Colgando de las pestañas: Safety Last!, de Fred Neymeyer y Sam Taylor
Ahí está él, colgando de las manecillas de ese enorme reloj en el exterior de un edificio. Abajo una multitud lo ve, arriba parece que lo espera una eternidad de pisos aún por subir, si es que no se cae desde el reloj hacia el vacío. ¿Lo han visto, verdad? Todos parecemos haber visto esa imagen de un hombre de gafas y sombrero de paja que lucha por no caerse. Es de esas imágenes que ya es icono del cine, una parte de su ADN como medio artístico.
Es hombre es un actor y director de cine norteamericano llamado Harold Lloyd y esa película se llama Safety Last!. Lloyd No era un debutante o un desconocido tratando de llamar la atención con un acto temerario y cuasi suicida, era por el contrario uno de los intérpretes más afamados de esa época del cine mudo. Cuando Safety Last! –conocida en español como El hombre mosca o Por último la seguridad– se estrenó el 1 de abril de 1923 fue un éxito absoluto, recogiendo en taquilla un millón quinientos ochenta y ocho mil dólares. Ese fue el año además en que Lloyd se convertiría en productor independiente, adquiriendo control absoluto de su obra fílmica.
Lejos estaban sus orígenes humildes en Burchard, Nebraska, donde nació el 20 de abril de 1893; lejos también se veía la inestabilidad laboral de su padre, el cansancio de su madre que la llevó al divorcio, las penurias económicas familiares, las constantes mudanzas de residencia, el ignorar si su apetencia por el teatro sería un capricho pasajero o una verdadera vocación. La suerte decidió que el adolescente Harold Clayton Lloyd y su padre desembocaran en San Diego, California, y que se uniera a una compañía teatral como alumno e instructor. Luego obró el destino: la Edison lo incluyó como extra en una de sus películas y el virus del cine vino a contaminarlo. Coincidiría en Universal Studios con otro extra, Hal Roach, quien se convertiría no sólo en su amigo, sino en el productor –luego de heredar el dinero de una herencia- tras su carrera como actor.
Después de ensayar en las pantallas a dos personajes -Willie Work y Lonesome Luke- que parodiaban sin mucho suceso a Chaplin, Harold Lloyd crea en 1917 a “el personaje de las gafas”, a la personificación del hombre normal, del boy-next-door que reivindica en el cine a la masa que asistía a las películas y que descubrió que no sólo a los personajes extravagantes les ocurrían cosas graciosas. Lloyd en sus filmes seria simplemente “The boy”, como englobando las aspiraciones de todos los espectadores. En su autobiografía, publicada en 1971, él explicaba que: “Las gafas me servirían como marca registrada y al mismo tiempo sugerirían al personaje -tranquilo, normal, masculino, limpio, simpático, no imposible de querer. Yo no necesitaría maquillaje excéntrico o disfraces graciosos. Sería un joven norteamericano promedio y dejaría que las situaciones se encargaran de hacer la comedia”.
Ahora Harold Lloyd está colgando de las manecillas de un reloj, decenas de cortos, algunos mediometrajes y dos largometrajes más tarde de ese día que creo a “The boy”. Sin embargo no lo sostienen los diez dedos de sus manos: sólo ocho. En 1919 sufrió un accidente con una bomba supuestamente falsa mientras hacía una sesión fotográfica en Los Ángeles. La bomba le voló el pulgar, el índice y la mitad de la palma derecha; además lo dejó temporalmente ciego y con quemaduras en el rostro. Pero ahí estaba -con una prótesis que encajaba en un guante permitiéndole disimular y compensar los dedos faltantes- balanceándose en el vacío, ante un público que no puede creer lo que ve. El apodo de “King of Daredevil Comedy” (Rey de la comedia temeraria) se lo dio el público y las revistas después del estreno del filme.
