La historia de Souleymane, de Boris Lojkine

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Casi la mitad de los inmigrantes que viven en Francia proviene del continente africano: unos 3.5 millones de personas que llegaron desde Argelia, Marruecos y Túnez —países donde la historia colonial aún proyecta su sombra—, o desde las regiones subsaharianas que hoy huyen del hambre, la guerra y la intemperancia política. Entre 2023 y 2024, la OFPRA (Oficina Francesa de protección de los refugiados y apátridas) registró cerca de 150.000 solicitudes de asilo; detrás de esas cifras aparecen lugares como el Congo, Guinea o Costa de Marfil. Quienes logran llegar, tras periplos de dolorosa complejidad, encuentran refugio en los márgenes de las grandes ciudades, en los barrios periféricos que concentran la precariedad y la esperanza, donde la discriminación racial y religiosa se confunde con la rutina. Francia, heredera de su propia historia y de sus contradicciones, sigue intentando conciliar el ideal republicano de igualdad con la realidad de una sociedad que no siempre sabe cómo acoger a quienes llaman a su puerta.

La historia de Souleymane  (L’histoire de Souleymane, 2024)

El director Ladj Ly nos mostró en Los miserables (Les misérables, 2019) el explosivo caldo de cultivo que ocurre con los inmigrantes y la policía en los suburbios orientales de París, mientras el tercer largometraje del realizador y guionista parisino Boris Lojkine, La historia de Souleymane  (L’histoire de Souleymane, 2024), se centró en aquel inmigrante que apenas va a regular su situación ante la OFPRA y que por ende se encuentra en el mayor grado posible de vulnerabilidad.  Lojkine lo bautizó Souleymane Sangaré, le puso fecha y lugar de nacimiento –Guinea, 17 de agosto de 1999-, le dio el rostro del actor natural Abou Sangare, pero representa a todos los inmigrantes, hombres y mujeres, que llegan desde África a un país con el que solo comparten el idioma y en el que han puesto todas sus esperanzas e ilusiones. Recibir el asilo es un anhelo que les abre unas puertas por ahora apenas entreabiertas. En La historia de Souleymane vamos a acompañar tres días a este hombre joven, mientras se prepara para la entrevista con la OFPRA.

La historia de Souleymane  (L’histoire de Souleymane, 2024)

No se lo imaginen estudiando historia francesa, preparando su atuendo u organizando cuidadosamente sus documentos en una carpeta. Esa no es esta película. Souleymane sobrevive día a día trabajando como domiciliario en bicicleta y dado que es indocumentado, “arrendó” una cuenta en una App de domicilios a otro inmigrante que le cobra por usarla; no tiene donde dormir, ni donde comer, y debe cada día recurrir –sin falta- a la línea telefónica del SAMU (Service d’Aide Médicale Urgente), para asegurar cama y comida en uno de los inmensos albergues para los sin techo de París. Vamos a seguirlo en sus agitadas jornadas de trabajo, un precario ejercicio de equilibrista en el que a toda hora está expuesto a los abusos, al desengaño, a la violencia. Boris Lojkine retrata a Souleymane con benevolencia, describiéndolo como un cruce de estoicismo y humildad. El protagonista sabe que sus derechos son limitados y que tratar de exigirlos puede costarle demasiado. Por eso aunque proteste termina bajando la cabeza y soportando una situación donde sus propios congéneres parecen los menos solidarios de todos.

La historia de Souleymane  (L’histoire de Souleymane, 2024)

El montaje del filme es el de la taquicardia de Souleymane: logra transmitirnos su ansiedad constante, su prisa infinita, su necesidad apremiante de que todo encaje (tráfico, pedidos, entregas, transporte público, dinero) para llegar hasta el siguiente día. Mientras tanto se preocupa por la salud de su madre, por el destino afectivo de una joven aún enamorada de él allá en Guinea, trata de aprenderse –lleno de dudas- el “guion” de lo que debe decir en la entrevista de asilo y busca la forma de pagar por los documentos que lo acrediten como miembro de un partido político en la oposición de Guinea. Lo suyo es un ejercicio constante de tolerancia a la frustración, que parece golpearlo por todos los costados. Pero el enfoque del director Lojkine no es miserabilista, es ante todo humanista y de denuncia. Souleymane no es una víctima, es un síntoma de un estado de las cosas que juega con la situación de completa vulnerabilidad de las personas y abusa de ellas. Con toda la adversidad a cuestas este hombre –a quien nunca vemos quebrarse pese al dolor físico y a la angustia- es a su vez un símbolo de resistencia y dignidad. Palabras que podrían también calificar al actor Abou Sangare, que sin ninguna experiencia artística previa debe salir en todos los planos del filme. En los créditos finales se le rinde por ello un especial homenaje. Él obtuvo el premio a la mejor actuación masculina de la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes, el premio Europeo de cine al mejor actor y el premio César al actor revelación por este magnífico rol.

La historia de Souleymane  (L’histoire de Souleymane, 2024)

La historia de Souleymane visibiliza a los invisibles, a los anónimos, a aquellos que viven en los márgenes de una sociedad que los acoge mirándolos por encima del hombro, mientras trata de integrarlos a un sistema social que por momentos parece obtuso, pero que, visto con otros ojos, no es más que una forma de violencia encubierta bajo la indiferencia y la burocracia.  En Souleymane se condensa el fracaso de la promesa republicana francesa y, al mismo tiempo, la persistencia de una humanidad que se niega a desaparecer. Su trayecto no es solo el de un inmigrante africano en Francia, sino el de cualquiera que todavía confía en que la dignidad puede ser una forma de pertenencia. Verlo pedalear, día tras día, es asistir a una forma contemporánea de resistencia: la del cuerpo que sigue en movimiento porque detenerse equivaldría a dejar de existir.  

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.            

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