Chico conoce chica: Top Hat, de Mark Sandrich
“La magia de Astaire y Rogers no puede explicarse, sólo sentirse. Ellos crearon un estilo, un ánimo, un acontecimiento. Coqueteaban, se perseguían, se cortejaban, se resbalaban, se acariciaban, saltaban, brincaban, se doblaban, soplaban, ondulaban, anidaban, temblaban, se deslizaban, giraban –en suma hacían el amor ante nuestros ojos. No hemos visto algo como eso desde entonces”
-Garson Kanin
Recordemos el final de La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985): estamos en Nueva York, en los años treinta, en plena época de la Gran Depresión. Cecilia, una tímida mesera, ha vivido una sorprendente aventura con un galán que -literalmente- se salió de la pantalla y se fue con ella. Pero ese galán de y del celuloide ha regresado a su mundo, y el actor que lo interpretaba vuela ya rumbo a Hollywood. Cecilia se queda sola. Pero sólo un instante: el cine todavía está con ella. Y la vemos entrar a una sala en penumbras, donde cinco personas ven Top Hat (1935). En ese momento Fred Astaire le canta a Ginger Rogers las notas iniciales de Cheek to Cheek, la hermosa y ya eterna melodía de Irving Berlin que hace parte de la banda sonora de ese filme. La rubia Rogers le escucha atenta y Fred le canta muy de cerca, mientras bailan girando. Heaven, I´m in heaven and my Heart beats so that I can hardly speak… Cecilia no mira la pantalla buscando acomodarse, mientras carga su maleta en un brazo y su ukelele en el otro. Sentada, aún no mira la película y su rostro refleja una desolada tristeza. Ginger se apoya ahora en un pilar, mientras su pareja continúa cantándole… and to reach the highest peak but it doesn´t thrill me half as much as dancing cheek to cheek. En ese momento Cecilia alza la mirada y los ve. Sus ojos se abren. Ginger y Fred bailan juntos, dan vueltas, sus cuerpos se necesitan, se atraen, se buscan elegantes y sinuosos. Cecilia no deja de mirarlos impávida, mientras su expresión se transforma despacio. La pareja continúa bailando, pero no los vemos más. Sólo nos queda la música y el rostro de Cecilia, en el que ha nacido -tímida, sí, pero vívida- una sonrisa. La misma que florece, discreta, en nuestros corazones.
Termina entonces La rosa púrpura del Cairo con una invitación a la esperanza, con una pequeña ilusión encendida -¿despertada?- por una película musical. No he visto un homenaje más hermoso al efecto terapeuta de estos filmes mágicos y sorpresivos que éste que les hace Woody Allen, cinéfilo y músico imbatible. Y no es raro que este director hubiera escogido un aparte de Top Hat para ilustrar tal efecto balsámico y curativo, pues ese fue uno de los atributos de este filme durante la época de su estreno. Un enorme éxito de taquilla, la película atrajo un público deseoso de escapar, por unos minutos, a la difícil situación social derivada de la Depresión tras la caída de Wall Street. Con sus tres millones de dólares recogidos se convirtió en el segundo filme en recaudos para la RKO en 1935, luego de la versión de Mutiny on the Bounty realizada por Frank Lloyd, y en la película más taquillera para esa compañía en los años treinta.
¿Y cual fue el secreto de su éxito? La respuesta no es sencilla, pues implica una combinación en extremo afortunada de factores, que se inicia por la química –como pareja de baile- de Fred Astaire y Ginger Rogers en su cuarta película juntos, pasa por la dirección de Mark Sandrich -que logró obtener maravillas de actores de reparto tan efectivos como Edward Evertt Horton, Erik Rhodes, Eric Blore y Helen Broderick-, sigue con las contagiosas melodías de Irving Berlin, continua con la graciosa comedia de enredos escrita por Allan Scott y Dwight Taylor a partir del drama autoría de Alexander Faragó y Aladar Laszlo, y termina con los fabulosos decorados realizados por Van Nest Polglase. Y aunque parece que la explicación ya es clara, la verdad es que no lo es. En el cine la simple suma de talentos no equivale necesariamente al éxito. Hace falta una chispa casi mágica, una suerte de embrujo adicional que hace una conexión íntima con el público y eleva un filme a una categoría especial, una limitada a un puñado de clásicos.
