Rocky Graziano by Paul Newman: Somebody Up There Likes Me, de Robert Wise

8647
0
Compartir:

Paul Newman empezó a ser Rocky Graziano el 30 de septiembre de 1955, gracias a un grave accidente de tránsito que ocurrió en la intersección entre las autopistas 466 y 41, cerca de Paso Robles, California. Ese día chocaron violentamente un Ford Tudor y un Porsche Spyder, conducidos respectivamente por Donald Turnupseed y un actor de veinticuatro años llamado James Dean, que falleció en la ambulancia que lo transportaba al hospital.

Un año antes Newman había hecho una audición para el papel de Cal en Al este del paraíso, rol que a la postre obtuvo James Dean. En cambio, por sus ojos azules y su parecido a Marlon Brando, la Warner le hizo firmar un contrato y le ofreció ser Basil, un esclavo griego en El cáliz de plata (The Silver Chalice, 1954), su desafortunado y bochornoso debut en el cine. Tras ese traspiés regresó a un terreno seguro: volvió a Broadway -donde había debutado en 1953- para interpretar a Glenn Griffin en The Desperate Hours, el mismo papel que Bogart había tenido en la versión fílmica. Mientras, James Dean rodaba en esos momentos su segundo filme, Rebelde sin causa y casi de inmediato se involucraba en la filmación de Gigante. La vida le sonreía. Sin embargo ambos filmes se estrenarían de manera póstuma.

El cáliz de plata (The Silver Chalice, 1954)

El cáliz de plata (The Silver Chalice, 1954)

Antes de ese 30 de septiembre Newman y Dean estaban programados para rodar una adaptación para la televisión de un texto de Hemingway, The Battler. Era una oportunidad única de ver juntos a estos jóvenes talentos. Pero el destino tenía otro plan para James Dean y la tragedia por todos conocida llegó sin anunciarse. Paul Newman debió asumir el papel protagónico que no estaba originalmente pensado para él. Como no lo estaba el rol de Rocky Graziano, ofrecido inicialmente por la Metro Goldwyn Mayer a Dean. Era entonces su oportunidad y no iba a desaprovecharla. La película –dirigida por Robert Wise- se llamaría Somebody Up There Likes Me (1956) y en Latinoamérica sería presentada con el desastroso título de El estigma del arroyo (en España las cosas no fueron mejores, allá se llamó Marcado por el odio).

Harry Kreisler, del Institute of International Studies de Berkeley sostuvo hace varios años una conversación con Robert Wise para el programa Conversation with History. En un momento dado le pregunta por El estigma del arroyo y esto respondió el director: “Era una historia particularmente dura, a partir de un libro escrito sobre Rocky Graziano. Era un personaje real y él fue en alguna ocasión un auténtico campeón de los pesos medios. Paul [Newman] y yo tuvimos la ventaja de pasar mucho tiempo con Rocky. Él estaba viviendo en Nueva York y Paul estaba allá. Cuando yo iba nos llevaba al Lower East Side donde vivió y creció, nos presentó a sus amigos de esos días y la dulcería donde se entretenía. Nos consiguió fotos para el tema del vestuario y escuchamos una grabación de una larga entrevista que le hicieron en la revista Look, así que tuvimos la oportunidad de escuchar la voz de Rocky y su manera de hablar. Y decidimos con Paul que él haría todo lo que fuera necesario para que sonara real y natural y honesto con su forma de hablar”.

Somebody Up There Likes Me (1956)

Somebody Up There Likes Me (1956)

Al verlo actuar aquí entendemos la naturaleza de las comparaciones –que tanto le disgustaban- con Marlon Brando, sobre todo porqué recuerda la actuación de este en Nido de ratas (On the Waterfront, 1954). Ambos comparten cierta inquietud, cierta agitación del espíritu que no los deja en paz, que los hace darse golpes y estar en guerra contra todo y contra todos. El Graziano de Paul Newman era otro rebelde sin causa –o mejor, con todas las causas- tratando de sobrevivir en un mundo adverso, donde su padre alcohólico y su madre sumisa no tenían nada mejor para ofrecerle que lo que podía brindarle la calle. El veterano guionista neoyorquino Ernest Lehman (Sabrina, El rey y yo, Intriga internacional) construye esta historia de un perdedor redimido a partir de la autobiografía de Rocky Graziano escrita junto a Rowland Barber, pero no por eso -ni por tratarse de un ícono aún vivo en ese momento- el retrato es condescendiente.

