Los que estaban solos: Una jornada particular, de Ettore Scola
“Para mí, Una jornada particular sigue siendo un ejemplo de cine verdaderamente extraordinario, puro. ¿Me atrevo a decirlo? Una obra maestra” (1).
-Marcello Mastroianni
Fue un viernes. El 6 de mayo de 1938 fue un viernes. Un día muy especial para la Italia fascista: Hitler visitaba la Roma de Mussolini por segunda vez y para la ocasión la ciudad se volcó a las calles para presenciar y ser parte de un homenaje militar sin precedentes que iba a tener lugar ese viernes. Todos, niños, adultos y ancianos estaban convocados y todos asistieron desde muy temprano a la cita luciendo con orgullo los emblemas del partido. Pero la historia de Una jornada particular (Una giornata particolare, 1977), no es la de esa ceremonia oficial multitudinaria. Ese es el ruidoso marco histórico del que Ettore Scola se sirve para contarnos un relato íntimo, de puertas para adentro, protagonizado por dos seres que se quedaron solos ese día en un mismo complejo de edificios de apartamentos en la avenida Ventuno Aprile en Roma.
Scola se sirve del contraste entre lo público y lo privado, entre la trasmisión radial del evento que la casera de los edificios pone a todo volumen contaminando todo el ambiente, y lo que se vive en dos apartamentos del mismo piso, pero de bloques opuestos. Como en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), pasamos del exterior al interior, de la arquitectura fascista del lugar (el filme fue rodado en el Palazzo Federici, un enorme complejo habitacional construido por el régimen e inaugurado en 1937), a lo que sucede dentro de los apartamentos. En uno está ella, una matrona cuyos seis hijos y su marido partieron para el desfile, dejándole todos los oficios domésticos por hacer. En el otro está él, solo, sumido en sus pensamientos, mientras escribe en unos sobres los nombres de unos destinatarios de los que nada sabremos. Ambos se han excluido de la celebración, quizá porque internamente se sienten marginados. Pero, ante todo, estaban solos. Van a encontrarse.
Ella se llama Antonietta, y él, Gabriele. Los interpretan Sophia Loren y Marcello Mastroianni, en una actuación que habla por sí sola de la versatilidad que poseían y del grado de complicidad que tenían como pareja frente a la cámara. Antonietta arrastra su cansancio, su humillación, los quehaceres eternos, el abandono conyugal al que la someten. Gabriele es silencio, culpas infundadas, anhelos maltrechos, incomprensión, remordimientos, derrota. Pero todo eso –que lo intuimos al principio por su lenguaje corporal y por lo que vemos de su entorno doméstico- va irse desmadejando frente a nosotros a medida que el relato de su relación se desarrolle frente a nuestro ojos, pues ese encuentro que dura solo un día, es lo que constituye Una jornada particular. Nada más le interesa a Scola. Su propósito es mostrarnos lo que ocurre cuando confluyen en un mismo tiempo y lugar dos seres tan carentes de afecto y por ende tan necesitados del otro.
Eso no quiere decir que se entendieran de inmediato, que fueran almas gemelas. Ella es una mujer convencida de las bondades del fascismo y adora al Duce con ese fervor ciego que el nacionalismo fomentaba con su ideología rimbombante, no importa que ese mismo caudillo sea el que afirme que, “Incompatible con la fisiología y la psicología femenina, el genio solo es varonil”, tal como ella lo anotó en un álbum de recortes que está haciendo en honor a Mussolini. Él es un locutor de radio perseguido por el fascismo por sus ideas liberales y por su orientación sexual. Están en los extremos ideológicos opuestos, pero comparten una pena y una agonía que terminará por unirlos, aunque al principio se acerquen por una casualidad y que tengan expectativas diferentes frente a ese encuentro.
Ella ve en él a un hombre sensible, detallista, cuidadoso de su apariencia física y que puede ser ese posible romance que la haga sentir viva de nuevo. Él la ve como una pausa en medio de tanto dolor. Una presencia cálida y bondadosa que no lo juzga y no lo cuestiona. Es más que suficiente. “Se conocen siguiendo un mirlo que se ha escapado por el balcón hasta la azotea, entre las sábanas secándose al sol. Su encuentro, que ilumina el cielo descolorido, es intenso, contenido, y deja entrever tras las ojeras y las caderas demasiado anchas, los pasos de una rumba, los granos de café esparcidos por el suelo, el deseo de experimentar emociones, de salir de los estereotipos, de cambiar algo de la propia vida, aunque solo sea un rizo coqueto hecho delante del espejo en el último minuto” (2), escribe Sophia Loren en su autobiografía.
