Aarón es ahora un hombre: King of the Hill, de Steven Soderbergh
Cuando alguien dirige por primera vez un largometraje, y esa película gana la Palma de Oro en Cannes entre una extensa lista de premios, recibiendo además unánimes elogios de la crítica, es natural que se esperen con ansiedad sus siguientes realizaciones para ver si en ellas persiste la calidad mostrada inicialmente o para corroborar si se trató tan sólo de un golpe de suerte, de un lucky punch, como tantas veces ha ocurrido.
Hablamos, claro esta, de Steven Soderbergh y de su primer filme: Sexo, mentiras y video (sex, lies, and videotape, 1988), un honesto retrato de las relaciones de pareja y su más álgido punto de conflicto, el sexo. Soderbergh tenía a su haber una insipiente e irregular carrera previa: siete cortometrajes y siete guiones. Entre los primeros están Skoal (1980) y Rapid Eye Movement (1982), prácticamente sin ninguna difusión, y entre los segundos, Crosstalk (1985) y Dead From the Neck Up (1987) los cuales nunca llegaron a la pantalla. Sus realizaciones más importantes fueron un documental on the road y un filme en concierto del grupo Yes entre 1984 y 1985, pero antes había trabajado como editor, fotógrafo, operador de video y director de un comercial de televisión. Nada muy prometedor, hasta que en diciembre de 1987 empezó a escribir el guión de sexo, mentiras … lo demás es historia conocida.
A mediados de 1989 y en medio de la euforia del éxito, Soderbergh empezó a considerar nuevos proyectos: la adaptación de una novela -The Last Ship– con el apoyo de Sidney Pollack, parecía la mas segura carta a jugar, pero a la postre su segundo filme fue Kafka (1992), según el guión de Lem Dobbs al cual tuvo acceso al principio de ese año. Soderbergh había leído King of the HiII, el libro autobiográfico de Aarón Edward Hotchner, en 1986, y tres años después fue cuando se vislumbró inicialmente la posibilidad de llevarlo al celuloide contando con el aval de Wildwood, la compañía de Robert Redford. Sin embargo, Soderbergh se encontraba demasiado involucrado con el proyecto de The Last Ship, que a la postre parece haber naufragado, lo cual hizo que King of the HiII sólo se convirtiera en realidad en 1993.
A.E. Hotchner -nacido en 1920- es escritor recordado primordialmente por una biografía que realizó sobre Ernest Hemingway. En 1972, apareció publicado King of the HiII, un libro de memorias sobre su infancia en los albores de los difíciles años treinta, texto sobre el cual Soderbergh realizó la adaptación que dio pie al filme al que hoy hacemos referencia.
Sandwiches, mentiras y soledad
Saint Louis, Miss. 1933. Conozcan a Aarón, un brillante chico de doce años quien, cuando la película despega, nos está relatando el crucial papel que jugó en el éxito del viaje de Charles Linderbergh a través del Atlántico. Aarón sugirió -con buen criterio- el menú para el vuelo: sandwiches de queso. Es la primera vez que atestiguamos su vibrante imaginación, y no será la última.
Aarón (Jesse Bradford) y su hermano menor Sullivan (Cameron Boyd) asisten a una buena escuela, en la que deben ocultar su humilde condición de víctimas de la depresión económica rampante que empobreció sin piedad a su familia, que ahora debe vivir en el cuarto estrecho de un hotel, rodeados de una curiosa fauna humana.
Conozcan también a sus padres, el Sr. Kurlander (Jeroen Krabbe) y su esposa (Lisa Eichorn). Él vende lámparas en la calle mientras avizora un futuro mejor y ella sucumbe a la tuberculosis. Sin salida ante la adversidad, envían a Sullivan a casa de un pariente, el primer paso de la desintegración de su hogar. Pronto las circunstancias harán que Aarón quede absurdamente solo y a la deriva en medio de un mundo en disolución: su madre es internada en un hospital y su padre consigue trabajo como agente viajero.
