Para atrapar al ladrón: Belleza robada, de Bernardo Bertolucci

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La voz de Billy Holiday, de ese ángel de Harlem tocado por lo fatalidad, se desliza sinuosa por la noche toscana. Hace calor, no hay duda. El perfil de una mujer se recorta sobre el marco de una terraza. Es una joven hermosa, a la que la música va envolviendo sin que ella pueda evitarlo. Escribe. Y sus palabras -sencillas, a veces un poco ingenuas- van apareciendo ante nuestros ojos. Billy Holiday continúa cantando y la joven permanece ahí, estremecida y estremeciéndonos…

Se trata de un momento de Belleza robada (Stealing Beauty, 1996) la película con la que Bernardo Bertolucci ha vuelto a Italia luego de quince años de ausencia. Y lo ha hecho con una historia intimista y muy personal sobre el retorno, y si bien la estructura de la historia no es muy original -como ya veremos-, lo que apreciamos en realidad es una película que sorprende desde sus créditos, a los que acompañan una estridente pero alegre música juvenil y las imágenes granulosas de una mujer joven durante un viaje en avión y luego en tren. Ella duerme, camina, se retuerce, lee, escucha su walkman y sin saberlo es espiada y filmada por un anónimo admirador. Estoy por creer que ese admirador es Bertolucci, que no pierde segundo de la película para mostrarnos la belleza feraz e impoluta de Lucy (Liv Tyler), una chica norteamericana de 19 años que llega a las colinas de Siena para reencontrarse con la imagen y el recuerdo de su madre.

Belleza robada (Stealing Beauty, 1996)

Discretos para no perturbarla, la vemos mirar en silencio el hermoso paisaje de la Toscana y un aire fresco nos recorre: es la juventud de esta chica, que nos seduce sin ella poder evitarlo. A Bertolucci no lo acompaña en esta ocasión la lente de Vittorio Storaro, sino la de Darius Khondji y el cambio es sensible. El fotógrafo de Delicatessen (1991) y de Seven (1995) es un hombre de mirada osada, sincopada y veloz. De ahí que Belleza robada está llena de primeros planos, contraplanos veloces y secuencias extensas teñidas de amarillo y de tonos ocres, los mismos de la estación veraniega en los que transcurre la historia. Pero hay en las imágenes una fuerza y una textura difícil de expresar con palabras y pienso que esto no se debe exclusivamente a Khondji, sino también a las intenciones preciosistas del director, un artesano que pone en cada escena una mística muy particular que pensé perdida luego de la decepción que representó El pequeño Buda (Little Budha, 1995). En el cine de este director, el resultado es a veces inferior a la suma de sus partes: sus películas están llenas de momentos tan inolvidables como gratuitos, pues él se solaza en la perfección de la minucia, en los detalles, en la sombra sobre ese rostro, en ese rayo de sol que cae inadvertido sobre el agua. No importa que haya mucha o poca lógica en el relato, o que éste termine de manera coherente. Y Belleza robada, al ser un filme episódico, se presta para fracturas narrativas que confunden al espectador, pero que son el sello personal de este director.

Belleza robada (Stealing Beauty, 1996)

En la superficie, esta película es tan solo la historia de una chica aún virgen que viaja a Italia con serios propósitos de dejar de serlo (obviamente, no me refiero a que tenga el deseo de dejar de ser una chica). Visto así, el filme se emparienta con una extensa e irregular lista de cintas previas que han llegado a constituir casi un subgénero, ese de la “educación sentimental”, el coming of age tan norteamericano como esquematizado. No es sino recordar unos títulos, para captar la idea: Mi vida como un perro (Mitt liv som hund, 1985), Pregúntale al señor luna (The Man in the Moon, 1991) y Locuras de muchachos (Kådisbellan, 1993) son paradigmáticas; aunque una de las más dignas y decorosas es sin duda Trenes cuidadosamente vigilados (Ostre sledované vlaky, 1966), del checo Jirí Menzel. Y dentro de este contexto, Belleza robada poco aporta y sería, además, injusto mirarla sólo de esta manera y dejar por fuera una serie de matices mucho más complejos, pero no por ello menos identificables, como veremos.

Belleza robada (Stealing Beauty, 1996)

La cinta transcurre en una hermosa hacienda rural habitada por seres maduros, intelectuales y cínicos, que en una suerte de oasis viven alejados del irritante mundo exterior, con su carga de vulgaridad y crónica estupidez. Una pareja de artistas preside la casa: Diana (Sinéad Cusack) e Ian (Donal McCann), rodeados de un séquito de familiares, amigos y vecinos que vienen y van con extrema libertad. Entre ellos incluso hay un anciano comerciante de arte, Guillaume, tras el cual se esconde un inmenso actor, el mítico Jean Marais, el intérprete que Cocteau eligió para La bella y la bestia (La belle et la bête, 1946) y para Orfeo (Orphée, 1949). Y, claro, como no reconocer en Noemi el rostro aún hermoso de Stefania Sandrelli, la actriz que Bertolucci nos mostró en El conformista (Il conformista, 1970) y en Novecento (1976).

Sus días transcurren sin precipitaciones: esculpir, escribir, leer, nadar, caminar y desearse mutuamente. Estos seres habitan una utópica Arcadia, con todo lo que ello conlleva. Leamos a Cabrera Infante: “La Arcadia fue para los antiguos algo más y algo menos que el Paraíso. Era la tierra prometida, pero estaba habitada por dioses y animales prodigiosos y toda la perfección acumulada por el hombre: la belleza y la ilusión y la poesía de la vida. Era también la tierra del dios Pan, perdida para siempre. Cuentan que en tiempos del emperador Tiberio, en una nave que pasaba por la paradisíaca isla de Paxis, unos viajeros griegos y romanos oyeron un grito que declaraba: «el gran dios Pan ha rnuerto!», queriendo decir que había nacido Cristo y que el fin de los días del paganismo se acercaba. Así se perdió Arcadia.” (1).

Belleza robada (Stealing Beauty, 1996)

Lucy no llega a ese sitio con intenciones de robarse o destruir esa Arcadia. Su aparición añade algo de emoción a unas vidas algo inmóviles y trae además consigo un extraño hálito de sensualidad que invade toda la historia. Sus labios grandes, su piel inmaculada y sus largas piernas rompen el delgado equilibrio sexual de los habitantes de la casa: es la fruta fresca que todos quieren morder con pasión. Pero no pensemos en Lucy como en una diva sexual, ciento por ciento hormonas y deseo. Es más bien lo opuesto: una mujer tímida, callada y con la filosofía simple de su edad: escucha a Courtney Love, escribe en un diario, fuma algo de hierba y anhela enamorarse y ser poseída por un hombre idealizado en noches de soledad. No hay falsas pretensiones con ella y no entiendo por qué algunos se sorprenden con su aparente superficialidad y se duelen que no discuta la problemática mundial, ni altos tópicos espirituales o culturales. Liv Tyler, la hija de Steven Tyler -a la sazón vocalista de la banda Aerosmith- y de la modelo Bebe Buell, no tiene dificultades para representarse a sí misma en este papel, pero sobre su porvenir profesional es poco lo que podría yo llegar a anticipar.

Belleza robada (Stealing Beauty, 1996)

A esta mujer toda vida y todo futuro, el director le opone una contraparte disímil: Alex (Jeremy Irons), un dramaturgo agónico, aparentemente muriendo de sida y que es sólo presente y recuerdos. Entre los dos se establece un lazo complejo, pues es el único adulto con el que Lucy se relaciona con facilidad (¿por qué lo supone inofensivo?), mientras Alex ve en ella un bálsamo, un grito de vida antes de morir. Alex es, para mí, el puntal donde se apoya el tema básico de esta película, y ese tema no es otro que el de la decadencia social europea. El sueño de una sociedad dionisiaca y cultora de los sentidos, ya no es posible en este estado de cosas, cuando la banalidad imperante nos reduce a seres homogeneizados, poco originales y caducos. Miremos a los personajes de Belleza robada Diana, Ian, Noemi, Guillaume, Miranda, Richard o Alex y veremos que no son más que cenizas, rescoldos de un pasado que se cayó por su propio peso: la fiesta en la casa de Nicoló es el ejemplo más claro de la consumación y la extemporaneidad de esa dolce vita. Pero la belleza bucólica que propendían no sólo se destruyó desde adentro, el mundo exterior la va cercando, sin que podamos hacer nada: aviones que surcan el cielo, antenas enormes donde antes habían bosques, prostitutas altisonantes buscando clientes en la carretera, son signos claros del fin.

Belleza robada (Stealing Beauty, 1996)

Lucy es entonces un símbolo: es la inocencia de un futuro aún posible, todavía idealista y con la capacidad de soñar y de amar. Su presencia abre los ojos a estos seres que no habían advertido su propia desnudez y les hace reaccionar. Que haya encontrado o no a su verdadero padre y que deje su virginidad a la sombra de una fogata y refugiada por un árbol, no es lo verdaderamente importante. Lo importante es la declaración de fe en la vida que toda ella encarna y que no es otra que la fe de este valioso director.

Para terminar, voy a contarles acerca de una película de Bertolucci: se trata de la historia de una persona joven que llega a un pueblo italiano en busca de las huellas de uno de sus padres. El sitio al que arriba parece habitado casi que exclusivamente por seres que le superan ampliamente en edad y que tuvieron relación -mucha o poca- con ese progenitor ya muerto. Nuestro personaje no logra una buena comunicación con esas personas, pero de su contacto con ellas comprenderá mejor quién fue en realidad aquella persona que le dio la vida y a su vez logrará conocerse y crecer. Ya no volverá a ser quien antes fue.

¿Hablo de Belleza robada verdad? No en realidad. Hablo de La estrategia de la araña (Strategia del ragno, 1970), filme del cual ha tomado “prestada” la estructura -no se si de manera consciente o inconsciente- para hacer Belleza robada. Así, pues, el ladrón ha sido el propio director que, en curiosa maroma, se ha hurtado a sí mismo. Pero lo hemos atrapado…

Referencia:
1 . Cabrera Infante, Guillermo. Arcadia todas las noches. Editorial Alfaguara, 1995. Pág. 264-265.

Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 41 (Medellín, vol. 8, 1997), págs. 35-38
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1997

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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