Mankiewicz supo reinar

5253
0
Compartir:

“La vida se comporta, a veces, como si hubiera visto demasiadas películas malas”
-Harry Dawes, en La condesa descalza

Se antoja justo recuperar la figura de Joseph Leo Mankiewicz, Inmerecidamente olvidado en estos tiempos de memoria a corto plazo -cuando no de amnesia- su obra es una de las más ricas y fructíferas que dio el cine de Hollywood. Siendo él mismo un producto de la industria y habiendo estado presente y siendo protagonista en todos los eventos que definieron el cine norteamericano entre finales de los años veinte hasta cinco décadas más tarde, la verdad es que es difícil encasillarlo dentro de los parámetros convencionales de este cine. Su independencia, su inteligencia, su capacidad de crear y de reinventarse, hicieron de él una figura única, capaz de poner un sello de autoría e ingenio a cuanto género decidiera abordar en su triple condición de productor, director y guionista.

Había sido el tercer hijo de la pareja constituida por Frank y Johanna. Nació el 11 de febrero de 1909 en Wilkes-Barre, Pennsylvania, precedido por sus hermanos Herman y Erna. Frank Mankiewicz, de origen alemán, era un académico y fomentó en sus hijos el hábito del estudio, lo que los convirtió en notables y precoces estudiantes. A los quince años de edad Joseph se graduó de la Stuyvesant High School en Nueva York, ciudad en la que su familia vivía desde hacía una década. Entró a la Universidad de Columbia a un curso de premédico, pero su mal desempeño hizo que cambiara de orientación y se fuera hacia las bellas artes, con un grado en inglés. Recordaba él, según la biografía escrita por Cheryl Bray Coger y R. Barton Palmer que «tomé un curso premédico en Columbia. Entonces vino la parte en la que uno destripaba ranas y gusanos de tierra; eso me horrorizó y me produjo nauseas. Pero realmente lo que terminó conmigo fue la física. Saqué una F menos. No existe tal calificación. Fui donde el profesor Farwell y protesté. Él me dijo: “siento que debo hacer una distinción entre la simple falla [failure] y la falla total como la suya”».

Herman Mankiewicz -a la izq.- y Joseph Leo Mankiewicz -a la dcha.- junto al padre de ambos, Franz

En 1928 recibió un Bachelor in Arts, siendo el más joven de su clase. A los 19 años fue enviado a Europa a estudiar literatura. Antes de iniciar el high school ya había visitado Berlín y a esa ciudad regresó. Aunque su padre aspiraba a que hiciera un postgrado en educación, trabajaría para la revista Variety y el periódico Chicago Tribune como corresponsal, además de vincularse a la poderosa productora alemana UFA como traductor de los intertítulos de las películas alemanas al inglés. «El mismo aire del gran cine alemán que perduró en la obra de Sternberg, Wilder, Siodmak, Ulmer y tantos otros europeos de Hollywood, dejó su marca en las elegantes películas de Mankiewicz», recordaba el crítico Luís Alberto Álvarez en un texto publicado en el periódico El Colombiano, y escrito a propósito de la muerte del director ocurrida en 1993.

Su hermano Herman ya estaba afincado en Hollywood y lo convenció para volver como aspirante a guionista. Con apenas veinte años cumplidos, Joseph llega a Hollywood en marzo de 1929 para trabajar como escritor junior en la Paramount, con la tarea de elaborar los subtítulos de películas sonoras que se exhibían en teatros aún no equipados para reproducir el sonido. Paralelamente empezó a escribir argumentos. David O. Selznick produjo su primer guión, Fast Company (1929) y en 1931 ya había recibido su primera nominación al Oscar por Skippy. Al año siguiente hace el guión de Million Dollar Legs, una sátira a los juegos olímpicos, y en 1934 escribe un drama, Our Daily Bread para su amigo King Vidor. En total para la Paramount realizaría dieciocho guiones.


