Filmando a Bowie
David Bowie no solo fue un gran músico, también desarrolló una carrera en el cine que fue una prolongación de su sed como artista de plurales intereses.
“-¿Qué clase de hombre es él?, ¿Es amigo cercano suyo?, ¿Qué clase de soldado es?”, le pregunta el Capitán Yonoi al Coronel John Lawrence refiriéndose a un nuevo oficial británico que ha llegado al campo de prisioneros que los japoneses tienen en Java. Es 1942 y estamos en el universo opresivo de Merry Christmas Mr. Lawrence (1983), de Nagisa Ôshima.
El nuevo prisionero de guerra es el Mayor Jack Celliers, un hombre que ejerce una extraña fascinación sobre Yonoi. Más tarde en el película, el Capitán japonés le pregunta directamente a Celliers, “-¿Quien crees que eres? ¿Eres un espíritu maligno?”, atónito ante su presencia y su actitud irreverente e indomable. No dudo que a ese desconcierto contribuyó el hecho de que Celliers haya sido interpretado por David Bowie. Es asombroso verlo en ese filme, incapaz de dejar de ser él mismo, de someterse a un rol que sin embargo parece hecho exclusivamente para él. En un momento del filme dos soldados le ordenan que se ponga de pie, y él, en vez de obedecer, se pone a afeitarse imaginariamente y luego se sirve un té en el aire, mientras improvisa un diálogo con un asistente que solo está en su cabeza, como para que no olvidemos que Bowie estudió bajo la tutela del bailarín y mimo Lindsay Kemp.
Si como músico no se traicionó a lo largo de sus muchas metamorfosis artísticas, como actor de cine tampoco lo hizo. Es más, los roles que le ofrecían eran diseñados a su medida, eran pensados para explotar su originalidad subversiva, su extrañeza, su vocación de ser acaso el único sobreviviente de una raza a punto de extinguirse. ¿Quién sino Bowie podría interpretar a Nikola Tesla en El gran truco (The Prestige, 2006)? ¿Quién sino él era perfecto para representar a Poncio Pilatos en La última tentación de Cristo? Y recordemos que en 1980 asumió el rol principal en Broadway de El hombre elefante, sin máscara, maquillaje o prótesis alguna. ¿Qué actor estaba lo suficientemente herido mentalmente cómo para que el público teatral lo imaginara físicamente desfigurado? Solo él.
La carrera de David Bowie en el cine se entiende como una extensión natural de sus inquietudes y sus búsquedas como artista. En sus conciertos había una elaborada puesta en escena y él mismo interpretaba un papel cada vez que se paraba ante el público que iba a verlo, era un actor nato capaz de mutar sin trastornos su aspecto y su personalidad: quien fue bautizado con el nombre de David Robert Jones se convirtió en David Bowie en 1967, en sus canciones fue el Mayor Tom, después fue en los escenarios el marciano Ziggy Stardust, seguido brevemente por Aladdin Sane y más tarde el Thin White Duke… los suyo era reinterpretarse periódicamente, renacer cada vez. El cine era la herramienta perfecta para lograrlo.
En los años setenta, Bowie fue sujeto de dos documentales, Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1979), de D. A. Pennebaker, que hizo la crónica del concierto de despedida de su personaje de Ziggy, el 3 de julio de 1973 en Londres; y Cracked Actor (1975), de Alan Yentob, que nos muestra el tour norteamericano que realizó como nuevo proyecto tras darle sepultura a su personaje extraterrestre. Esa época en Estados Unidos coincide además con un gran desenfreno en su adicción a la cocaína. Cuando Cracked Actor se exhibió en Inglaterra en televisión a través de la BBC a finales de enero de 1975, uno de los espectadores era el director de cine inglés Nicolas Roeg, que en esos momentos planeaba adaptar a la pantalla la novela de Walter Tevis, The Man Who Fell To Earth. Ya Peter O’Toole había rechazado el papel protagónico de un extraterrestre que llega a la Tierra buscando como aliviar la sequía de su planeta, pero Roeg estaba seguro de haber encontrado en Bowie a la “criatura” que buscaba. “Mi reacción fue: es él, está bien, empacado y listo”, recordaba el realizador. “Con solo ser yo, ya era adecuado para el papel. En ese instante preciso yo no era de este mundo”, evocaba Bowie en 1993.
La película resultante y a la vez su debut como actor fue El hombre que cayó a la tierra (The Man Who Fell to Earth, 1976), una alucinada y muy poco convencional historia de ciencia ficción, donde Bowie -interpretando al enigmático Thomas Jerome Newton, un científico y empresario con pasaporte inglés que construye un emporio tecnológico cuyos propósitos no son claros al principio- es la exacta representación de lo que ese artista vivía y simbolizaba en esos años. En entrevista para la revista Movieline en abril de 1992, Bowie, que confesó que estuvo bajo efectos de la cocaína durante todo el rodaje, afirmaba que “arrojé mi ser real en esa película, tal como yo era en esos momentos. Era lo primero que había hecho. Era virtualmente ignorante del procedimiento establecido, así que seguí mi instinto, y mi instinto estaba algo disipado. Me aprendía los parlamentos del día y los hacía de la forma en que me sentía. No era tan alejado. Yo realmente me sentía tan alienado como lo estaba el personaje. Fue una actuación muy natural. Al que ustedes ven ahí es a David Bowie”. El público no se identificó con el personaje de Newton. Ellos sabían que no tenían por qué hacerlo. A quien veían ahí era a su admirado David Bowie, borrando las fronteras entre realidad y ficción. Si alguien de este mundo podía ser un extraterrestre encubierto, era él.
