Los que se resisten a morir: El club de los desahuciados, de Jean-Marc Vallée

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La historia real de Ron Woodroof la contó el periodista Bill Minutaglio en un artículo llamado “Buying Time” (Comprando tiempo) publicado en la revista Dallas Life del periódico The Dallas Morning News en agosto de 1992, que relataba la vida y milagros de un vaquero convertido en contrabandista internacional de medicamentos. Diagnosticado seis años antes con la infección por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), Woodroof –un hombre heterosexual y homofóbico- se convirtió en inesperado activista por el derecho de los pacientes a obtener medicamentos para tratar su enfermedad, conformando un club, el Dallas Buyers Club (DBC), que ofrecía a sus clientes la posibilidad de acceder a terapias aún no aprobadas en los Estados Unidos por la agencia regulatoria gubernamental, la U.S. Food and Drug Administration (FDA). Según relata el artículo de Minutaglio existían en el país nueve de esos clubes, en ciudades como Fort Lauderdale, Atlanta, San Francisco y Nueva York. En esta última ciudad funcionaba el más antiguo y organizado de ellos, el PWA Health Group. El de Dallas era el club más temerario de todos, con conexiones subterráneas con México, Japón, Dinamarca y otros países.

Alguien que probablemente leyó ese texto fue quien le sugirió al guionista Craig Borten que entrevistara ese mismo mes a Ron Woodroof con el propósito de hacer una película sobre su vida. Borten grabó alrededor de veinte horas de conversaciones con este vaquero, que moriría de Sida al mes siguiente, en septiembre de 1992. El guionista, que también tuvo acceso a sus diarios personales, se unió a la escritora Melisa Wallack para elaborar el manuscrito que veinte años después se convertiría en el filme llamado acá El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013), dirigido por el canadiense Jean-Marc Vallée.

Jared Leto (izq.) y Matthew McConaughey en El club de los desahuciados (2013)

Jared Leto (izq.) y Matthew McConaughey en El club de los desahuciados (2013)

El actor Matthew McConaughey se deshizo de 23 kilos para dar vida a Ron Woodroof, un personaje bastante difícil de querer: un vaquero vulgar, promiscuo, bebedor, drogadicto, pendenciero y homofóbico. Una mezcla que en un año como 1985 lo hacía perfecto candidato para infectarse con el VIH, en un momento aún muy temprano para esta enfermedad. El miedo y el desconocimiento eran los factores comunes entre los infectados, que no obtenían respuestas de un cuerpo médico y de unos investigadores atados al rigor de unos ensayos clínicos que primero debían verificar los beneficios de los escasos medicamentos disponibles antes de poder suministrárselos a los pacientes. Uno de ellos es la zidovudina (AZT), que se convertiría en el primer medicamento licenciado por la FDA para el tratamiento de esta infección.

Ante ese estado de las cosas, Woodroof decide cruzar la frontera sur e irse a México buscando allí alternativas que le permitan prolongar su vida. Lo que allí encuentra se antoja incluso una oportunidad de negocios: traer de contrabando esos medicamentos y venderlos a los pacientes de Dallas. Para acercarse a la comunidad homosexual se vincula –muy a su pesar- con un transexual VIH positivo apodado Rayon (el actor Jared Leto) y entre los dos crean el club que les permite vender membresías mensuales a cambio del suministro de unos medicamentos de cuya eficacia y posología nadie tenía certeza, pero que eran para los pacientes la diferencia entre estar vivos o muertos.

La película avanza en dos direcciones paralelas, una es la personal, que se refiere a la toma de conciencia de Woodroof frente a su compleja situación propia y la de los demás infectados, independientemente de su orientación sexual. Dejando de lado sus prejuicios, el protagonista acepta que todos estaban remando en el mismo barco; y la otra dirección del filme es la colectiva, en la que el personaje toma las banderas de la batalla por el acceso a los medicamentos, rígidamente controlado por la FDA, que lo lleva a los estrados para enfrentarse de manera individual contra un enemigo demasiado poderoso.

Jennifer Garner en El club de los desahuciados (2013)

Jennifer Garner en El club de los desahuciados (2013)

El filme sirve como testimonio de una época precisa y de una situación social desesperadamente aguda, pero al cerrar su mirada sobre Ron Woodroof (dando oportunidad al lucimiento de Matthew McConaughey), la película pierde de vista e ignora el trabajo que los grupos de activistas organizados hicieron para enfrentar esta misma problemática. Uno de esos grupos es la AIDS Coalition to Unleash Power (ACT UP), protagonista de un documental reciente que complementa perfectamente a El club de los desahuciados. Se trata de How to Survive a Plague, del productor, guionista y director David France y que compitió el año anterior por el premio Óscar a mejor largometraje documental. Haciendo acopio a material de archivo de los años ochenta, el filme reconstruye la labor de los activistas de este grupo neoyorquino de infectados y de voluntarios que desarrollaron estrategias mediáticas y de movilización ciudadana para protestar por la discriminación de los enfermos en los servicios de salud y en los hospitales, la tardanza para la aprobación de los medicamentos y la poca importancia que en la agenda gubernamental estaba teniendo esta enfermedad cuyos muertos se contaban por miles.

Jared Leto y Jennifer Garner en El club de los desahuciados (2013)

El club de los desahuciados da la idea de una lucha solitaria, pero la verdad es que se necesitaba de una estructura de apoyo colectiva muy grande e influyente que pudiera tener un impacto real en las decisiones de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por su nombre en inglés) que apoyaba –según los activistas- a cuentagotas la investigación sobre el tratamiento de esta enfermedad. Los de ACT UP tenían el compromiso de estudiar el tema desde lo científico, buscar medicamentos experimentales, hacer plantones, marchas, protestas, repartir volantes, recaudar fondos, enfrentar la represión policial y la cárcel, tomarse eventos científicos, catedrales y compañías farmacéuticas para obligar a la gente a despertar y a entender que el problema de VIH no era asunto de un grupo de homosexuales moribundos, sino de una sociedad entera que estaba desconociendo los derechos civiles de unos ciudadanos que estaban aterrados de ver como se les trataba como parias y se les dejaba a su suerte.

How to Survive a Plague (2012), de David France

How to Survive a Plague (2012), de David France

How to Survive a Plague nos muestra detalladamente esa actividad pero no olvida el aspecto humano. Esta es una protesta con rostros, con nombres, con víctimas. Muchos de ellos están muertos desde hace más de 25 años, pero su trabajo y su ímpetu es lo que un filme como este celebra. Varios de los activistas de ACT UP sobrevivieron a esos años de desconcierto y terror, beneficiados por la aparición de nuevos medicamentos que desde 1996 se empezaron a suministrar de forma combinada, dándoles la oportunidad de convertir su “pena de muerte” en una enfermedad crónica que han aprendido a sobrellevar y a controlar. Sus rostros actuales son los de unos valerosos supervivientes. Su testimonio es de enorme valía para entender la fuerza que tienen los grupos sociales que se organizan para un objetivo común, amparados en la defensa de la vida.

Cuando uno ve los esquemas actuales de tratamiento para la infección por el VIH y da por sentados nombres como tenofovir, emtricitabina o atazanavir, tiene que recordar que detrás de la aparición de los primeros medicamentos hubo el empuje de hombres como el vaquero Ron Woodroof y los activistas de ACT UP tales como Larry Kramer, Peter Staley, Jim Eigo, Bob Rafsky o Scott Wald que no iban a permitir que los dejaran morir sin luchar. Gracias a ellos y a su obstinación muchas personas anónimas sobrevivieron al VIH y están con nosotros aún.

El club de los desahuciados y How to Survive a Plague pasan a engrosar la selecta filmografía sobre el Sida, un puñado de películas valientes que nunca nos deben dejar indiferentes y de las que siempre tendremos algo que aprender.

Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (02/0214). Págs. 8-9
©El Colombiano, 2014

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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