Que la nostalgia te acompañe: Star Wars: El despertar de la fuerza, de J.J. Abrams
La primera batalla que debía ganar “la fuerza” era contra el olvido. Ya habían pasado diez años desde La venganza de los Sith (Star Wars: Episode III – Revenge of the Sith, 2005) y aunque la legión de fanáticos de La guerra de las Galaxias parece autoalimentarse y crecer sin necesidad de estímulo externo, una década es mucho tiempo en términos cinéfilos. El reto era entonces continuar cautivando a los seguidores de la serie fílmica y enganchar una nueva generación de espectadores que eran demasiado jóvenes en ese momento. ¿La solución? Apelar a la nostalgia de la primera película, de esa Guerra de las Galaxias original de 1977 que muchos tuvimos la fortuna de ver en su estreno cuando éramos niños. Si se lograba recuperar la magia de esa primera entrega era fácil capturar público de varias generaciones de una sola vez.
Por eso el director J.J. Abrams, obrando también como coguionista y coproductor, optó en Star Wars: El despertar de la fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015) por hacer resonar en la conciencia colectiva toda la imaginería visual del primer filme de George Lucas para que el espectador veterano sintiera que ya había estado ahí y que pisaba un terreno familiar y cómodo para él. Si eso había funcionado hacia 38 años, ahora volvería a hacerlo. Permítanme expresarlo en primera persona: yo como espectador lo sentí cuando la acción se traslada al planeta desértico donde vive Rey (una perfecta Daisy Ridley), una joven que se dedica a recoger chatarra para poder sobrevivir. La geografía, la ropa que ella lleva, el encuentro casual con un androide de la familia de R2-D2 que porta información valiosa… todo eso me llevó al pasado. Y cuando aparecen los personajes de esa primera película y suena la partitura de John Williams la identificación se hizo total: había vuelto a ese primer encuentro infantil con el mundo de La guerra de las galaxias. Y obviamente eso no me pasó solo a mí.
Por momentos el filme parece dirigido a esos niños de entonces: hay una clara línea divisoria entre buenos y malos, hay cierta torpeza e improvisación en el accionar de los personajes que no encaja muy bien con la importante misión que tienen; en resumen hay mucho de caricatura que evita que uno se tome muy en serio la historia. Esto sin duda es intencional: el filme tiene que apuntar a los que hace 38 años tenían 10 años, como a los que ahora tienen 10 años. Ambos deben ser igualmente seducidos. No puede ser un tema para iniciados.
Creo que esa simplificación juega en contra de la película, que parece conformarse por ofrecer más de lo mismo, segura de que va a la fija con su temática “clásica”, que le da pie a seguir expandiendo –en futuras entregas- su mitología a partir de una estructura narrativa ya probada y con nuevos personajes cuya presencia ya fue validada por el espaldarazo de Han Solo, Luke, Leia, Chewbacca, C-3PO y R2-D2. Que se sienta repetitiva parece no importar. Lo que importa es el regreso de un seriado que más que cine ya es parte de la cultura popular. Las explicaciones y análisis sobran: el mecanismo nostálgico obró de maravilla, el público está feliz, y la venta de boletería en plena época de vacaciones de fin de año se antoja robusta: en los primeros doce días desde su estreno ha obtenido más de mil millones de dólares sumando Estados Unidos y el resto del mundo. ¡Que venga rápido el episodio VIII! Algo me dice que Rey y Luke Skywalker no es la primera vez que se ven…