Cegada por la luz: Amy, de Asif Kapadia

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Hay espejos rotos en el suelo y en algunos de sus fragmentos se ve la imagen fracturada de una mujer cuyo rostro reconocemos. Es en la sesión fotográfica que Terry Richardson le hizo a Amy Winehouse para la revista Spin en mayo de 2007 donde esos espejos fueron utilizados, convirtiéndose en involuntaria metáfora de todos los sueños –propios y ajenos- que esta joven artista dejó rotos al fallecer a los 27 años de edad, víctima no solo de una sobredosis de sus múltiples adicciones, sino sobre todo víctima de la falta de escrúpulos de aquellos que abusaron de ella, y de quienes no tuvieron compasión alguna frente a su compleja situación personal. Hubo aves de carroña circundándola mucho antes de que su cuerpo dijera “basta” en julio de 2011.

Para hacernos conscientes de su tragedia está Amy (2015), el documental que el británico Asif Kapadia realizó y ensambló a partir de un enorme acopio de material de archivo y de entrevistas con las personas más significativas de la cantante inglesa y que le tomó 20 meses organizar y montar. Me asombra ver cómo buena parte de su vida adolescente y adulta está grabada en video, como si se presintiese de su éxito futuro, como si sospechara de que serviría como material testimonial. El hilo narrativo del documental se apoya exclusivamente en las voces en off de los entrevistados, para darle sentido a una imágenes que dan cuenta de una mujer sedienta de afecto que hubiera cedido sin pensarlo su don para componer y cantar, si eso le hubiera asegurado el afecto del que tanto requería, y que habla de una dependencia emocional, que -según se nos cuenta- emergió desde la separación de sus padres.

Amy Winehouse con su reflejo en un espejo

Amy Winehouse con su reflejo en un espejo

Soledad, inseguridad, carencias románticas, ilusiones y desilusiones son el material nutricio autobiográfico que nutrió sus composiciones, y uno de los muchos méritos de Amy es mostrarnos y darnos a entender el contexto en el que esas melodías surgieron, dándoles completo sentido. Es más, en la pantalla aparece la letra de las canciones a medida que ella canta, como para que seamos más conscientes de su real significado. Era el medio que ella encontró para expresar sus sentimientos, una suerte de diario público escrito en clave que ahora somos capaces de entender.

La calidad intrínseca de sus composiciones, el corazón que les puso, su potente voz jazzística y algo de suerte jugaron a su favor para que el éxito –tan anhelado, tan temido a la vez- llegara. Y atraído con él, también volvieran a su vida su padre y su pareja (el inefable Blake Fielder-Civil), esos que alguna vez le dijeron adiós sin contemplaciones y que ahora, milagrosamente, estaban a su lado cuando los flashes de las cámaras iluminaban su rostro. Las hienas también tienen muy buen olfato.

Amy en los buenos tiempos junto a su marido Blake Fielder-Civil

Amy en los buenos tiempos junto a su marido Blake Fielder-Civil

La película no hace juicio de valor alguno sobre la conducta de estos hombres o sobre el influjo negativo que tuvieron sobre Amy Winehouse, pero en realidad no necesita juzgarlos. El director Kapadia es tan inteligente que simplemente se limita a mostrarnos lo que hicieron, y es inequívoca la interpretación que uno como espectador hace: de Amy se aprovecharon una y otra vez. Obviamente ella también abusó de sí misma. El filme en ese aspecto no es condescendiente: la conducta autodestructiva de la actriz fue su maldición. Quizá no haya contado con el apoyo social y familiar suficiente, pero el drogarse, el beber y la bulimia fueron decisiones personales cuyas consecuencias no alcanzó a medir y de las que luego no pudo escapar.

En este retrato triste asistimos al linchamiento mediático de una artista a la que nada se le perdonó y que fue centro de comentarios y burlas sin que hubiera piedad alguna para una mujer con un enorme problema de adicción. Su talento no contó a la hora de ser tan duramente juzgada por la televisión y la prensa, a los que les interesaba un nuevo escándalo, no su rehabilitación. Ojalá sientan un poco de bochorno al ver retratada en este documental su ferocidad vulgar.

Amy Winehouse –una joven judía del norte de Londres- hacia catarsis componiendo canciones, esa era su forma personal de hacer terapia. Cantaba para gritar su dolor a quien quisiera escucharla. Sus tonadas nos dicen que quería ser amada, que quería ser protegida. Muchos la oímos, pero tristemente nadie pareció entender su mensaje pidiendo auxilio, así lo expresara a todo pulmón.

We only said goodbye with words
I died a hundred times
You go back to her
And I go back to black

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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