La noche es mujer: Los amantes, de Louis Malle
“Los amantes es una película muy importante. No señala el primer ataque, sino la toma del control de una nueva generación de directores en un cine francés que, después de la guerra, parecía un campo cerrado para los menores de cuarenta años”
-Eric Rohmer
En una escena de Los amantes (Les amants, 1958), Maggy y su amigo Raoul son invitados por Henri Tournier, el esposo de Jeanne, a cenar a su hogar en las afueras de Dijon. Los invitados hacen parte de la alta sociedad parisina y Jeanne está teniendo un affaire con Raoul, aprovechando sus frecuentes viajes a Paris a visitar a Maggy, amiga desde la infancia. Henri sospecha de la relación y los invita para verlos de cerca. Durante la cena, Raoul habla de un viaje a Rusia mencionando que “es increíble, las fronteras no son más que una línea que podemos cruzar de un paso. Una vez dado, estamos en el extranjero”. El diálogo es menos inane de lo que uno supone: esa tierra “extranjera”, esa región desconocida puede estar haciendo referencia a la que está en las fronteras exteriores de la Carte de tendre, un mapa imaginario de las relaciones afectivas que data del siglo XVII y que apareció originalmente en la novela Clélie, de Madeleine de Scudéry. En esos bordes del mapa está “el mar peligroso” y más allá, arriba, los territorios desconocidos, o sea el amor. Esta cartografía es familiar para quienes hemos visto Los amantes: los créditos iniciales del filme corren por encima del mapa.
Pero esas palabras de Raoul también remiten a una tierra desconocida para Jeanne. Atrapada en un matrimonio con un ser cerebral y frío que la ignora, ha buscado atención, diversión y placer en los brazos de Raoul. Pero lo que no ha sentido esta mujer es la intensidad de la pasión amorosa, un territorio ignoto para ella, un lugar lleno de sensaciones, sed, deseo y riesgo. Eso va a experimentarlo esa misma noche con otro hombre, casi un desconocido para ella. “El amor puede nacer de una mirada. Jeanne, en un instante, sintió morir su vergüenza y su pudor. No pudo dudar. Uno no se puede resistir a la felicidad”, nos dice ella misma en tercera persona, como si hablara de alguien más. Y como si de otra persona se tratara, se deja arrastrar por ese impulso, guiada por un hombre que está experimentando lo mismo. Son dos ciegos caminando por un abismo. Y en él van a caer sin remordimiento alguno. Escribía François Truffaut reseñando esta película al momento de su estreno que “El amor es el tema de temas, particularmente para el cine, donde lo carnal no puede ser separado del sentimiento. Louis Malle ha hecho la película que todos llevan consigo en el corazón y sueñan volver realidad: la historia detallada del impacto de un rayo, el ardiente «contacto de dos pieles» que solo más tarde va revelarse como «el intercambio de dos fantasías»” (1).
Pero he empezado por el final. Para llegar hasta allá Los amantes nos ha hecho antes la descripción de l’ennui que vive Jeanne (interpretada por Jeanne Moreau, con quien Malle estaba teniendo un romance) y como trata de olvidarlo entregándose a la vida ociosa junto a Maggy en París. Louis Malle, cuya familia paterna era muy adinerada y que por ende conocía bien este tipo de sociedad, no tiene piedad con esos seres y la existencia vana que llevan. Opta por hacer una “comedia de costumbres” para satirizarlos y poder burlarse de estas personas que se levantan a las 11:45 am y que pasan el día jugando polo, yendo de compras, paseando perritos falderos o preparándose para la fiesta nocturna de rigor. El contraste con las vida acomodada, pero ascética, que lleva Jeanne en su hacienda de Dijon (la casa donde se rodó pertenecía a una tía de Louis Malle) junto a su esposo y a su hija es enorme. Además el conocer a un playboy como Raoul Flores la ha encandilado y ya lo que encuentra en casa no es suficiente ni satisfactorio para ella. En Dijon es una señora de casa, en París “se divertía, veía todo tipo de gente y escuchaba los piropos que la calmaban”, según nos cuenta ella misma, devenida en narradora del filme.
Sin embargo, esa existencia no acaba de llenar a Jeanne. Este diálogo entre Maggy y ella es sintomático:
-Piensa en Raoul, te adora. ¿No te basta? Pues déjate querer.
-Es lo que hago.