Aarón empieza entonces a elaborar curiosos mecanismos de defensa como una manera de disimular la realidad de su inmensa soledad: miente sobre sus padres, sobre su hogar, sobre su propia vida; es cuestión de supervivencia del ego más que de fantasía, mientras se mueve entre dos mundos: el inmaculado de la escuela ajeno a la realidad social circundante y el desgarrador ámbito de la depresión de la que Aarón es espectador y a la vez solitario partícipe. Y si ha perdido a su familia, por lo menos tiene junto a sí a gente bastante particular: Lester un joven delincuente, que es su incondicional compañero; Sandoz, un pintor caído en desgracia, y el Sr. Mungo (Spalding Gray), que se solaza hablando de mitología con las prostitutas que lleva a su habitación, mientras espera consumar su trágico final. Sumados a estos, están los empleados del hotel y el absurdo policía de la calle, galería de espectros que por momentos parecen salir de la palestra siniestra de David Lynch o de los Hermanos Coen.
Aunque al principio Aarón logra salir avante, poco a poco su castillo de naipes se derrumba y, en un vértigo, estamos a punto de presenciar su caída. Para su fortuna, la horrible noche cesa y anticipamos un final feliz, pero justo. En los últimos planos cuando Aarón se reencuentra con su padre y se miran a los ojos, ya esa mirada es distinta. Aarón es ahora un hombre.
La infancia de Aarón
Son ya varias las películas contemporáneas cuyo tema es la transformación acelerada de un niño en hombre, en la mayoría de los casos motivada por la adversidad, que pone a prueba su temple y su inteligencia. Así nos lo han mostrado Spielberg en El imperio del sol (Empire of the Sun, 1987), Malle en Adiós a los niños (Au revoir les enfants, 1987) y John Boorman en una deliciosa cinta injustamente olvidada: La esperanza y la gloria (Hope and Glory, 1987). En estos tres ejemplos es la guerra el factor que los hace madurar y ver el mundo con otros ojos, y cuando mencionamos la guerra recordamos a Tarkovski cuya Infancia de Ivan (Ivanovo Detstvo, 1962) muestra con claridad a ese niño-hombre arrancado de la niñez por circunstancias extremas ajenas a él. Soderbergh ha sido menos agresivo: Aarón conserva muchos de sus rasgos infantiles, de alguna manera es ingenuo, pero quizás sea esa misma ingenuidad la que lo salva de ver lo desesperada de la situación en que se encuentra, ayudándolo a buscar salidas inverosímiles, pero perfectamente viables desde su óptica.
A pesar de estar basándose en hechos supuestamente reales -aunque se nos antoja extrema la situación- la cinta alcanza tintes surrealistas y un manejo de las situaciones bastante denso, sobre todo cuando Aarón se relaciona con sus compañeros de desventuras en el hotel; pero salvo estos momentos, King of the HiII despliega una refrescante claridad en el tratamiento de un tema tan doloroso, en lo que sin dudarlo colaboró el excelente trabajo de cámaras de Elliot Davis: brillantes primeros planos, abigarradas panorámicas, manejo experimentado de tomas con ángulos poco convencionales, una verdadera golosina visual que nos deja en la retina escenas como la de Aarón espiando al Sr. Mungo a través del tragaluz de la habitación, o el rastro de sangre que va inundando el suelo anegado de agua. Muestras de un cine arriesgado y del intelecto de Soderbergh, que supo aprovechar un reparto con rostros poco conocidos, pero al que supo guiar con destreza y mano maestra.
¡Qué distinta esta película a otras que dicen capturar el espíritu de la infancia, ridiculizando a los niños en situaciones absurdas supuestamente cómicas! Si no estamos siendo suficientemente claros, piensen en qué otro filme reciente ha quedado un niño solo en su casa y llegaran a Mi pobre angelito (Home Alone, 1990) en las antípodas de King of the Hm. El ejemplo -lo sabemos-es cruel, pero válido.
Sin muchas pretensiones, Soderbergh ha realizado una película intensa, dura por momentos, pero altamente satisfactoria. Parte del nuevo cine norteamericano del que aún tenemos por que esperar -de gente como Jarmuch, Lee, Crowe o Singleton- cosas muy buenas.
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio no. 33 (Medellín, vol. 6, 1995), págs. 108-110
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1995
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