Safety Last! representaba para él la culminación y apropiación de una serie de intuiciones que se le habían ocurrido en cortometrajes previos como Look Out Below y Ask Father, ambos de 1919, y que de nuevo había ensayado en High and Dizzy (1920) y en Never Weaken (1920), intentando el no caerse de un edificio. Tenía que encontrar como diferenciarse de otros comediantes tan hábiles e ingeniosos como Charles Chaplin y Buster Keaton. Su método seria entonces el del riesgo, combinar comedia con el temor que producen las alturas o cualquier situación de extremo peligro. “No hay duda de que es en Safety Last! donde este método se convierte en los más brillantes juegos artificiales, en la cadena de risas más explosivas que uno pueda imaginarse”, comentaba el crítico de cine Luis Alberto Álvarez. Tiene razón: el guion de la película está estructurado para ir in crescendo y desembocar en una situación que no es un sketch cómico aislado o una demostración de habilidades acomodada a la fuerza: “The boy” trabaja en la gran ciudad en un almacén y debe ganar dinero para seguir convenciendo a su novia de que ha triunfado, tal como le ha hecho creer. Ahora con ella de visita en la ciudad deberá ingeniárselas para disimular su verdadero empleo y ganar dinero con el ascenso por el exterior de un edificio, truco que originalmente va a ejecutar un amigo suyo que sabe cómo hacerlo. Lo que al final resulta es tan indescriptiblemente gracioso como peligroso. Acá la expresión “risa nerviosa” aplica perfectamente.
Bill Strothers, quien en la película representa al amigo de Harold, tenía en realidad un acto de “mosca humana” que este vio alguna vez y a partir del cual construyó el argumento, y es Strothers quien lo reemplaza en los planos generales del filme. Lloyd recuerda el momento de la génesis del filme, citado por Kevin Brownlow en su libro The Parade´s Gone By…: “Tuve la idea para la película caminando por la calle séptima en Los Ángeles. Vi un tremendo gentío afuera del edificio Brockman. Pregunté a que se debía y me dijeron que un hombre iba a escalar el edificio. Así que me quedé por ahí y apareció un escalador llamado Bill Strothers que fue presentado a la multitud. El ritual usual, supongo, que viene con todo ello. Entonces empezó a trepar. Lo vi subir cerca de tres pisos y tuvo tal efecto emocional en mí que empecé a caminar calle arriba. Temía que en cualquier momento se cayera y se matara. Caminé cerca de una cuadra, pero mi curiosidad me detuvo. No me alejé, di la vuelta a la cuadra para así poder echar un vistazo de tanto en tanto y ver donde estaba. Había otra gente por allí también y yo les preguntaba cómo iba. Él subía utilizando las ventanas, de una ventana a otra. Todavía no sé cómo lo conseguía, pero lo hacía. Cuando terminó de subir el edificio, montó en una bicicleta alrededor del borde, se subió a un asta de bandera y se paró de cabeza. Cuando todo concluyó, subí y me presenté. Le dije que estaba en el negocio del cine y le pedía que hiciera parte de la próxima película. Supuse que si yo estaba tan afectado la audiencia también lo estaría. Podríamos incorporar este ascenso a nuestro argumento”. Primero se filmó el ascenso y luego el resto del guion. Las escenas del interior del almacén donde trabaja Lloyd fueron rodadas en Ville de Paris, una tienda por departamentos de Los Ángeles. El edificio que se utilizó para las tomas generales de la escalada fue el del International Savings & Exchange Bank de la misma ciudad.
Con el éxito rotundo de Safety Last! Lloyd estaba, sin saberlo, sembrando la semilla para que el público lo encasillara, pues su fama de “mosca humana” –que reducía su cine a estas acrobacias- pareció opacar el resto de su brillante producción y obligarlo a incluir un acto similar, incluso más riesgoso aún, en Feet First (1930), largometraje realizado durante su etapa sonora. Recordaba él algo decepcionado, “¿Es que nadie se acuerda de mis otras películas? Hice cerca de trescientas y sólo cinco fueron películas de riesgo en las alturas”. Y tiene razón. El cine de Harold Lloyd es más que eso, mucho más. La invitación entonces es acercarse a estas obras del periodo mudo con la confianza absoluta de encontrar gemas como esta. No se van a arrepentir.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 30/08/15), págs. 4-5
©El Colombiano, 2015
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