A los veinticuatro años pasa a la Metro-Goldwyn-Mayer. Manhattan Melodrama (1934) sería su primer guion, recordado porqué el famoso criminal John Dillinger fue abatido por la policía de Chicago en la afueras de un cine donde había estado viendo la película. Otros guiones escritos en esa época fueron Forsaking All Others (1934) y I Live My Life (1935), dirigidos ambos por W.S. Van Dyke. Interesado en dirigir filmes, se acercó a su jefe, el poderoso Louis B. Mayer, quien tenía otras intenciones para él: quería que sucediera a Irving Thalberg como segundo al mando del estudio. «Fui donde el señor Mayer para decirle que yo quería dirigir, y al él decirme que quería que yo produjera, hizo esta afirmación clásica “Tienes que aprender a gatear antes que a caminar”. No se dio cuenta de la brillantez de su definición», afirmaba Mankiewicz en una entrevista con Derek Conrad publicada en Film and Filming en 1960.

Louis B. Mayer

No se convertiría de inmediato en director, sino que iniciaría una carrera como productor que nunca le satisfizo, considerando ese periodo como los años oscuros de su carrera. Pero muy a su pesar sus habilidades y su talento florecieron en esos seis años como productor: fue el responsable de Furia (Fury, 1936) la primera película realizada en Norteamérica por Fritz Lang; le dio a Mickey Rooney su primer papel protagónico en The Adventures of Huckleberry Finn (1939); tuvo bajo su responsabilidad la producción de nueve películas de Joan Crawford, incluyendo The Gorgeous Hussy (1936), The Bride Wore Red (1937) y Strange Cargo (1940); ayudó a dar oxigeno a la carrera de Katharine Hepburn con The Philadelphia Story (1942) y la juntó por primera vez con Spencer Tracy en la pantalla al hacer La mujer del año (Woman of the Year, 1942). Entre 1936 y 1942 produciría un total de diecinueve películas para la Metro-Goldwyn-Mayer, sobre todo para directores como W.S. Van Vyke, Richard Thorpe y Frank Borzage. Para este último autor colaboraría de manera no acreditada con el guión de Three Comrades, escrito por nadie menos que F. Scott Fitzgerald sobre la novela de Erich Maria Remarque y que Mankiewicz tuvo que reescribir en buena parte. “Si alguna vez aparezco en la historia de la literatura, como un pie de página, será como el cerdo que reescribió a Fitzgerald”, anotaba.

The Philadelphia Story (1942)

En 1943 y luego de decirle a Mayer que «el estudio no es suficientemente grande para los dos», Mankiewicz pasa a la 20th Century Fox. Su primer encargo, en este caso como productor y guionista fue una adaptación de una novela de A.J. Cronin, Las llaves del reino (The Keys of the Kingdom), en una versión protagonizada por Gregory Peck y la esposa de Mankiewicz, la actriz vienesa Rosa Stradner, con quien se había casado en 1939. Cuando se le propuso a continuación dirigir una película ya no tenía dudas. Su debut sería con una adaptación de una novela de Anya Seton que él mismo haría, persuadido por el jefe de la compañía productora, Darryl F. Zanuck. El castillo de Dragonwyck (Dragonwyck, 1946), producida por Ernst Lubitsch, quien se convertiría en su mentor en ese filme, nos anuncia ya lo que será todo su cine.

El castillo de Dragonwyck (Dragonwyck, 1946)

