Anora, de Sean Baker

Compartir:

Tras una larga noche de alegría y licor desenfrenado sigue habitualmente una resaca matutina, insoportable y eterna, llena de malestar y quizá remordimientos. Al siguiente día está ahí la realidad, esa que nos dice que la fiesta y la resaca son un recuerdo vago, muchas veces bochornoso, y que hagamos hecho lo que fuera que hubiéramos hecho, eso pasó ya y lo que queda está en nuestra cabeza y quizá en algún dolor en el cuerpo. Tres momentos: la fiesta, la resaca y la normalidad. Tres instantes que en  Anora (2024),  duran más de tres días, pero que están dispuestos cronológicamente de esa forma. La embriaguez disfrazada de pasión sexual y amor, el despertar con la resaca de no entender porque todo parece derrumbarse sin explicación; y por último la primera mañana de sobriedad donde por fin nos damos cuenta que solo en algunas fabulas hay final feliz, pero que en la vida real no quedan sino el hastío, la desilusión y las lágrimas.

Anora (2024)

La historia anecdótica de Anora “Ani” Mikheeva -una joven escort que vive en Brighton Beach, esa “Little Odessa” neoyorquina donde ella, de ascendencia rusa, encaja bien- nos la cuenta el director y guionista Sean Baker con mucho de empatía hacia el personaje, pero con la crudeza propia del trabajo nocturno que ella ejerce. Este no es un cuento de hadas y ya Baker tiene experiencia previa con este tipo de personajes: Tangerine (2015) tuvo como protagonistas a dos prostitutas trans, en una historia absolutamente realista. Sin embargo, el tono ahora es diferente, como diferente es el tipo de actividad, mas sofisticada, que ejerce Anora (una hipnótica Mikey Madison) en un club de Manhattan donde hace lap y pole dancing. Uno de sus clientes resulta ser un acaudalado joven ruso, Ivan (Mark Eydelshteyn), que parece ofrecerle un escape a la vida marginal que ella lleva.  

Anora (2024)

La película es sexualmente explicita, pero deja en manos de Vanya la vulgaridad, derivada acá no del sexo, sino provocada por sus excesos, embriaguez, inmadurez y falta de escrúpulos. Le sobra dinero a él y a sus padres rusos, pero a todos les falta compasión y humanidad. Anora es una víctima y no una victimaria, lo que ella puso en juego fueron sus ilusiones románticas, estrelladas todas contra unos intereses familiares clasistas donde ella no cabía. Tras una primera parte estilo Cenicienta bailando con el príncipe en el castillo, viene la resaca en un tono tragicómico donde Anora, aun soñando con un príncipe azul, casi que debe luchar por su vida en manos de tres enviados por la familia de Ivan para recomponer las cosas. Aquí el tono de farsa, por momentos muy cómico, va dando lugar al desencanto, a la desilusión y al dolor cuando esta joven mujer ve que sus sueños se van evaporando frente a un hombre pusilánime que no la defiende ni la respeta. La “cruda” es gigantesca.    

Anora (2024)

El cine de Sean Baker está protagonizado por personajes pequeñitos, seres anónimos que tendrían papeles secundarios, quizá sin parlamento, en otro tipo de filmografía. El valor de Baker radica en devolverles una humanidad y una dignidad que muchas veces no son reconocidas por autores más interesados en “los grandes temas”. Personalmente me quedo con este cine a escala humana, ese que permite una escena final como la que tiene Anora: respondiendo a la compasión que alguien le concede con lo único que ella sabe ofrecer, para después por fin quebrarse y anegarse en medio de esa soledad que la ahoga, de ese vacío que la asfixia, de ese dolor que no tiene medida.  Un final portentoso para una película, que, como la vida misma, no es un drama ni una comedia, sino un pulso constante de sentimientos y sensaciones que luchan por ganar cada instante la partida. Eso somos.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

Compartir:

Enviar un comentario

Time limit is exhausted. Please reload CAPTCHA.