Discreta sazón italiana: De Roma con amor, de Woody Allen

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Los lectores habituales de esta columna saben de la admiración que me genera la obra fílmica de Woody Allen. Esto, sin embargo, no me enceguece a la hora de exponer sus fallos como realizador. Un director tan prolífico como él enfrenta en ocasiones baches creativos, tales como los que exhibe en su más reciente filme, De Roma con amor (To Rome with Love, 2012), el séptimo escalón de su tour europeo.

Obviamente me siento afortunado de haber podido ver la película en cine, pues bien pudiera esta haber sufrido la suerte de otras diez cintas de Woody que entre 1994 y 2007 no fueron exhibidas en Colombia. Sencillamente el éxito en taquilla de Medianoche en París motivó a los distribuidores locales a traer De Roma con amor y eso obró a nuestro favor.

Se dan cita en este filme cuatro historias no relacionadas entre sí, que tienen como marco común la bellísima capital italiana. Woody nos muestra los sitios más emblemáticos de Roma sin superar estereotipos turísticos recurrentes. La ciudad se antoja así un exótico telón de fondo, un lienzo hermoso pero incapaz de expresarse por sí mismo. Ahí deambulan los personajes de esos cuatro relatos, tres de ellos protagonizados por foráneos, bien sea una pareja de pueblerinos italianos, un estudiante de arquitectura y un director de ópera norteamericanos (el propio Allen), lo que permite jugar con las posibilidades humorísticas del choque cultural. Parece que Woody no le vio aliento suficiente a ninguno de los cuatro relatos como para que sostuviera a un largometraje completo y se decidió por cuatro anécdotas breves que no siempre funcionan y que terminan desgastándose.

La mejor de ellas es un homenaje nada disimulado a Federico Fellini y su primera película como director, El jeque blanco (1952), en la que una joven pareja de provincia llega a Roma a pasar su luna de miel y ella se escapa para asistir a la grabación de su fotonovela favorita, con la esperanza de conocer al protagonista de la misma. Acá ocurre casi lo mismo, con un enredo adicional con una prostituta, una Cabiria más sensual que la original que el propio Fellini nos presentara en 1957.

Salvo la surrealista aventura de un oficinista que recibe unos inesperados 15 minutos de fama que luego extrañará y que refleja la obsesión contemporánea con el reconocimiento instantáneo y fugaz, lo demás es material pobremente desarrollado, a veces torpe y bochornoso. Un guion anémico y falto de sazón de un director grande que esta vez fue abandonado por la inspiración.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 19/07/12). pág. 18
©Casa Editorial El Tiempo, 2012

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