Sobre la base de una historia gótica -donde hay un castillo, un señor todopoderoso casi feudal, un fantasma que se intuye, una criada lisiada y un heredero que muere al nacer- Mankiewicz nos deja ver a dos tipos de personajes que van a volverse prototípicos de su filmografía posterior: una mujer decidida y testaruda, que tiene las riendas de su vida y no va a hacer nada que ella misma no decida; y un hombre aparentemente normal, pero lleno de conflictos y demonios interiores que lucha, a veces infructuosamente, por liberarse de ellos. Ambos confluyen en una confrontación verbal que en manos de este director se convierte en el tercer elemento básico de su cine: su capacidad para crear diálogos elaborados, de enorme belleza, pero absolutamente teatrales. Sus personajes no pretenden reflejar la vida real sino que viven en una suerte de abstracción literaria donde el ingenio y la ironía son los invitados permanentes. “Los franceses dicen que yo hago lo que ellos llaman le théâtre film. Yo escribo dramas para la pantalla. Eva era un drama. Así era Carta a tres esposas. Escribo esencialmente para públicos que vienen a escuchar un filme tanto como a verlo”, afirmaba Mankiewicz en la referida entrevista con Derek Conrad.

Como marco para el desarrollo del accionar de su cine, Mankiewicz se decide por el transcurso del tiempo. Sus películas por lo general empiezan por el presente y poco a poco, recurriendo a varios flashback, van contándonos lo que está en el pasado de sus personajes, lo que los motiva en la actualidad a hacer lo que hacen. Capaz de utilizar con propiedad una polifonía de voces, en ocasiones son varios los personajes que vuelven al pasado, para revelar cada uno detalles que van completando el rompecabezas narrativo que el director quiere que armemos.

House of Strangers (1949)

Una escena de House of Strangers, su séptima película como director, es paradigmática del tipo de relación entre los personajes que hemos mencionado antes. Tiene lugar en el apartamento de Irene Bennett (Susan Hayward), una enigmática mujer que al parecer quiere contratar los servicios del abogado Max Monetti (Richard Conte). Cuando ya Irene le ha revelado que en realidad lo ha citado allí porqué él le interesa y quiere que salgan, tiene lugar este diálogo:

(Ella regresa de su habitación con un abrigo puesto, dispuesta a que se vayan. Él la espera sentado en la sala)

Max: -Siéntese. Quítese el abrigo. ¡Quítese el abrigo y siéntese!

(Ella se lo quita y él lo recoge bruscamente)

Max: -Voy a contarle la historia de Max Monetti. Nací en el lado este, detrás de la peluquería de mi padre. Hoy en día es el dueño de un banco y corta cupones en lugar de pelo. Pero me sigue gustando el olor del ajo y el vino tinto. Estoy comprometido con una chica italiana preciosa. Puede darme un hijo y un hogar. Sólo conoce a un hombre, a mí, Max Monetti. Y punto.

Irene: -¿No quiere saber mi historia?

Max: – La conozco. Se siente sola.

Irene: -¿Qué mas?

Max: ¿Qué quiere? ¿Mentiras?

Irene: – ¿Qué más sabe de mí?

Max: -Le gusta ser herida. Siempre elige al hombre equivocado. Es una enfermedad para muchas mujeres. (Mientras habla se pone de pie y le coloca el abrigo en los hombros). Siempre buscan una nueva forma de ser heridas por otro hombre distinto. Espabile: todos los hombres son iguales desde Adán.

Irene: – Tal vez sea un gran abogado, pero como psiquiatra apesta.

Max: -Sólo es mi opinión.

Irene: -Nada me hiere, Max. Ese es uno de mis problemas. Max. Es un buen nombre. Me gusta.

Max: -No será un nombre de uso prolongado

Irene: -Me canso fácilmente de las cosas.

Max: -Vámonos

Irene: ¿Adónde?

Max: Afuera.

(La cámara esta ahora fuera del apartamento. Él ha abierto la puerta y la espera. Ella, dentro y aún de pie, se quita el abrigo y lo pone sobre el sofá. Fundido a negro).

