Jauría de hienas: Tumba a ras de la tierra, de Danny Boyle

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Tumba a ras (Shallow Grave, 1994) de la tierra es una verdadera y agradable sorpresa llegada de las frías y nubladas tierras escocesas. Se trata de un elaborado thriller psicológico escrito por un médico, John Hodge -la profesión del guionista no es casual-y dirigido por Danny Boyle, un realizador inglés que había  trabajado con éxito en teatro y para seriados de la BBC, siendo éste su primer largometraje. La historia es sencilla: un cadáver, una maleta llena de dinero y tres personas ambiciosas que deciden quedarse con el efectivo y deshacerse del cadáver.

¿Hitchcock? No, Polanski y Schroeder más bien. Sin embargo, cuando el filme comienza, el tono del mismo es relajado, casi que divertido. Me recordó al Alan Parker de The Commitments (1991) o al Stephen Frears de The Snapper (1993): Juliet (Kerry Fox), David (Christopher Eccleston) y Alex (Ewan McGregor) son tres amigos que comparten un apartamento en Glasgow y que buscan un nuevo compañero. La sucesión de posibles candidatos nos habla del estilo gozón y soberbio de los tres protagonistas, que buscan a alguien tan astuto como ellos y lo encuentran en Hugo (Keith AIlen), un hombre maduro y misterioso que a los tres días aparece muerto en su habitación víctima de una sobredosis de heroína, dejando bajo la cama una maleta repleta de billetes.

Tumba a ras (Shallow Grave, 1994)

Empieza entonces una fábula moral: ¿deben entregar cadáver y botín a la policía? ¿O tal vez hacer desaparecer el muerto y repartir el dinero? Los tres son profesionales inteligentes y ambiciosos: un contador, un periodista y una médica y sin mucho discutirlo, la decisión es clara: hay que ocultar el cuerpo de Hugo, previa mutilación y desfiguración. La teoría es simple, pero a la hora de actuar se dan cuenta de que la labor criminal dista mucho de ser entretenida, como ya nos lo mostró otro trío con cadáver a bordo: De Niro, Liotta y Pesci en Buenos Muchachos (GoodFellas, 1991). Y de aquí en adelante, bienvenidos a la pesadilla.

El acto cometido, algo de remordimiento y la sospecha de haber sido descubiertos por los verdaderos dueños del dinero y por la policía, operan sobre los tres protagonistas un cambio psicológico palpable: hay desconfianza mutua y afloran impulsos violentos latentes en todos. David -que obró por azar como autor material de los hechos- es el que más se ve afectado: sombrío y taciturno, se esconde en el ático para vigilar de cerca la maleta y a los otros dos componeros. Sigue un vértigo claustrófobo e irritante, cada vez más violento y primario: hay otros dos muertos que también deben ser enterrados, hay cada vez más dolor, cada vez más horror. Y de la amistad… no queda ya ni rastro, tan sólo alianzas estratégicas, convenios hipócritas y egoístas.

Tumba a ras (Shallow Grave, 1994)

Mírenlos discutir, pelear y vigilarse. Son hienas luchando por una presa, absolutamente primarias, cavernícolas regidos por un paleocerebelo que sólo busca satisfacer el placer; a las pulsiones originales -sexo , hambre, frío, dolor- el hombre moderno sumó la ambición por el dinero y por el poder, una sed tan poderosa que arrasa con principios, con valores, con la vida. Hijos legítimos de ese señor de las moscas que el novelista William Golding describiera con brillantez y que el cine también ha recogido. Alex, David y Juliet no son más que el reflejo de la ética de la maldad que corroe este pobre fin de siglo y que el cine parece empeñado en mostrarnos una y otra vez desde los más variados ángulos: políticos, sociales, sexuales, raciales y un largo etcétera donde ofician cómodos Oliver Stone, Tarantino, Spike Lee o John Singleton.

Tumba a ras (Shallow Grave, 1994)

En la película no hay en este instante tiempo de respirar: la atmósfera es pesada, oscura y asfixiante, a la manera de The Grifters (1990), de Frears, aliviada -eso sí- con ocasionales destellos de un negrísimo humor inglés. Cada uno trata de sacar ventaja de las debilidades del otro, cada uno es una fiera acorralada. Y los espectadores nos vamos contagiando de su mal y uno se va sintiendo parte del juego, así las reglas no nos parezcan justas, y cada quien empieza a tomar partido por los contendores: por el calculado y enloquecido metodismo de David, por la ligereza de Alex o por las soterradas maniobras de la dama del grupo. Y que no sorprenda a nadie el cinismo y la falta de corazón de Juliet: la medicina forma un profesional despojado de escrúpulos ante la sangre y los cuerpos sin vida, lo que lo hace en teoría capaz de atentar contra otro ser con mayor facilidad, moral aparte, y esto lo sabe el guionista, médico también.

