En busca de luz: Hadewijch, de Bruno Dumont
«Aquí la victoria me espera;
quiero vencer; que Dios me dé
lo que se encuentra en el único Amor.
Si tal es su deseo,
El desastre será mi honor»
– Hadewijch de Amberes, siglo XIII
El quinto largometraje escrito y dirigido por Bruno Dumont, Hadewijch (2009), es el relato desilusionado de la búsqueda espiritual que emprende una mujer joven, Céline (interpretada por Julie Sokolowski), una estudiante de teología que cree ver en su fe cristiana la respuesta a sus inquietudes místicas, pero que –pese a sus esfuerzos y a su fervor- esta solo le genera enormes dudas y cuestionamientos.
Céline, en el noviciado francés en el que se encuentra, se identifica con Hadewijch de Amberes, una mística del siglo XIII que hizo parte de la comunidad de mujeres laicas católicas conocidas como beguinas. La veremos siempre en actitud de oración, deambulando por los bosques que rodean el convento o haciendo penitencia ayunando. No hay una voz interior o un momento de introspección que nos deje saber lo que siente o piensa, tan solo vemos ritos externos que dan cuenta de su entrega religiosa. No sabemos hace cuanto o cómo llegó allá, pero podemos darnos cuenta de lo radical de su entrega.
Sin embargo lo extremo de sus actitudes genera desconfianza entre las superioras del lugar, que deciden retornarla temporalmente al mundo exterior para que se enfrente a él. Céline regresa a la París donde viven sus padres. Oh sorpresa, sus displicentes padres viven en lo que se ve como un lujoso palacio urbano. Son tan ricos como desinteresados por su hija, una chica ingenua que no está preparada para el mundo, como tampoco parece estarlo para la vida contemplativa.
De repente llegamos a donde quiere traernos Bruno Dumont desde el principio: la decepción espiritual de Céline ante la falta de respuestas de Dios a sus continuas plegarias. Ella se siente arando en el mar, en una empresa estéril que debe reconocer que la ha dejado tan sorprendida como vacía. ¿Por qué Dios, a quién ama con absoluta devoción, no se manifiesta ante ella? ¿Por qué solo es digna de su silencio? El cine de Ingmar Bergman se hizo siempre estas preguntas, reflejo de la decepción religiosa de su autor, que por eso puso a navegar a sus personajes en navíos personales sin timón y sin brújula, a los que no les esperaba un destino diferente que el naufragio.
En Hadewijch, Dumont propone otra alternativa: canalizar la desilusión de Céline y hacerla presa fácil de cualquiera que le ofrezca un alivio a su sed de respuestas. Y eso incluye a aquellos que buscan adeptos para sus causas fanatistas radicales. Y ella –frágil y altamente influenciable- se convertirá entonces en una idiota útil, en un títere de quienes le hacen creer que adoptando su lucha está por fin logrando esa anhelada comunión espiritual con Dios. “El desastre será mi honor”, escribía la Hadewijch de Amberes ocho siglos atrás, palabras que Céline acoge como suyas sin saberlas. “El caos será mi honor”, podría cantar ella, ciega ante el daño que puede y va a causar con sus actos.
Este “lavado de cerebro” de Céline está contado con tan pocos elementos narrativos como lo fuera antes su profesión de fe: de ambos hechos debemos convencernos nosotros mismos, Dumont no va hacerlo. Realmente parece poco creíble que una joven que seguramente recibió una educación escolar privilegiada se deje llevar tan fácilmente por personas semi desconocidas que le adoctrinan de manera tan burda, pero también está el hecho de que ella es una persona crédula por naturaleza, capaz de confiar en lo invisible, en lo inmaterial. Ella busca alcanzar su iluminación espiritual provenga de donde provenga y si en el cristianismo no ha encontrado respuestas, quizá el Corán las tenga.
Dumont celebra su capacidad de creer, su candor y su pureza, no la juzga ni la critica por ello. Tan es así que le tiene un inesperado premio. Durante todo el metraje hemos visto un albañil (interpretado por David Dewaele que venía de actuar en Flanders) que trabaja en el convento y que después es puesto preso por razones desconocidas. Su historia no está relacionada con la de Céline y durante un tramo del filme parece que Dumont lo olvidó. Al final sale de la cárcel y regresa a trabajar en el convento, donde vuelve a ver a la joven novicia con la que no tiene ningún dialogo. Sus trayectorias se cruzan un momento, pero eso es todo. Sin embargo este personaje tendrá una importancia fundamental en el final de Hadewijch –que obviamente no revelaré para el lector– devolviéndole a Céline una esperanza que parecía irremediablemente perdida. Ella encuentra resonancias espirituales en un gesto salvador que para ella también es sanador. Ve por fin luz entre tanta oscuridad que la circunda, respondiendo con ello a unas palabras de Bruno Dumont que se antojan precisas: “Creo en el cine más de lo que creo en la vida. Estoy impresionado por el poder del cine, por las posibilidades de representación. En el cine, es posible representar a Dios; es posible en el cine creer en Dios” (1).
Referencia:
1. Tom Hall, A Conversation With Bruno Dumont (HADEWIJCH), página web: www.hammertonail.com
Disponible online en: http://www.hammertonail.com/interviews/a-conversation-with-bruno-dumont-hadewijch/
Publicado en la revista Kinetoscopio no. 121 (Medellín, vol. 28, 2018), págs. 29-31
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2018
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