En sus seis años en la Fox trabajó a un ritmo febril dirigiendo once películas, de las cuales escribió ocho: Somewhere in the Night (1946), Carta a tres esposas (A Letter to Three Wives, 1949), House of Strangers (1949), No Way Out (1950), Eva al desnudo (All About Eve, 1950), People Will Talk (1951) y 5 Fingers (1952). Curiosamente una de sus películas más entrañables, El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, 1947), no contó con guión de su autoría. Era un momento aún de aprendizaje y Mankiewicz quiso concentrarse sólo en la dirección, por eso así mismo no realizó los guiones de The Late George Apley (1947) y Escape (1948), aunque si tuvo tiempo de presidir el Screen Directors Guild, el gremio de los directores en plena época del senador McCarthy y su cacería de brujas. Su dualidad como escritor y director cosechó rápidamente frutos: en dos años consecutivos obtuvo un récord, aún no igualado, al ganar el premio Óscar como mejor director y mejor guionista por Carta a tres esposas y Eva al desnudo.

Mankiewicz junto a Linda Darnell y Sidney Poitier en No Way Out (1950)

Carta a tres esposas es una historia a cuatro voces, todas femeninas. Una narradora omnisciente (la voz de Celeste Holm) tiene preparada para sus tres amigas del alma una sorpresa mayúscula perfectamente concebida para impactarlas y que se concreta en una carta que reciben al momento de abordar un barco que va a aislarlas de su mundo habitual durante todo un día. Ahora son ellas (Linda Darnell, Ann Sothern y Jeanne Crain) las que deben reflexionar y rememorar en sendos flashbacks si son ellas y su accionar las merecedoras del castigo que la carta les anuncia. La diferente personalidad de cada una es la protagonista de una película donde los afectos y sus consecuencias están siempre bajo la lupa.

Carta a tres esposas (A Letter to Three Wives, 1949)

Eva al desnudo –que obtuvo un total de 14 nominaciones al Oscar y ganó seis de estos galardones- es considerada por muchos su obra maestra. Lo que subyace a una historia de ambición situada en las trasescena teatral, en la que una joven aspirante a actriz (Anne Baxter) hará todo lo posible –múltiples zancadillas incluidas- por suceder a una gran diva (interpretada por Bette Davis), es en realidad una crítica feroz a Hollywood. Mankiewicz no resiste la tentación de desquitarse de la industria que lo ha gestado y lo hace sublimando la denuncia y llevándola al mundillo teatral, con el que el cine comparte más de una afinidad. Los diálogos, de un calibre inimaginado y de una agudeza que parece tener filo, guardan algo de semejanza con los de La condesa descalza, otra diatriba menos sutil contra el lujo de ser estrella.

Eva al desnudo (All About Eve, 1950)

Al terminar su contrato con la Fox en el otoño de 1951 se decide a dejar Los Ángeles y se traslada con su familia a Nueva York, con el propósito de dirigir teatro y con el interés de que sus hijos estudien allí, tal como él mismo hizo. Pero antes de poder lanzarse a una carrera en las tablas se aproximó a ellas a través del cine al adaptar a Shakespeare en Julio Cesar (1953), una vigorosa representación que tuvo en Marlon Brando y James Mason a un par de actores en momentos claves de su respectiva carrera. La Bohème, escenificada para la Opera Metropolitana fue su único trabajo concretado fuera del cine.

Después formaría una compañía independiente para hacer las veces de productor, guionista y director, llamada Figaro, Inc. Con este sello realizaría sólo dos filmes, la autobiográfica La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954) y la versión de la novela de Graham Greene, El americano impasible (The Quiet American, 1958). Entre ambas realizaciones haría una película para el productor Samuel Goldwyn, Guys and Dolls (1955), adaptación del afamado musical de Broadway. Sería su único musical y ganaría una apuesta arriesgada: poner a Marlon Brando a cantar y a bailar. Es mítico el cable que le envió al actor para convencerlo de que aceptara el rol: “Es comprensible que no quieras hacer Guys and Dolls puesto que nunca has hecho un musical. No tienes nada de que preocuparte: yo tampoco he hecho ninguno”. La abstracción de la realidad que de por sí implica un musical le funcionó de maravillas al director, que se abandona al juego de los decorados falsos, la puesta en escena evidentemente artificial y los colores saturados, para concentrarse en unos personajes coloridos (con Frank Sinatra incluido) que las coreografías del gran Michael Kidd ayudaron a moldear.

El americano impasible (The Quiet American, 1958)

El suicidio de su esposa en 1958 lo afecta profundamente. Acepta dirigir en Londres, para Columbia Pictures, De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959), una versión barroca de una pieza teatral de Tennessee Williams que el propio dramaturgo adaptó junto a Gore Vidal. Protagonizada con diferentes grados de dolor y crispación nerviosa por Katharine Hepburn, Montgomery Clift y Elizabeth Taylor, se trata de una historia dura, de obsesión y enfermedad, que reflejaba el estado de animo de Mankiewicz, quien en 1962 desposaría a Rosemary Matthews, madre de su hija Alexandra, nacida cuatro años después.

Con Katharine Hepburn en el rodaje de De repente, el último verano (Suddenly, Last Summer, 1959)

En 1960 la Fox tenía estancada una gran superproducción sobre el antiguo Egipto -concebida como un gran espectáculo para hacer contrapeso al avance de la televisión- debido a que el director Robert Mamoulian abandonó el filme por desavenencias con los productores, que ya llevaban invertido en el proyecto nueve millones de dólares. Mankiewicz fue llamado a completar Cleopatra (1963) por el jefe del estudio, Spyros Skouras, quien logró convencerlo por una gruesa suma de dinero. La película, rodada en Londres, y protagonizada por Elizabeth Taylor, Rex Harrison y Richard Burton, terminaría costando treinta millones de dólares. Con más de cuatro horas de duración, se convirtió en un pesado fardo que ni el propio director con su inteligencia pudo hacer funcionar, a pesar de la magnificencia de sus escenas corales. Su debacle en taquilla por poco acaba con la Fox, y de alguna forma significó el ocaso de la carrera de Mankiewicz.

Rodaje de Cleopatra (1963). Aquí Mankiewicz junto a Elizabeth Taylor,

Tras unos años de silencio vuelve a la pantalla en 1967 con una comedia que funciona como un juego maquiavélico, Mujeres en Venecia (The Honey Pot), a la que le sigue su primer western, el crepuscular El día de los tramposos (There Was a Crooked Man…, 1970). Su carrera se cierra definitivamente con La huella (Sleuth, 1972), un divertimento laberíntico de gran altura para el lucimiento de los dos únicos actores que en ella aparecen, Michael Caine y Laurence Olivier. En 1981 se informó de su regreso al cine con una versión de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, que nunca pudo concretarse. Después vinieron los merecidos homenajes: en 1986 el premio D.W. Griffith del gremio de directores norteamericanos; el León de oro en Venecia por toda su carrera en 1987 y en 1989 el premio Akira Kurosawa del Festival de Cine de San Francisco. Nada le quitó, sin embargo, la tristeza y la amargura de saber que estaba inactivo, que no le ofrecían oportunidades para filmar.

La huella (Sleuth, 1972)

En una entrevista con Peter Stone para la revista Interview realizada en 1989, Mankiewicz insiste en que «mi problema es que todavía tengo mucho que decir. Tengo cosas que están a medio escribir; tengo muchas cosas que todavía quiero escribir. Quiero decirle algo que puede que lo sorprenda. Realmente pienso que he fallado. Y la razón por la que fallé es que no he jugado de acuerdo a las reglas». Fallecería el 5 de febrero de 1993, a punto de cumplir 84 años. Fue un genio que no podemos permitirnos el lujo de olvidar.

Publicado en la revista Universidad de Antioquia no. 295 (Medellín, enero-marzo/09). Págs. 148-154, con el título “El siglo de Mankiewicz”.
©Editorial Universidad de Antioquia, 2009

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

Joseph L. Mankiewicz (11 de febrero de 1909- 5 de febrero de 1993)

Compartir: