Lance, el pecador: El engaño del siglo, de Stephen Frears
Hasta antes de descubrirse el gigantesco y asombroso fraude que representaron los siete títulos en el Tour de Francia de Lance Armstrong -y que él mismo corroboró ante Oprah Winfrey en 2013 cuando ya era imposible seguir sosteniendo su inocencia frente a su crónico dopaje- su vida, sus éxitos deportivos y su triunfo frente al cáncer daban para una biopic cuasi hagiográfica, pero después de todo el bochornoso escándalo dedicarle una biografía fílmica no era tan sencillo. No es tan común una película de este género dedicada a una oveja negra. Era más fácil pensar hacer con su ascenso y caída un documental y como tal ya se hizo: se trata de The Armstrong Lie (2013), del neoyorquino Alex Gibney.
De ahí que causó sorpresa la aparición de El engaño del siglo (The Program, 2015), de Stephen Frears, un recuento implacable de lo que Armstrong hizo para obtener tan admirable e inverosímil rendimiento físico en la carrera ciclística más prestigiosa y dura del mundo. Con un guion firmado por John Hodge basado en el libro Seven Deadly Sins: My Pursuit of Lance Armstrong del periodista deportivo de The Sunday Times, David Walsh, la película no tiene piedad alguna con su protagonista. Se trata de contarnos la historia de un embaucador egocéntrico que jugó con su salud, con la de sus compañeros de equipo, con la confianza de sus patrocinadores y la de los admiradores del ciclismo; y sobre todo con la fe de aquellos que vieron en sus hazañas un ejemplo de valor y coraje digno de seguir.
Aunque la perspectiva es la del periodista que sospecha que hay algo que no encaja, enfrentado al ídolo deportivo blindado por su historia de superación y sus podios, sin embargo David Walsh (interpretado muy correctamente por Chris O’Dowd) no es el protagonista de El engaño del siglo. Armstrong (encarnado por Ben Foster) tampoco. El énfasis es en “el programa” de dopaje y el coctel de hormonas, esteroides, EPO (eritropoyetina), plasma y transfusiones sanguíneas que se requiere para convertir a un deportista en un súper atleta. La película se deleita en esos detalles -y en la cadena de cómplices y silencios que implican- que es algo que ningún documental va a poder exhibir.
No estoy defendiendo a Armstrong, pero si pidiendo un retrato menos sesgado. Su dura batalla contra el cáncer testicular se nos muestra con rápidos brochazos, y su enamoramiento y matrimonio es una secuencia de unos treinta segundos. No hay antecedentes de vida familiar que justifiquen su conducta, no aparecen padres, ni hermanos, no me quedó claro ni cuántos hijos tuvo. Su esposa desaparece del filme y no la vemos ni en los momentos de frustración o derrota cuando la supone uno a su lado. Según El engaño del siglo Armstrong es el ciclista más abyecto de la historia y uno de los seres humanos más despreciables que uno pueda imaginar. Por momentos parece incluso un zombi o un vampiro buscando sangre intravenosa a cualquier precio.
Stephen Frears con La reina (The Queen, 2006) ya había demostrado su habilidad para los retratos de personajes reales, pero sucumbe aquí a la tentación de demonizar a un hombre cuyas razones intimas nunca son explicadas. Qué lástima no haber sido más sutil e inteligente al acercarse a una vida tan compleja como la de Armstrong. Es que echar más leña a la pira donde ya arde el pecador es más sencillo, ¿verdad?