En ambos es muy clara su condición de víctimas: ella de su matrimonio en una sociedad patriarcal y machista al extremo, él de su orientación sexual en esa misma sociedad. Ninguno de los dos es libre y son además sujeto de sospecha, como lo subraya la presencia intrusiva de la casera del edificio, que no solo pone a todo volumen la transmisión radial de los actos ceremoniales, sino que se comporta como parte del aparato parapolicial del estado, vigilando lo que los dos hacen y advirtiéndole a Antonietta lo que para ella puede implicar recibir la visita de Gabriele. Están bajo amenaza, literalmente.
Scola los retrata a ambos con una gigantesca ternura, regocijándose en su encuentro fortuito, pero no por ello va a ocultar la fragilidad de su situación. Antonietta y Gabriele son como dos náufragos que se encuentran en medio el mar nocturno. Se acercan, se abrazan, se sostienen a flote mutuamente, se dan palabras de aliento, pero en el fondo saben que están condenados, que ese bálsamo que se ofrecen es fugaz, que su situación no va a cambiar, que tarde o temprano terminarán en el fondo de las aguas. Mientras eso pasa se aferran el uno al otro, como si tuvieran la capacidad de cambiar su situación por el hecho de haberse descubierto y, pese a todas sus diferencias y a la pena, haberse entregado mutuamente, desesperados por buscar un alivio urgente a tanto dolor. En esa precariedad se ven y se descubren. Y eso lo representó todo en ese instante. “Ha sido precioso. Pero no cambia nada”, le dice Gabriele a Antonietta. Tenemos claro que Scola no cree en milagros instantáneos ni en redenciones repentinas, pero sí en el poder salvífico de la solidaridad humana.
“Desde mi infancia, la historia fue un tema que me fascinó, y lo que seguía preguntándome era cómo la vida cotidiana podría haber sido diferente, si César o Mussolini hubieran cambiado de rumbo. Mi solidaridad siempre fue para esos millones que no participaron en esas decisiones, pero tuvieron que seguirlas” (3), afirmaba Ettore Scola. Y, como siempre en su cine, en Una jornada particular se puso del lado de las víctimas. Ahora bien, la película se estrenó casi cuarenta años después de los hechos que describe, y más de treinta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, por lo que podría pensarse en un filme anacrónico, un saludo a un pasado ya superado.
Sin embargo, el presente que veía Scola fue el que lo decidió a hacer esta película. En el país el Movimiento Social Italiano (Movimento Sociale Italiano – Destra Nazionale, MSI–DN), la derecha radical, estaba teniendo cada vez más adeptos, obtenía preocupantes cifras electorales y su ala joven tenía violentos enfrentamientos con las organizaciones estudiantiles de izquierda; además de aliarse a grupos terroristas de derecha (el “terrorismo nero”). Scola tenía que denunciar lo que estaba ocurriendo y lo hizo apelando al pasado, a la memoria de los horrores que habían tenido lugar en manos fascistas. De repente Una jornada particular se hizo actual. Y absolutamente necesaria.
Coescrita con Ruggero Maccari y producida por Carlo Ponti, Una jornada particular se rodó en tonos sepia –cortesía de Pasqualino De Santis- que acrecentaban la identificación con un pasado que la gente recordaba por los noticieros en blanco y negro que se proyectaban en los cines antes de las películas. Incluso el filme tiene un prólogo constituido por uno de esos “documentales noticiosos”, El viaje del Führer a Italia, filmado por el servicio propagandístico fascista, que muestra el inicio de la gira de Hitler y su estado mayor a Italia en mayo de 1938. El contexto histórico que ese material de archivo le da a la película es inmejorable.
Una jornada particular compitió por la Palma de oro en Cannes y ganó el Globo de oro a la mejor película extranjera. Fue nominada al premio Óscar en la misma categoría, y además Marcello Mastroianni compitió por la estatuilla al mejor actor. La restauración a la que el filme fue sometido en 2014 –supervisada por el propio Scola y realizada por la Cinemateca Nacional del Centro Experimental de la Cinematografía italiano- fue premiada en el Festival de Cine de Venecia de ese año. Premios aparte, Una jornada particular se constituyó por sí sola en un éxito. “Verte, conocerte, hablarte, pasar el día contigo, precisamente hoy, eso ha sido muy importante para mí”, le dice Gabriele a Antonietta, prácticamente a manera de despedida. Esas mismas palabras podríamos decírselas nosotros como espectadores a esta película tan amada.
Referencias:
1. Marcello Mastroianni, Sí, ya me acuerdo…, Barcelona, Ediciones B, 1998, p. 84
2. Sophia Loren, Ayer, hoy y mañana – Mis memorias, Barcelona, Lumen, 2014, p. 268-269
3. Sam Roberts, “Ettore Scola, Italian Film Director of Satire and Farce, Dies at 84”, The New York Times, 20 de enero de 2016.
Disponible online en: https://www.nytimes.com/2016/01/21/movies/ettore-scola-italian-film-director-of-satire-and-farce-dies-at-84.html?_r=1
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