Cita puntual: Un día lluvioso en Nueva York, de Woody Allen
“What’s a rainy day
without some delicious
coffee-flavoured loneliness?”
– Sanober Khan, Turquoise Silence, 2014
Un día lluvioso en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019) se rodó entre septiembre y octubre de 2017, y la postproducción estuvo lista en el segundo semestre de 2018. Sin embargo, Amazon Studios, quien la produjo como parte de un acuerdo de cuatro películas con Woody Allen, decidió archivarla, posponiendo indefinidamente su estreno. A Amazon le dio temor que la promoción del filme fuera mal recibida por el movimiento “Me Too”, cuyos integrantes revivieron la controversia sobre las acusaciones de acoso sexual a Woody Allen que vienen desde los años noventa. Algunos miembros del reparto lamentaron públicamente haber sido parte de la película y donaron su salario a organizaciones de beneficencia. El año 2108 terminó sin que Woody pudiera cumplir la acostumbrada cita anual con su público.
En febrero de 2019 el director demandó a Amazon por incumplimiento contractual por la suma de 68 millones de dólares, y en mayo la compañía anunció que le entregaba los derechos domésticos sobre el filme. Distribuidores en Francia, Alemania y España se apresuraron a asegurarse los derechos de Un día lluvioso en Nueva York en Europa, Asia y en América Latina. La película debutó en Polonia a finales de julio de ese año y en septiembre fue el filme de apertura del Deauville American Film Festival en Francia. Woody Allen tiene en Europa unos seguidores fieles que no iban a perder la oportunidad de ver un nuevo filme suyo, sin importar la polémica que le rodee en Estados Unidos.
Con Un día lluvioso en Nueva York Woody vuelve a su ciudad natal y al tiempo presente, tras dos películas consecutivas ambientadas en el pasado. Como en una de ellas, Café Society (2016), su alter ego en la pantalla es un joven veinteañero, en esta ocasión bautizado con el improbable nombre de Gatsby Welles (interpretado por Timothée Chalamet), un joven universitario en Yardley College que es un mar de contradicciones. Adinerado, despreocupado y amante de las apuestas, Welles es un snob al que solo le gusta el cine clásico y las canciones de Irving Berlin tocadas al piano en un bar. Esas es la sofisticada versión Allen de un millennial, realmente con pocas probabilidades de existir en el mundo real. Pero esta es una película suya y sus gustos culturales y artísticos son los que imperan, eso hay que asumirlo.
Gatsby tiene –como era de esperarse- una novia adinerada, una estudiante de periodismo llamada Ashleigh Enright (Elle Fanning), cuya ingenuidad y poco brillo intelectual los hacen una pareja no muy coherente. Ambos van a pasar un fin de semana en Manhattan, donde ella va a tener la oportunidad de entrevistar para el periódico universitario al director de cine norteamericano más importante del momento, Roland Pollard (Liev Schreiber). Para el resto del tiempo la pareja hace planes de ensueño (hoteles, cenas, visitas a museos, veladas musicales en el bar del Carlyle). Sin embargo, todo se confabula para separarlos desde el primer día y sus historias van a correr en paralelo.
El humor de la película tiene dos vertientes. Una menos elaborada que correrá por cuenta de Ashleigh y su contacto con miembros de la industria del cine, en una serie de enredos y confusiones consecutivas que recuerdan más al cine de Peter Bogdanovich, tanto al antiguo –¿Qué me pasa, doctor? (What’s Up, Doc?, 1972)- como al más reciente –Enredos en Broadway (She’s Funny That Way, 2014)- que al propio cine de Woody Allen.
Debido a su ingenuidad la chica termina convertida en un inesperado objeto de deseo para tres hombres (un director de cine, un guionista y un actor), rol que ella asume con total disposición, sin darse cuenta que la están usando. Que los tres la vean como una groupie y por eso se crean con derecho a engañarla y a seducirla con falsas promesas, dice mucho de lo tóxicas que son las relaciones de subordinación entre las celebridades masculinas y sus fans. Desde la perspectiva del guion, Woody también es uno de los hombres que termina utilizando a Ashleigh .
Más interesante desde lo humorístico –y desde lo humano- es el personaje de Gatsby Welles, que repentinamente solo en la ciudad y con sus planes arruinados, se sume en una crisis existencial que solo alivia el reencuentro fortuito con Shannon (Selena Gomez), la hermana menor de una exnovia. Ella es todo lo caustica, crítica y brillante que Ashleigh no es, y representa la contrincante perfecta para Gatsby, exactamente en el modelo de comedia y guerra de sexos que representaba la screwball comedy de los años treinta y cuarenta (Gable/Colbert, Grant/Hepburn, por ejemplo) y también se inscribe en el modelo del cine del propio Allen: el recorrido de la pareja por el Museo Metropolitano evoca al de Woody y Diane Keaton en Manhattan (1979) por el antiguo planetario Hayden. Obviamente, solo desde lo locativo. Hay un océano de distancia entre la profundidad de los diálogos de aquel filme con este, pero concedamos que los personajes son mucho más jóvenes generacionalmente.
Gatsby tiene un conflicto irresoluto con su madre, un personaje que él menciona permanentemente como una influencia negativa en su vida, una mujer impositiva que lo ha obligado a ser alguien que él no quiere ser. El espíritu de la madre castradora que representó Elaine Stritch en Septiembre (September, 1987) parece asomarse sobre Un día lluvioso en Nueva York, pero la madre de Gatsby –una socialite interpretada por Cherry Jones- tiene para su hijo una lección vital con la que se desquita de un acto de desprecio que Gatsby tuvo al verse con ella esa noche, en una recepción social de la que no pudo escapar.
Esa lección, más todo lo sucedido con Ashleigh y el reencuentro con Shannon generan en él un cambio. Hay una progresión palpable del personaje, una maduración que no por rápida se antoja necesariamente falsa. A veces las cosas pasan gracias a golpes bien dados, no a transiciones lentas. Esta es la tesis del filme, la toma de consciencia sobre sí mismo que Gatsby asume, no como un castigo, sino como una evolución personal positiva. Nada novedoso, nada que no hayamos visto antes, pero este autor no es exactamente un renovador: sus temas y su estilo son siempre los mismos, el matiz es el que cambia.
Por fortuna Woody condescendió a un final feliz y muy romántico para Un día lluvioso en Nueva York, consecuente con las screwball comedies y con el gusto cinéfilo de Gatsby. Solo en las películas clásicas se cumplen las citas románticas acordadas -excepto en Algo para recordar (An Affair to Remember, 1957)- pero acá hubo fe en las posibilidades del amor. Ahora en el reloj musical Delacorte de Central Park dieron las 6:00 pm y un hombre nuevo mira a su alrededor…
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