El hombre que cayó a la tierra con su narración llena de elipsis e incongruencias, su desnudez explícita y su psicodelia en clave existencial no fue bien recibida, considerando además que para su estreno en Estados Unidos le cortaron cerca de 20 minutos de escenas problemáticas con la censura. Si había sido el perfecto alienígena, Bowie también sería un excelso vampiro como lo demostró en El ansia (The Hunger, 1983), el primer largometraje de Tony Scott. Influenciado por la estética del cine francés de la época –el llamado cinéma du look– el filme es una estilizada historia que, pese a eso, no oculta sus colmillos y es efectiva en la descripción del drama que vive John Blaylock, un hombre convertido al vampirismo hace siglos por su amante (nada menos que Catherine Deneuve) y que ahora sufre un envejecimiento acelerado que amenaza acabar con su vida aparentemente eterna. La sed de la pareja de vampiros en la secuencia inicial del filme (que se antoja un video-clip macabro) mientras Bauhaus canta “Bela Lugosi Is Dead” es de una ferocidad que no va a repetirse más. Bowie lamentó siempre que el resultado final de El ansia no tuviera la sensibilidad sicológica que Tony Scott pretendía y que tuviera que rendirse a las pretensiones comerciales de los productores.
Vendrá luego su admirado papel protagónico en Merry Christmas Mr. Lawrence, interpretando a un oficial inglés prisionero de guerra en Java que atrae, por su tozudez y masculinidad, al Capitán japonés a cargo del campo de concentración. El Coronel John Lawrence (Tom Conti) del título es el oficial de enlace con los nipones y funciona como figura conciliadora y neutra. El filme es un relato episódico de obsesión y deseos ocultos, con el trasfondo de la actitud sadomasoquista de los soldados rivales. Pese a tener un papel por completo estructurado, Bowie se quejaba en la citada entrevista de Movieline que “Ôshima tuvo un enorme problema entendiendo el proceso de pensamiento occidental. Con los actores japoneses era muy severo hasta el mínimo detalle. A Tom Conti y a mí nos dijo que hiciéramos cualquier cosa que nuestra gente hiciera”. Eso, supongo, jugó a su favor, pues le permitió dotar a su personaje de la espontaneidad e imprevisibilidad que enloquecía y atraía a partes iguales al Capitán nipón.
Después aparecerá en el papel de un mefistofélico “tiburón” inmobiliario en esa curiosa fantasía musical que fue Absolute Beginners (1986) de Julien Temple, ambientada en Londres en 1958 pero llena de anacronismos y contagiada de esa atmósfera glam de los años ochenta. Bowie canta la canción que da título al filme y tiene una secuencia donde interpreta That’s motivation que es ni más ni menos que un video-clip autónomo listo para debutar en MTV. Corresponde este al periodo de su carrera en que se constituía en ídolo pop con su álbumes Let’s Dance y Tonight.
De esta década es también su rol en Laberinto (Labyrinth, 1986), de Jim Henson, donde es Jareth, el rey Goblin. Para ese filme compuso cinco canciones; en la mencionada La última tentación de Cristo (1989) es un Poncio Pilatos sereno pero consciente tanto de su propio poder como del que tiene el hombre que está juzgando. Es solo una escena, pero suficiente para admirar el control dramático que ejerce en esta cinta de Scorsese.
En los años noventa interviene en cinco filmes, incluyendo un pequeño papel en Twin Peaks: Fire Walk with Me (1992), un filme demasiado bizarro incluso para Bowie, cortesía de David Lynch. Es más relevante su interpretación como Andy Warhol en Basquiat (1996) de Julian Schnabel, donde lo retrata de manera convincente en su afectación, talento y, sobre todo, su fragilidad.
¿Lo recuerdan representándose a sí mismo –con un toque de fina caricatura- como asesor y juez de los modelos masculinos rivales en Zoolander (2001)? A eso también se prestaba, ya estaba por encima del bien y del mal. Sin embargo la vida le alcanzó para ser Tesla en El gran truco y dejarnos ese papel como su testamento actoral. Pero el 10 de enero de 2016 se nos fue para siempre. Recuerdo en El ansia cuando Catherine Deneuve deposita el cuerpo moribundo de su amante en un ataúd en ese ático lleno de cortinas de tul, palomas y viento. Lo ubica al lado de los otros féretros donde reposan sus amores de tiempos pretéritos y les pide a esos espíritus que “sean buenos con él esta noche”. Ojalá hayan sido también buenos con David Bowie. Se les ha unió un hombre cuyo reino tampoco era exactamente de este mundo.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 24/01/16), págs. 14-15
©El Colombiano, 2016
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