Y lo más curioso es que Top Hat está lejos de ser una obra por completo original, pues es básicamente un remake de la segunda película de Ginger y Fred, The Gay Divorcee (1934), también dirigida por Sandrich, y que fue un éxito menor, a pesar de su calidad. Pensando esta vez específicamente en la pareja de bailarines, el director acabó de pulir el esquema básico de confusión de identidades del filme previo, reclutó a los mismos personajes secundarios, le introdujo unos números sugeridos por Astaire y cruzó los dedos. Y el milagro del cine de éxito volvió a hacerse realidad en ese momento. Un sortilegio que estuvo a punto de no darse nunca, pues Astaire no se sentía exactamente a gusto con su compañera. El problema no era exactamente Ginger Rogers, pues incluso ambos salieron brevemente en Nueva York cuando Astaire colaboró con la coreografía del musical de George Gershwin, Girl Crazy, que era estelarizado por ella. Lo que el bailarín no quería era otra compañera de baile con la cual lo identificaran, pues cuando dejó de bailar con su hermana Adele en el vodevil le dio dificultad abrirse paso en solitario.
La primera vez que hicieron una película juntos había sido en 1933 cuando realizaron Flying Down to Rio. Astaire iba a ser pareja de Dorothy Jordan en un gran número musical de ese filme, pero la actriz se casó con el jefe de la RKO, Merian C. Cooper y el rodaje del filme interfería con la luna de miel, de ahí que debió retirarse del proyecto. Entra en escena la rubia Virginia Katherine McMath, alias Ginger Rogers, quien a sus veintidós años tenía en ese momento a su haber diecinueve películas, pero no un contrato con un estudio. Ninguno de los dos era el protagonista del filme, tenían tan sólo papeles secundarios, y no era posible predecir que seguirían bailando juntos. Incluso Astaire sólo accedió a que Ginger fuera la coprotagonista de la segunda película de ambos, The Gay Divorcee -basada en un musical teatral que el bailarín protagonizó- luego de que la RKO le ofreciera un porcentaje de las ganancias del filme. Vendría después otra adaptación teatral, Roberta (1935), tras la cual el estudio les ofreció un argumento escrito con ellos en mente. Era Top Hat, pero al principio las cosas no parecían diáfanas. Escribe Astaire: “Mi rol es el de un straight juvenile, más bien arrogante y engreído, una suerte de joven desagradable, sin encanto, simpatía o humor… y después de que llegue al Lido, me diluyo en prácticamente nada…”. La RKO fortaleció el papel del actor y le dio mejores apuntes graciosos, logrando que aceptara filmar la película.
En los diez largometrajes que hicieron juntos, la pareja de Astaire y Rogers asume dos tipos de rol. En uno ya se conocían previamente (habían tenido una relación afectiva, laboral o ambas) y ahora el destino vuelve a juntarlos, mientras en el otro tipo apenas van a conocerse. El esquema de chico-conoce-chica es el de Top Hat. Como en un manual previamente diseñado –y que las películas de screwball comedy de la década siguiente imitarán- inicialmente hay un rechazo mutuo o de parte de ella, luego algún discreto interés, posteriormente un hecho confuso que los separa durante la mayoría del metraje y después una reconciliación final. En este filme Astaire es Jerry Travers, un bailarín norteamericano de gira en Londres y ella es Dale Tremont, una modelo que sirve de promoción intencional para los trajes del diseñador italiano Alberto Beddini (Erik Rhodes), quien en secreto la pretende (aunque la afectación del personaje es más que evidente). La pareja se conoce por casualidad en el lujoso hotel donde ambos se hospedan, pero el enredo ocurre cuando Dale confunde a Jerry con Horace Hardwick (un impagable Edward Evertt Horton), el amigo y productor que lo ha traído a Londres. Horace está casado con Madge (Helen Broderick), una amiga de Dale. Al creer que está siendo cortejada por un hombre casado, la modelo se va de la ciudad rumbo a Venecia, donde se encuentra Madge, pero hasta allá la seguirá Jerry y la confusión de identidades será aún mayor y de más graciosas consecuencias. Visto así el argumento no resiste mayor análisis, pero su levedad es casi una convención del género musical y así lo aceptamos.
