombre debe hacer muchos sacrificios para que su amada cambie. En el camino sufrirá la incomprensión y el rechazo de esta mujer –Irma- que no entiende lo que están haciendo por ella y que siente celos de las supuestas parejas de Nestor, el antiguo policía que ahora trabaja arduamente –sin que ella lo sepa- para sostener el tren de vida de Lord X, el personaje ficticio que él mismo inventó para que su Irma no tenga más clientes distintos a él mismo. El dinero que Lord X le paga a Irma por sus continuos servicios es el que Nestor debe conseguir trabajando secretamente en el mercado en múltiples oficios. El cansancio que siente todo el día, Irma lo interpreta como desinterés, abandono y engaño. Empieza a sospechar que él tiene otras mujeres y un día le pide a Lord X que la lleve consigo a Inglaterra. Ese día Nestor decide matar al personaje, sin saber que eso le traerá complicaciones adicionales, que es mejor que el espectador descubra por sí mismo.

Wilder y Jack Lemmon durante el rodaje de (Irma la Douce, 1963)

En últimas, Wilder convierte a Irma la dulce en una fábula dulce. En su autobiografía No Minor Chords, el compositor André Previn hace eco de esa sensación: «Recuerdo una larga escena en la película en la que Jack Lemmon, el inocente completo, se preparaba para su primera noche carnal con Shirley MacLaine. La secuencia estaba llena de bromas, tanto verbales como visuales; la trampa de subrayar todos los instantes cómicos con música era ciertamente seductora. Billy me pidió en vez de eso que escribiera música romántica; no eróticamente romántica, sino dulce y simple, sin tener en cuenta las bromas. Por supuesto que él tenía razón y el resultado final fue curiosamente conmovedor». Previn ganaría el Oscar por la banda sonora de esta película, que obtuvo además otras dos nominaciones, para Shirley MacLaine y para el cinematografista Joseph LaShelle. Un final feliz. ¿Verdad qué esto es muy romántico?

Publicado en el libro Elogio de lo imperfecto: El cine de Billy Wilder, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2008, p. 129-133
©Editorial Universidad de Antioquia, 2008.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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