¿Jaulas o alas?: tick, tick…BOOM!, de Lin-Manuel Miranda
Jonathan Larson es recordado por ser el dramaturgo y músico que creó Rent, un enorme éxito de Broadway que no alcanzó a ver estrenado, pues este artista falleció en 1996 a los 35 años de edad, a consecuencia de la ruptura súbita de un aneurisma aórtico. Antes de fallecer había dejado listo Rent y un proyecto llamado Tick, Tick … Boom! que era aún una “obra en marcha”, pero que él puso en escena entre 1990 y 1993. Esta última obra fue concebida originalmente como un monólogo rock en el que Larson se interpretaba a sí mismo, relatándonos las vicisitudes que tuvo para poner en marcha su musical futurista Superbia, al que dedicó años con la intención de que se estrenara en Broadway, un sueño que nunca pudo cumplir. De ese fracaso surgió el material para Tick, Tick … Boom!, que tras la muerte de Larson fue revisado por el dramaturgo David Auburn, expandido a tres personajes y estrenado off Broadway en 2001, con dos reposiciones en 2014 y 2016.
En una de esas reposiciones Lin-Manuel Miranda interpretó a Jonathan en el escenario del New York City Center y ahora él mismo fue el encargado –en su debut como director- de llevar al cine a tick, tick…BOOM! (2021), que es una mezcla del monólogo original de Larson, la versión off Broadway de 2001y una escenificación dramática de lo que le ocurre al protagonista. Por supuesto que ahora no solo son tres personajes, sino más de una docena, y se ha recurrido a no solo a los números musicales del Tick, Tick … Boom! original, sino además al repertorio musical de Larson. Lo que salió de esa combinación, que protagonizaron Andrew Garfield, Robin de Jesús, Alexandra Shipp, junto a los cantantes Joshua Henry y Vanessa Hudgens, tiene la belleza de la urgencia vital que está representando, tiene la dignidad del fracaso que escenificó y tiene la amargura de lo que tiene fecha de caducidad.
Jon Larson (Andrew Garfield) cumplirá 30 años el 4 de febrero de 1990 y la película empieza el 26 de enero, una semana antes de la interpretación pública –un taller- de los números musicales de Superbia ante un grupo de empresarios y productores de Broadway. Los problemas: Michael, su compañero de cuarto se está mudando; su novia Susan está ante una oportunidad laboral que puede que los aleje y que requiere que él le ayude a decidir qué hacer, Jon se gana (mal) la vida como mesero en un restaurante del SoHo neoyorquino y no ha pagado la electricidad de su apartamento, uno de sus compañeros de trabajo se está muriendo de Sida, ah… y le falta componer una canción clave para el segundo acto de Superbia. Todo en una semana. Todo a la vez.
Jon lleva ocho años componiendo Superbia y ahora está ante un bloqueo creativo que le impide escribir la canción faltante, un bloqueo romántico que le impide atender las necesidades de Susan (Alexandra Shipp), un bloqueo afectivo que no le deja ver la fragilidad y las carencias de Michael (Robin de Jesus), y un desgreño económico que lo tiene en la ruina. También tiene una ceguera crónica que no le deja ver que a su alrededor la gente joven como él se muere de Sida, que los políticos republicanos le echan la culpa al homosexualismo de esa epidemia y que a esas alturas la FDA apenas había aprobado un solo medicamento para tratar esa enfermedad. ¿Vieron en una pared por la que pasa Jon en bicicleta los afiches de ACT UP, incluyendo el de Read my lips del colectivo Gran Fury? Para Jon, así como para muchos estadounidenses, el VIH solo parecía importarles cundo alguien cercano se contagiaba. Y tick, tick…BOOM! es también una historia sobre sacar fuerzas para vivir cuando el tiempo realmente se acaba, cuando el deadline es literalmente mortal. Jon solo tiene que sobrevivir a la presentación de Superbia. Otros no van a contar con tanta suerte.
Me gusta que Jonathan Larson haya compuesto los temas de este musical sin haber sabido del éxito que tendría Rent. Eso dota a las composiciones –y a la historia- de una desazón honesta: la del fracasado que tiene que reconocer que con su romanticismo artístico no le alcanza para la gloria, que hay otros con más talento que él y que va a tener que tragarse su orgullo y aceptar un trabajo convencional que le permita cumplir con sus obligaciones financieras. Hay en el relato a toda hora esa disyuntiva entre el deseo y la aceptación, entre las ganas y la resignación, entre el atrevimiento y la desilusión. El Jon de Andrew Garfield es neurótico, egoísta y ansioso, sabe que tiene que aprovechar esta oportunidad, que la juventud (desde su perspectiva) se le está yendo y eso lo vuelve insensible a todo lo que parezca que pueda distraerlo de alcanzar su sueño. Eso incluye, por supuesto, lo que realmente importa.
Lin-Manuel Miranda ha dirigido un musical lleno de urgencia y vitalidad donde ninguna canción es suya. Todas representan el sentir real de un hombre que hizo de su fracaso la fuente de inspiración para un monólogo que inicialmente fue una queja y una protesta, y que ahora es una película muy sincera donde la realidad amarga que él vivió se convirtió en letra y música: en unas composiciones sorprendentemente frescas, lúcidas y necesarias. Son su legado y es un placer recibirlo.
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