That’s Entertainment!: The Band Wagon, de Vincente Minnelli
“No puede actuar. Ligeramente calvo. Puede bailar algo”
-Veredicto del screen test al que fue sometido Fred Astaire cuando buscaba una oportunidad en Hollywood al inicio de los años treinta.
Tony Hunter se parece mucho a Fred Astaire: ambos tienen la misma edad, la misma profesión, la misma cansada y melancólica desilusión. Han probado el éxito, pero sienten que ya nada les importa, que ya están de salida. Tony Hunter es el protagonista de The Band Wagon (1953) y Astaire el actor que lo encarna, pero pocas veces un papel le ha sentado tan apropiadamente a un actor: Fred Astaire prácticamente se está representando a sí mismo, recreando una crisis personal y profesional que él mismo vivió unos años antes. En la película, el actor y bailarín llega a Nueva York en tren y afuera aguardan unos periodistas y fotógrafos. Él sale a su encuentro, aliviado de ser reconocido aún. Pero no. No lo están esperando a él. De repente de la salida al lado suyo emerge la estrella que aguardan. ¿Y a quien vemos salir del tren? ¡A Ava Gardner! ¿Y a quien interpreta en esta ocasión? Pues a la misma Ava Gardner, como para recordarnos que aquí, en The Band Wagon, cine y realidad se han hecho uno. Que lo que veremos en el metraje tiene tanto de fantasía como de verdad, que es fácil imaginar que los ensayos, los afanes y el sudor que representan montar una obra teatral son así de intensos y exigentes, que los dramaturgos pelean, que los directores son dictatoriales, que los coreógrafos se sienten dueños de la razón. Afortunadamente la película nunca pierde de vista que es un musical y en esos momentos de baile y canto -tan afortunados, tan ricos, tan excelsamente coreografiados- logramos abstraernos de este mundo y llegamos a pisar esa nube donde Fred Astaire baila sin inmutarse con Cyd Charisse esa pieza magistral llamada Dancing in the dark y sentimos que vale la pena seguir soñando mientras, allá abajo en el suelo, la realidad nos espera. No sabemos cómo, pero The Band Wagon nos transporta, nos anima, nos hace -en últimas- felices con la historia de este bailarín cincuentón que encuentra en el teatro, y en una bailarina de ballet, todo lo que necesita y que nunca obtuvo tras el glamour hipócrita de Hollywood. ¡Que fortuna!.
La historia detrás de la película merece punto aparte. Luego del éxito de los musicales construidos alrededor de las canciones de George e Ira Gershwin, como Un americano en París (An American in Paris, 1951) y de sus propias canciones escritas junto a Nacio Herb Brown en Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952), el productor de la unidad de musicales de la MGM, Arthur Freed, optó por las canciones del letrista Howard Dietz y del compositor Arthur Schwartz como las bases de un nuevo musical. Aunque eran un dúo famoso, cabe anotar -sin embargo- que al inicio de sus carreras, Dietz no había querido trabajar con Schwartz. Mientras el letrista había debutado en Broadway en 1924 trabajando con Jerome Kern en Dear Sir, Schwartz era un desconocido en ese momento, apenas un abogado tratando de dejar su firma para enfocarse en la música. Cuando le escribió a Dietz diciéndole que le gustaría colaborar con él, este le respondió que no quería trabajar con un desconocido. Sin embargo, los dos espectáculos siguientes de Dietz fueron un fiasco y apenas pudo conseguir un empleo escribiendo junto a Schwartz las canciones para The Little Show en 1929. Su colaboración fue tan exitosa que juntos escribirían más de cuatrocientos temas, haciéndose famosos por componer algunas de las más grandes revistas de Broadway de comienzos de los años treinta, incluyendo The Band Wagon en 1931, que aportaría su nombre y muchas de sus canciones al nuevo proyecto de Freed, que en un principio se llamaba I Love Luisa, nombre de un tema que se incluyó en la película. Los derechos cinematográficos de The Band Wagon ya habían sido vendidos a la 20th Century Fox, por lo que Freed debió pagar diez mil dólares para poder usar el título.