Realmente todo Top Hat ocurre en un terreno de ensueño, lo más alejado posible de la vida cotidiana que los espectadores vivían. Esa falta de identificación podría jugar en su contra, pero como lo que se buscaba precisamente era eso, que el público escapara a la gris realidad que le esperaba a la salida del teatro, la película funcionó perfectamente. Si nos damos cuenta, las únicas locaciones en interiores no son casas o apartamentos sino suites de hotel en Londres y Venecia, algunas de ellas de lujos y dimensiones casi inverosímiles. Junto a ellas se despliegan unas escenografias nada naturalistas –vease la recreación sublimada de Venecia- completamente blancas, resaltadas y contrastadas por efectos tan extremos como hacer teñir de negro toda el agua de los supuestos canales venecianos. La dirección artística de ese genio que era el neoyorquino Van Nest Polglase y de su asociada Carroll Clark , puesta aquí al servicio de una historia que necesitaba estar diez centímetros por encima de la realidad.
Sin embargo a la hora de bailar había que poner los pies en la tierra y Astaire & Rogers sí que saben como hacerlo. Además siendo sólo dos era imposible fingir o disimular con facilidad los errores, como era posible –hasta cierto punto- con los musicales corales de Busby Berkeley para la Warner, donde el impacto de las coreografías de una enorme cantidad de bailarines haciendo formaciones precisas pasaba por encima de una técnica que los protagonistas de Top Hat manejaban a la perfección. A propósito acotaba el crítico austriaco John Kobal que “El genio de estos artistas consiste en hacer sólo lo que parece natural -ya sea bailar, actuar o cantar-; lo que, al hacerlo ellos, parece tan fácil que está al alcance de cualquiera. Astaire fue, desde un principio, la gracia y la belleza de la danza. Ginger fue la pareja más perfecta de Fred, siguiéndole con exacta precisión, bailando casi como otro hombre; siendo una sombra en lugar de su prima ballerina. Ginger era una pareja inteligente. Cuando bailaba con Astaire, un observaba su rostro intentando descubrir sus reacciones más que el movimiento de los pies. Además era muy bonita y tenía cierta vulnerabilidad escondida tras una fachada de sofisticación”.
Los números que comparten en Top Hat, como Isn’t This a Lovely Day?, Cheek to Cheek y The Piccolino, fluyen con una naturalidad que disimula el enorme esfuerzo que requirieron de ambos, pues Astaire y su coreógrafo Hermes Pan pensaban que estas escenas debían filmarse con el menor número posible de cortes, casi como si fueran espontáneas, como si resultaran al primer intento. Y la verdad era que implicaban una concentración y unas repeticiones casi obsesivas. Al respecto hay una anécdota divertida: en el número de Cheek to Cheek, Ginger está ataviada con un vestido cubierto de plumas de avestruz, que mantenían despegándose, volando por el plató y haciendo estornudar a Astaire. “Todo iba bien con la canción, pero cuando hicimos el primer movimiento de la danza, las plumas empezaron a volar como si un pollo hubiera sido atacado por un coyote”, recordaba. El actor interrumpió los ensayos y él y Sandrich exigieron que el vestuario fuera modificado. El diseñador de vestuario Bernard Newman pasó la noche cosiendo cada pluma y a pesar de eso todavía en la secuencia filmada es posible ver a algunas de ellas flotando y al final el piso está cubierto de plumas. Al final Astaire y Pan le cantaban a la actriz una versión modificada de la letra de Cheek to Cheek, afirmando burlones que:
Feathers — I hate feathers —
And I hate them so that I can hardly speak.
And I never find the happiness I seek
With those chicken feathers dancing
Cheek to cheek.
No sabemos si es casualidad, pero uno de los bailes que en Easter Parade (1948) interpretan Astaire y Judy Garland, parece haber una mofa a esta danza, cuando el vestido de ella desprende permanentemente plumas que flotan, mientras a cada instante él se choca con ella. Con o sin plumas, la verdad es que Top Hat fue nominada a cuatro premios Oscar -mejor película, escenografía, dirección de baile y canción original- , hizo de las cinco composiciones de Irving Berlin éxitos simultáneos del hit parade, fue prohibida en Italia por la caricatura de Beddini que hizo Erik Rhodes y es, junto a Swing Time (1936), el mejor ejemplo del arte sin par de Fred Astaire y Ginger Rogers, la pareja de baile por excelencia del cine, capaces de transportarnos, de anestesiarnos y de hacernos volar muy, muy alto.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.