El futuro boxeador pasó por cuanto internado, reformatorio y prisión pudo uno imaginarse, sin que haya encontrado alivio o sosiego en ningún lado, ni adentro ni afuera de las rejas. Y así lo retrata Paul Newman: como un ser ahogado de odio, una víctima que no quiere que nadie sienta lástima de él y que está decidido a cobrar venganza con un mundo en el que se siente excluido. El actor, egresado de la escuela de arte dramático de Yale y discípulo de los cultores del “Método” en el Actor´s Studio sabe que esta era la ocasión propicia para mostrarse y la aprovecha como si fuera la última vez que va a aparecer en las pantallas. A sus treinta y un años nadie sabía aún quién era, es hora ya de darse a conocer.

Somebody Up There Likes Me (1956)

Somebody Up There Likes Me (1956)

Por eso decide transformarse en Graziano: ya sabe como hacerlo. La primera vez que lo vemos huye de la policía. La noche es su aliada para escapar entre callejones y tejados por los que se mueve con facilidad. Su madre lo encuentra y oímos entonces su voz, callejera, de acento italiano. Pero más que su voz, impacta su lenguaje corporal: es un hombre en perpetua agitación, en continua ebullición. Paul Newman lo despoja de paz y lo llena de ira. Saca a su personaje a las calles donde robará y asaltará en compañía de su pandilla (entre ellos Sal Mineo y un debutante Steve McQueen) mientras alimenta su odio. Un sentimiento que será canalizado hacia el cuadrilátero de boxeo, pero faltarán muchas prisiones y muchas palizas para llegar allá. De tumbo en tumbo, Graziano aprende a las malas que no puede luchar contra todos y que con el boxeo puede llegar -incluso- a impedir que alguien lo mate en la calle. Además van a pagarle por darle golpes a alguien, que es lo que ha hecho gratis desde que tiene memoria.

Empieza entonces otra película. Una en la que la lente del veterano cinematografista de origen ruso Joseph Ruttenberg (The Women, The Philadelphia Story, Gaslight) se mete al ring y se convierte en otro boxeador más. Paul Newman -nariz chata, expresión iracunda- se termina de transformar ante nuestros asustados ojos. Su mano derecha parece incontenible y así parece el ritmo de la película. En 1949 Robert Wise había dirigido otro filme sobre el boxeo, la excelente The Set-Up. Pero si en esa película la aproximación era más afín al cine negro, aquí lo que ocurre en el cuadrilátero se convierte en una batalla feroz donde los golpes antes que parecer coreografiados y respondiendo a los designios del guión parecen impulsados sólo por la adrenalina que por borbotones genera el recibir un golpe en la cara. El montaje -tan veloz y tan preciso como la escenificación de cada combate- fue el último trabajo a cargo de Albert Akst, quien moriría un par de años después. Pero Wise estuvo también ahí, recordándonos porqué fue el montajista de Ciudadano Kane.

Somebody Up There Likes Me (1956)

Somebody Up There Likes Me (1956)

Es difícil describir el vigor del último combate que disputan Graziano y su eterno rival, Tony Zale, pero aún para el espectador de hoy en día -acostumbrado a todo tipo de efectos especiales y de violencia en el cine- la secuencia resulta de gran intensidad. Imagino entonces el impacto que esta tendría en el público de hace cincuenta años. Ruttenberg nos pone en el centro del ring y nos hace sentir cada golpe como un impacto directo a la barbilla, sin movimientos en cámara lenta o con algún efecto visual que mitigue la carga dramática o la visceralidad de la acción. Ruttenberg recibiría el Óscar a la mejor fotografía en blanco y negro por este filme, así como lo recibió el maestro de la MGM, Cedric Gibbons, por la escenografía.

Martin Scorsese y su fotógrafo Michael Chapman bebieron de esta fuente para hacer Toro salvaje. Esta es la inspiración para las estremecedoras escenas de La Motta (Robert De Niro) enfrentado a Sugar Ray Robinson o a Jimmy Reeves. Es el mismo vigor, es la misma fuerza, es el mismo sentido visual seco e hiperrealista. Veo a Paul Newman y sé que él fue en El estigma del arroyo ese toro salvaje, ese hombre que ante todo estaba luchando por su sitio en el cine. El combate lo ganó por K.O., como lo demostraría su victoriosa trayectoria como actor a lo largo de casi cinco décadas. Sin duda a alguien allá arriba le caía bien.

Publicado en la Revista Universidad de Antioquia No. 295 (Medellín, enero-marzo/09), págs. 155-156.
©Editorial Universidad de Antioquia

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

P6

Compartir: