El gran concierto, de Radu Mihaileanu: La banda está borracha…

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Aunque se asuma que la comedia tiene más libertades narrativas y formales que otros géneros, no por ello debemos cerrar los ojos y aceptar cualquier despropósito solo porque estamos frente a una. Es posible (y deseable) juzgar una comedia y exigirle inteligencia, humor, buenas ideas y personajes sólidos, y así mismo identificar cuando se carece de estos mismos elementos.

Todo esto a propósito de El gran concierto (Le Concert, 2010), del rumano Radu Mihaileanu, una comedia que en el papel –me refiero a la anécdota que la hizo germinar- es más interesante que su complaciente resultado final, pensado específicamente para manipular al público y hacerle creer que está ante gran cine, cuando en realidad tiene frente a sí una dispareja colcha de retazos llena de estereotipos y lugares comunes, dispuestos en un empaque reluciente y simpático que va a atraer y a conquistar a muchos espectadores desprevenidos, pues incluye bombas lacrimógenas, música clásica, la belleza de París, la revancha de los perdedores de siempre y la presencia –esa sí a toda hora bienvenida- de Mélanie Laurent, la joven y hermosa actriz francesa.

La historia de Andrei Filipov (interpretado por Aleksei Guskov), antiguo director de orquesta del Bolshoi condenado desde hace treinta años al ostracismo laboral, y que ahora ve la oportunidad de reunir de nuevo a sus músicos, recuperar su prestigio y tras mucha vicisitudes viajar a París -haciéndose pasar todos por su antigua agrupación- invitados a dar un concierto en el Théâtre du Châtelet, tiene la anarquía de las películas de Emir Kusturica y de los hermanos Marx, pero sin una pizca del talento que estos exhiben en sus obras.

El gran concierto (Le Concert, 2010)

El gran concierto (Le Concert, 2010)

Mihaileanu –autor de Vete y vive (2005)- parece dirigiendo con un libro de recetas cómicas ya previamente probadas en la mano: contrastes sociales y culturales Oriente – Occidente, burlas al comunismo y su decadencia, borrachos, uso de estereotipos sobre la picardía de los rusos, los judíos y los gitanos; personajes que son pura caricatura (véase el “rey del gas” y casi todos los miembros de la orquesta), enredos idiomáticos, soluciones de última hora y una apoteosis final donde todos se redimen a sí mismos, presos de la emoción, la nostalgia o la posibilidad de tener un propósito vital común. Añádase a esta fórmula una subtrama que incluya a) un romance improbable ó b) un secreto dramático y trágico (una enfermedad terminal, el revelar quién es el verdadero padre de alguien, etc.) que ponga al público a sollozar y… listo. El éxito de taquilla se ve venir. Pero créanme, ya antes hemos oído y visto esto en muchas otras películas de mejor factura, lo que ocurre es que el espectador quiere pisar siempre terreno seguro y no arriesgarse, y sabedores de eso los productores van a complacerlo cada tanto con más de lo mismo, ni más faltaba.

¿Estoy siendo injusto con una película conmovedora, cálida, optimista y llena de música sublime que deja los corazones henchidos? No. Simplemente creo que es una oportunidad perdida, un filme malogrado por la falta de ambición. Sería tonto negar que tiene momentos graciosos y emotivos, pero estos son superados por bochornos sucesivos y por una costura efectista que se trasluce sin mayor esfuerzo. El gran concierto tenía como ser una comedia más que digna, pero le faltó inteligencia para trascender las limitaciones de su relato, que terminaron por convertirla en una película previsible e intrascendente: ruido de fondo antes que melodía memorable.

Publicado en la revista Arcadia No. 64 (Bogotá, enero de 2011). Pág. 36
©Publicaciones Semana S.A., 2011

le concert poster

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