La infancia de Manuel: Los colores de la montaña, de Carlos César Arbeláez
Manuel se despide de Carmen- la profesora de su escuela rural- con un “Profe, hasta mañana” que él sabe que no va a darse, así lo desee con el alma, así ese sea su único contacto con un futuro mejor. Hace poco la ha visto derrumbarse frente a él y a los demás alumnos y mañana volverá a encontrarla, sí, pero para verla despedirse apresurada y abandonar el pueblo. Tal como la anterior profesora o como los demás compañeros de Manuel, que han tenido que irse junto a sus familias, amenazados por grupos violentos que ya no saben diferenciar entre sí.
Manuel sabe que su tiempo en el pueblo está contado. Que su padre no ha querido asistir a unas reuniones dominicales a las que lo han citado para instruirlo y dejarle “tareas”, y por eso algún día vendrán por él. Como vinieron otros por el vecino cuyo hijo se fue para la guerrilla, como vinieron por tres hermanos de otra vereda y terminaron matándolos. La infancia de Manuel se está rompiendo con cada suceso trágico, con el temor a los helicópteros nocturnos, a los hombres de camuflado cuyo bando no distingue, a los letreros amenazantes en el muro externo de la escuela.
Él solo quiere jugar futbol con los demás niños. Anhela ser un gran portero y por momentos quiere estar ajeno a esa realidad gris que busca ahogarlo, y volver solo a ser un niño campesino preocupado por hacer las tareas, ayudar en el ordeño y lucirse en la cancha de futbol. Pero la realidad –nuestra realidad, así una inveterada indolencia nos haga ciegos, sordos y mudos- termina por imponerse con ferocidad extrema sobre sus deseos y sus sueños. ¿Qué será de Manuel? Se convertirá en una cifra del desplazamiento, en un habitante marginado de la ciudad, lejos de sus montañas, su cielo y sus amigos. Se cubrirá de rabia, de dolor, de desconfianza. De su inocencia nada quedará.
Los colores de la montaña (2011) es la historia de Manuel. Lo que empieza con la despreocupada alegría de un grupo de niños jugando futbol, termina dándonos una merecida bofetada al mostrarnos esa Colombia que desde la comodidad de nuestros hogares preferimos ignorar. Da cuenta –con inteligencia- de lo que se sufre en medio del fuego cruzado y nos invita, con sus imágenes naturalistas, a la compasión por un paraíso perdido en el que un campo de juego se convierte, gracias al odio, en un campo minado. Nuestra indiferencia ha convertido los ojos vivaces de Manuel en esa mirada defraudada del último plano de este filme conmovedor que se resiste a abandonarnos.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 17/03/11). Pág. 16
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