Sed de mal
Adrede he dejado de mencionar uno de los elementos más interesantes de este filme, como es el de su brillante manejo del lenguaje cinematográfico. Con una historia lineal, la lente de Brian Tufano logra un ritmo sincopado y una edición ágil y vital que llena la pantalla de ángulos agresivos y primeros planos que deben algo a Oliver Stone y al Soderbergh de Kafka (1992) y King of the Hill (1993), y no exactamente al Tarantino de Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994). Sumemos la luz, los colores agresivos y contrastantes, el nivel parejo de los actores y el constante punteo de la música para ayudar de esta manera a la creación del clima de tensión y suspenso que el director buscaba. Sin embargo, parte de ese suspenso surge -y esto es un error- de los sueños de los protagonistas, en un giro del guión que confunde al espectador, que en ocasiones tarda en entender que está presenciando tan sólo una triquiñuela onírica y no el curso real de la historia. Ya lo decía Hitchcock: la cámara no debe mentir.

Tumba a ras (Shallow Grave, 1994)

Y siguiendo con el maestro inglés, es de anotar el grado de complejidad que el género de suspenso psicológico ha ido adquiriendo gracias a las cambiantes circunstancias del mundo actual. A las perturbadas mentes del cine de Hitchcock como Norman Bates en Psicosis (Psycho, 1960), John Ballantine en Spellbound (1945), la Señora Danvers en Rebecca (1940) o la propia Marnie (1964) se antepone ahora la descripción de una sociedad enferma que corrompe a un individuo que podríamos llamar normal y al que el ambiente en el que se mueve transforma en otro ser, en una especie de hombre lobo social, que es en últimas lo que intentó describir Scorsese en Taxi Driver (1976) y luego en Después de las horas (After Hours, 1985) y de manera no muy lograda Barbet Schroeder con Mujer soltera busca (Single White Female, 1992) y -con mayor éxito- en El beso de la muerte (Kiss of Death, 1994), película que por cierto no merecía el entierro de tercera que recibió entre nosotros.

Tumba a ras (Shallow Grave, 1994)

Así, pues, la maldad se ha desplazado en últimas ya no del individuo en particular hacia la sociedad inerme, sino en el sentido opuesto: de un núcleo social contaminado y brutal hacia un hombre desarmado que se contagia con facilidad y no es capaz de escapar de este destino. Y esto es peor y más preocupante: ya lo decía Stefania Mosca: (l) “Una reedición de la primitiva antropofagia invade nuestras costumbres. Tragarnos al otro pareciera el recurso para desentrañar la propia identidad”. y más adelante en el mismo artículo: “Hemos perdido la posibilidad de hacer de nuestras miserias las mejores fuentes de la ternura, el amor y esa otra pasión, indefinible ‘y abrumadora, la piedad. El horror es el otro siempre allí, desequilibrando lo que es único y sagrado en cada uno de nosotros, empujándolo al territorio de los sueños, a lo inhibido, masificándolo misteriosamente, incorpóreamente”. Esta película se constituye así en un buen ejemplo de esta nueva tendencia, de esta manera sombría y poco ética de mirar las cosas y ahí triunfa porque en lo que respecta al tópico moral, personalmente me quedo con Crimenes y pecados (Crimes and Misdemeanors, 1989), de Woody Allen, que es una visión más densa, más amarga, más real.

La primera y la última imagen de la cinta es la misma: un rostro que gira y nos habla en off. El rostro y la voz de un cadáver, en claro homenaje o ese filme negro y cerrado llamado Sunset Boulevard (1950) terreno convulso donde también crecían las flores del mal, los mismas que germinan hoy -inadvertidas- sobre una tumba al ras de la tierra.

Referencia:
(1) Mosca, Stefania. Horror cotidiano. Magazín Dominical de El Espectador. No. 641, Bogotá, 27/08/95. pág. 5.

Publicado en la revista Kinetoscopio no.34 (Medellín, vol. 6, 1995) págs. 122-124
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1995

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