Si algo puede salir mal… : Ascensor para el cadalso, de Louis Malle
“Todo Louis Malle, con todas sus cualidades y defectos, estaba en Ascensor para el cadalso.”
-François Truffaut
No hay prólogo alguno que nos prepare: cuando empieza Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud, 1958) las cosas ya están en movimiento y en los próximos minutos se van a desarrollar los hechos. Tienen la urgencia de la pasión, la adrenalina de lo prohibido, el arrojo de lo que no tiene marcha atrás. No entendemos muy bien lo que está sucediendo, pues nadie se tomó el trabajo de presentarnos a los personajes. Además, pensándolo bien, dos de ellos tampoco querrían ser presentados: son cómplices en un plan criminal que se está desarrollando casi en tiempo real frente a nosotros.
La pareja que ha urdido el crimen –Florence y su amante Julien– ha planificado hasta el último detalle. Es sábado en horas extras, hay muy pocas personas en las oficinas donde trabaja Julien, su entrenamiento como exmilitar en Indochina y Argelia lo ha preparado para el esfuerzo físico y la sangre fría requeridas para cumplir su cometido. Tiene coartada y testigos que darían fe de su inocencia, tiene el impulso que le da el amor prohibido que siente por Florence, tiene todo bajo control. O eso cree él. Pero cuando las cosas tienen que funcionar de manera tan milimétrica y cuidadosamente precisa, el azar entra a jugar y hacer de las suyas. Y el azar es caos, y el caos en este filme es oscuridad, falta de control, aislamiento, claustrofobia, impotencia, desconfianza y esa sensación incómoda de haber sido traicionados.
Desde el título del filme sabemos hacia donde se dirige realmente este plan, cuál va a ser el resultado. Entonces lo que vamos a presenciar durante casi hora y media es la intromisión del caos, su efecto demoledor, sus extensas ramificaciones, la bola de nieve en la que se convierte, y como asfixia y aniquila. Lo calculado con el deseo se va a estrellar contra la impredecible realidad, contra el error, contra el absurdo más inverosímil. Lo que ocurre entre las 7:00 pm del sábado y la mañana del domingo es lo que este filme va a relatarnos, sin darnos un segundo para reponernos. Pasamos de ser testigos involuntarios del complot de una pareja, para convertirnos en espectadores privilegiados de la destrucción del mismo y de la manera en que cada uno de ellos reacciona ante un desastre cuyas consecuencias ignoran y del que también están a ciegas, pues Florence –belleza errante y pensativa en las calles nocturnas y lluviosas de París– supone cosas sin saber si son ciertas, mientras para Julien la sorpresa es todavía mayor: pareciera que durante esa noche un doble suyo sembró la anarquía en las afueras de París en su nombre.
La perplejidad de los protagonistas del filme ante el abismo que se yergue ante ellos -una sima provocada por circunstancias aparentemente incomprensibles- es el precio inicial que deben pagar por sus actos. La maldad de sus intenciones quizá en otro tipo de filme haya salido impune, pero no en Ascensor para el cadalso. Louis Malle va a ser punitivo y a jugar con sus destinos, haciéndoles sufrir un pequeño infierno antes que la justicia de los hombres los juzgue. Por ejemplo, ¿Se dieron cuenta que, excepto en fotos, nunca vemos juntos a Florence y a Julien? Ya estaban condenados, pero no lo sabían.
Louis Malle llega a este filme gracias a su amigo y excompañero de estudios en el IDHEC (Institut des Hautes Études Cinématographiques), Alain Cavalier, que había leído la novela de Noël Calef, Ascenseur pour l’échafaud, publicada en 1956, y le pareció interesante como punto de partida para un film noir. Cavalier le pasó el libro a Malle y este, buscando que se le permitiera adaptarlo, consultó el tema con Jean Thuillier, que había producido Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut, 1956) de Robert Bresson, filme en el que Malle había participado como asistente en el diseño de producción. Thuillier se mostró interesado y Malle recurre entonces al novelista Roger Nimier para escribir juntos el guion. Fue esa labor conjunta la que hizo que el personaje de Florence –que iba a convertir a Jeanne Moreau en una verdadera estrella, pese a llevar ya nueve años en el cine– tuviera relevancia y se hiciera protagonista.
Thuillier terminaría produciendo el futuro filme, que tuvo la fortuna de contar con el cinematografista Henri Decaë –que a esas alturas ya había trabajado para Jean Pierre Melville y tenía en el porvenir obras de Truffaut y Chabrol– cuya experiencia compensaba la que no tenía el novato realizador y guionista. Decaë rodó en las calles, con la cámara camuflada en un cochecito de bebé y aprovechando la luz de las vitrinas y de los postes para iluminar apenas el rostro lleno de interrogantes de Florence mientras en off su pensamiento nos habla: “Te he perdido en esta noche, Julien. Debí dejarte en paz, no besarte, no acariciar tu cara. Si no mataste a Simón, no importa. Si tuviste miedo, tanto mejor, pero debes volver, debes estar vivo, a mi lado. Julien, es necesario. Es necesario”. La presencia de Jeanne Moreau le da peso y presencia a esas secuencias nocturnas, donde una mujer busca inútilmente a su amante y cómplice. Solo la acompaña el jazz de la banda sonora.
En el diálogo con Philip French que se convirtió en el libro Malle on Malle, el director francés recordaba que “Me doy cuenta ahora cuando veo Ascensor para el cadalso que me las arreglé para inyectar –ya que teníamos el argumento, pero el argumento era como un esqueleto– una cantidad de temas que eran, probablemente de manera inconsciente, tan cercanos a mí que reaparecerían en mi trabajo posterior. Pero yo también quería hacer un buen thriller. La ironía es que yo realmente estaba dividido entre mi tremenda admiración por Bresson y la tentación de hacer un filme al estilo de Hitchcock. Así que hay algo de Ascensor que va del uno al otro” (1). Es cierto, el obligado encierro de Julien y sus intentos de escapar remiten claramente al Bresson de Un condenado a muerte se ha escapado, mientras lo meticuloso del plan criminal se acerca al descrito por Hitchcock en La llamada fatal (Dial M for Murder, 1954), aunado al suspenso frente al destino de los protagonistas. Sin embargo este es un thriller francés y por ende está completamente apegado al momento sociopolítico de esa parte final de los años cincuenta, algo que el cine de Hitchcock jamás consideraría.
Julien es un excapitán y paracaidista veterano de dos guerras coloniales, su formación castrense es la que le permitiría ejecutar el crimen propuesto. “Es un héroe de guerra. Tiene muchas heridas”, dice de él una florista. Su actitud deja ver esas heridas en la cansada desilusión que manifiesta y la total pérdida de unos valores que algún día le importaron. Algo similar ocurre con el fatalismo de Florence. A ellos se contraponen dos jóvenes (interpretados por Georges Poujouly y Yori Bertin), una pareja impulsiva y anárquica de blousons noirs, dispuestos a no cargar con la historia de sus padres y abuelos, a destruir lo establecido y a matar si es necesario. Del contraste entre las dos parejas obtiene el filme grandes dividendos, pero así mismo se hizo a fuertes críticas al momento de su estreno acusándola de fascismo latente, pues ademàs el jefe de Julien es un tratante oficial de armamento, con altos contactos políticos y gubernamentales.
Podrían haberla acusado también de influenciar a Godard para hacer Sin aliento (À bout de soufflé, 1960), pues el delincuente juvenil que roba un auto para descubrir en él un arma, cometer un crimen y refugiarse luego en el pequeño apartamento de su pareja, no solo hace parte de Ascensor para el cadalso sino que está presente así mismo en el primer largometraje de Godard. ¿Coincidencia? Godard trabajaba como crítico de cine cuando se estrenó el filme de Malle y es muy probable que lo haya visto. Hasta qué punto le influyó para inspirar su propia ópera prima no lo sabemos.
Intencionalmente he dejado para el final lo que hace a Ascensor un filme tan recordado. Louis Malle era un fanático del jazz y logró algo casi inverosímil: que Miles Davis hiciera la banda sonora de esta película improvisando frente a la pantalla. El trompetista fue a Paris, contratado por Marcel Romano para una serie breve de conciertos y tocar en el Club St. Germain. Gracias a Boris Vian, que en ese momento era director de la sección de jazz de la Phillips en Europa, Malle pudo conocer a Miles y convencerlo de hacer la banda sonora tras proyectarle dos veces el filme y escoger los segmentos que el músico consideró apropiados. No andaba con sus músicos habituales, entonces contó con el baterista Kenny Clarke que vivía exiliado allá y con tres músicos franceses, Barney Wilen en el saxofón tenor, René Urtreger en el piano y Pierre Michelot en el bajo. Se alquiló el estudio de grabación Le Poste Parisien cerca a los Campos Elíseos y en una sola jornada nocturna entre el 4 y el 5 de diciembre de 1957 se hizo la irrepetible sesión mientras se proyectaban los segmentos escogidos.
En un pequeño texto que acompaña al CD de la banda sonora, editado por Polygram en 1988, Boris Vian recordaba lo ocurrido: “Jeanne Moreau, la estrella del filme, estaba allí, recibiendo alegremente a los músicos y a los técnicos en un improvisado bar. Los productores y el equipo técnico estaban ahí, así como Louis Malle, que se esforzaba por conseguir de Miles lo que quería añadir a la película. En la pantalla se mostraban las principales escenas del filme a unos músicos totalmente relajados que se metieron en la atmósfera de la cinta y empezaron a improvisar mientras proseguía la proyección”. El resultado fue una elegante suite de diez piezas que le suman nostalgia, anhelo y evocación a unas imágenes que hoy no podemos imaginar sin esa melodía que las acompaña y complementa. En un relato en el que todo salió mal para los protagonistas, esta banda sonora fue un éxito absoluto y convirtió al filme en una curiosidad cinéfila y jazzista.
Buen comienzo para la carrera de un director que cuando se estrenó comercialmente Ascensor para el cadalso, el 29 de enero de 1958, apenas tenía 25 años. El filme, además, ganaría el Premio Louis Delluc. El futuro se auguraba promisorio.
Referencia:
1. Philip French (Ed.), Malle on Malle, Londres, Faber and Faber, 1996, p. 14
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