-Sé de muchas que se morirían por él. Tú estás tranquila porque lo tienes a tus pies. Cuando no estás se pasa las noches en vela preguntándose. Está acostumbrado a lo seguro, tú lo desconciertas.
-Lo sé, me lo ha dicho.
-Resumiendo, no duermo solo hasta el mediodía. ¿Amas a Raoul?
-Eso creo.
-“Creo”, ¡menuda respuesta! ¿Por lo menos vienes a París por él?
-Sí.
-¿Y no te puedes decidir a ser feliz? Me gustaría saber que te falta.
¿Qué le falta a Jeanne? ¿Por qué no se entrega a Raoul? Es muy significativo que en la noche que comparten en la casa de los Tournier en Dijon, cuando ya todos se van a dormir, Raoul la está esperando para llevársela a su habitación y ella se niega. “Tengo mucho miedo. Es peligroso y tonto”, le dice, temiendo la proximidad de su marido. Louis Malle sabe bien lo que no ha encontrado ella ni en su marido, ni en Raoul. La idea para Los amantes se inspira en un relato libertino de Vivant Denon (1747-1825), llamado Sin mañana (Point de lendemain), escrito en el siglo XVIII, acerca de una condesa que una noche experimenta un arrobamiento amoroso junto a un joven de veinte años. “Todo aquello había resultado algo atropellado. Sentimos que era culpa nuestra. Recuperamos con mayor detalle lo que se nos había escapado. Cuando el ardor es excesivo, la delicadeza es menor. Corremos tras el goce confundiendo todas las delicias que lo preceden: arrancamos un nudo, desgarramos una gasa; en todas partes la voluptuosidad deja su huella, y no tarda el ídolo en semejarse a la víctima” (2), escribe Denon. Malle le llevó el texto a la escritora Louise de Vilmorin para hacer junto a ella una adaptación, trasladando la acción del cuento al presente.
Rememora Malle que “trabajé con Louise, empujándola a escribir cosas que no estoy seguro que ella quisiera escribir. No pretendía hacer un filme que fuera considerado erótico o escandaloso. Eventualmente lo fue. Pero parecía crucial comprender porque esta mujer decide cambiar su vida por completo, como descubre en esta única noche algo que no tenía idea incluso que existiera: el aspecto físico del amor, el sexo. Y ocurre casi que por accidente” (3). Louise de Vilmorin no estaba de acuerdo con la parte final del largometraje y Malle tuvo que reescribir el guion y dejar mucho a la improvisación. El director quería que esa secuencia, que implica el encuentro de Jeanne con la auténtica pasión, reprodujera en la pantalla la atmósfera visual de las pinturas del alemán Caspar David Friedrich (1774-1840), contando para ello de nuevo con la cinematografía panorámica de Henri Decaë que logra capturar el lirismo de la noche y llenarla de romance y ensoñación.
Lo que le faltaba a Jeanne era encontrar un hombre que despertara en ella ese frenesí físico y mental, esa embriaguez que todo lo puede, que salta por encima de convenciones, de temores y tabúes. Y no se trata del frívolo Raoul, es un hombre –Bernard- de origen burgués pero que desprecia esa vida y que se dedica a la arqueología, una profesión más romántica que práctica. Al involucrarse con él, Jeanne está mudando de piel, está despertando a una nueva realidad donde las apariencias no valen, donde el sentimiento lo es todo. “¿Es un país el que te has inventado? ¿Para qué me pierda?”, le pregunta a él. La música de Brahms los acompañara en su paseo nocturno y en su exploración mutua en busca del éxtasis. Sin embargo Malle no está seguro del todo de que esa liberación de Jeanne vaya a ser completa o permanente o que más bien responda a un impulso del momento.
El autor habla de su película diciendo que “es una historia de amor a primera vista en su estado más crudo. En la mañana nuestros amantes se van juntos, pero el amanecer es cruel para los rostros. Ellos no se separan pero también entienden que ya han vivido lo mejor y que su vida diaria debe permanecer fiel a tal recuerdo” (4). El hechizo ha pasado, pero han ido muy lejos como para dar marcha atrás. Geneviève Séller en su texto sobre la nueva ola francesa, Masculine Singular: French New Wave Cinema, ahonda en el tema al afirmar que “La liberación –cuyo catalizador es el joven arqueólogo- consiste para la heroína en renunciar a su lugar en la sociedad para involucrarse por completo en una aventura amorosa. Esta confusión deliberada entre liberación y revelación amorosa se repite en la construcción de los personajes femeninos en la Nueva Ola, lo que para ellos implica borrar la idea de emancipación social” (5). Despertar al otro día para afrontar con dudas las consecuencias a largo plazo de una noche de placer donde se rompió con todo, no es exactamente una liberación positiva: es un salto al vacío. “Se fueron en un largo viaje, en el que conocieron las incertidumbres. No sabían si encontrarían la felicidad de su primera noche. Ya, en la peligrosa hora de la madrugada, Jeanne había dudado de ella. Tenía miedo. Pero no se arrepentía de nada”. Con estas palabras concluye el filme.
Cuando la película se presentó en el Festival de Cine de Venecia en septiembre de 1958 –donde obtuvo el Gran Premio del Jurado- y luego en Francia dos meses después, causó una tormenta de enormes proporciones: Jeanne no solo era adultera, sino que se le veía disfrutar de esa relación física y posteriormente salirse con la suya –abandonando incluso a su hija- sin ser juzgada, vilipendiada o condenada. Puede que para los ojos de los espectadores de hoy la secuencia de sexo que ellos protagonizan sea excesivamente pudorosa, pero en esa época sugerir que ella estaba teniendo un orgasmo era algo fuera de toda proporción. André Malraux, en ese momento Ministro de Cultura en Francia intentó imponer restricciones al filme, pero enfrentó una dura oposición. Los amantes fue prohibida en el país para los menores de 16 años. El escándalo la hizo extremadamente popular en las taquillas. “Sentí en ese momento que la película fue exitosa por todas las razones equivocadas” (6), recordaba Malle.
En Estados Unidos las cosas fueron aún más lejos cuando Nico Jacobellis, propietario de la sala de cine Heights Arts en Cleveland Heights, Ohio, fue arrestado por exhibir Los amantes el 13 de noviembre de 1959 y se le condenó a pagar 2500 dólares de multa por obscenidad. La película fue confiscada por las autoridades. Como la Corte Suprema de Ohio mantuvo los cargos de obscenidad, el caso llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, que el 22 de junio de 1964 anuló los cargos contra Jacobellis considerando que la obscenidad no podía basarse en parámetros subjetivos dictados por la opinión de una comunidad, sino que debía provenir de una definición nacional objetiva y consensuada. Los magistrados no pudieron definir con claridad que era obsceno y pornográfico o no, pero la afirmación del magistrado Potter Stewart al respecto pasó a la historia cuando afirmó que “He llegado a la conclusión que bajo la primera y decimacuarta enmiendas, las leyes criminales en esta área están constitucionalmente limitadas a la pornografía dura. Hoy no intentaré definir el tipo de material que entiendo se considerará dentro de esa descripción taquigráfica, y tal vez nunca podría lograr hacerlo de forma inteligible, pero lo reconozco cuando lo veo y la película involucrada en este caso no lo es”.
La decisión fue aprovechada por los exhibidores para promocionar de manera explotadora el filme. Los afiches mostraban las manos entrelazadas de Bernard y Jeanne sobre una sábana, o a ambos abrazados, o el rostro de ella en éxtasis, acompañados de textos que afirmaban que “Cuando todas las convenciones explotan… en la más atrevida historia de amor jamás filmada”, “Este era su momento y nada más importaba”, “Ella sabía que el momento de clímax había llegado… y todas las restricciones civilizadas fueron barridas”. El éxito de taquilla no se hizo esperar. Louis Malle estaba ahora en boca de todos, pero eso no era lo que quería y menos aún por esos motivos. Durante un tiempo prefirió pasar lo más inadvertido posible, simulando estar buscando locaciones para un filme ficticio o encerrado en París en su casa. No sospechaba que la polémica iba a ser una de sus compañeras permanentes a lo largo de su vida.
Referencias:
1. François Truffaut, The films in my life, New York, Da Capo Press, 1994, p. 314
2. Mauro Armiño (Ed), Cuentos y relatos libertinos, Madrid, Siruela, 2011, p. 223
3. Philip French (Ed.), Malle on Malle, Londres, Faber and Faber, 1996, p. 21
4. Geneviève Sellier, Masculine Singular: French New Wave Cinema, p. 191-192
5. Ibid., p. 191
6. Philip French (Ed.), Op cit., p. 21-22
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