Tanto la versión teatral como la fílmica de The Band Wagon compartirían la misma estrella, Fred Astaire, pero en papeles muy diferentes. Para el filme, los guionistas Betty Comden y Adolph Green – los mismos de On the Town (1949) y Cantando bajo la lluvia– crearon en Tony Hunter a un personaje no muy alejado del real Fred Astaire, interpretando a un antiguo bailarín de Broadway que había visto declinar su fama tras años en Hollywood y que estaba al borde del retiro. Astaire, de 54 años, había vivido algo similar: triunfador en Broadway haciendo pareja con su hermana Adele, llegó al cine en los años treinta para imponerse como excelso bailarín haciendo usual pareja con Ginger Rogers. En 1946, con Gene Kelly surgiendo en el horizonte como su sucesor, Astaire anunció su retiro. Afortunadamente vino Easter Parade (1948) y con ella un regreso triunfal que se prolongaría hasta los años setenta.
La realidad brindaría inspiración para otros papeles del filme: Comden y Green insertaron caricaturas de ellos mismos a la historia, mimetizándose tras los conflictivos dramaturgos interpretados por Oscar Levant y Nanette Fabray, esta última una estrella de Broadway. Otros consideran, sin embargo, que la inspiración real para estos personajes fue la pareja constituida por los esposos y guionistas Ruth Gordon y Garson Kanin. Para el papel de la coprotagonista de Astaire, Gabrielle Gerard (interpretada por Cyd Charisse) se tomó como modelo a la bailarina francesa Zizi Jeanmaire, mientras que José Ferrer, quien recientemente había llevado a escena varios espectáculos de Broadway de manera simultánea, fue –junto a la mítica figura de Orson Welles y la del dramaturgo George S. Kkaufman- la base para modelar al presumido director Jeffrey Cordova, cuya pretensión de realizar una versión musical de Fausto termina por dar al traste con la obra. Otros ven allí reflejado al propio director Vincente Minnelli.
La primera opción de Freed para interpretar a Cordova era Clifton Webb, quién declinó el papel por considerarlo menor, pero que a su vez sugirió proponerle el rol a Jack Buchanan, considerado la respuesta británica a Fred Astaire. Antes de hacerle pruebas y vincular a este actor, Arthur Freed también consideró a Vincent Price y a Edward G. Robinson. Cyd Charisse, de 31 años, estaba en la MGM desde 1944 sin dar el brinco al estrellato. Una pierna lesionada le impidió ser la protagonista de Easter Parade y un embarazo no la dejó interpretar el papel principal de Cantando bajo la lluvia, pero sin embargo había causado sensación como pareja de Gene Kelly en el número “Broadway Rhythm Ballet” del mismo filme, por lo cual Arthur Freed la vinculó como protagonista de este proyecto, el primero en el que tendría un rol principal. Antes de aceptarla, Fred Astaire verificó –al igual que lo hizo su personaje en la cinta- que la actriz y bailarina no fuera más alta que él, lo que veía como un inconveniente a la hora de bailar juntos (en realidad si era ligeramente más alta, pero ella se las ingenia muy sutilmente para no hacerlo evidente). La película sería un regreso al musical para su director, Vincente Minnelli, quien dieciocho meses antes había realizado Un americano en Paris (An American in Paris, 1951) y que durante ese lapso trató de adaptar una versión musical de Huckleberry Finn que terminó por cancelarse. También dirigió uno de sus más grandes éxitos dramáticos, The Bad and the Beautiful (1952) y participó en la película colectiva The Story of Three Loves (1953), dirigiendo el segmento titulado Mademoiselle.
Arthur Freed conocía bien a Minnelli, pues fue bajo su guía que este dirigió Cabin in the Sky (1943), su debut en Hollywood. La unidad de musicales de Freed también le produjo a Minnelli otro de sus filmes, Yolanda and the Thief (1945). Para este momento de su carrera, el director -un hombre para quien las cualidades estéticas de sus filmes eran tan importantes o más aún que los aspectos narrativos- ya había perfeccionado su habilidad de usar el color para aumentar el impacto emocional de una escena y la verdad es que algunas de las escenografías de este filme están entre las más esplendorosas realizadas en toda su carrera. Todas las posibilidades del Technicolor de tres tiras se explotan aquí, dándole a cada número musical una base diferente de color, que contrasta con algún otro elemento, por lo general el atuendo de los personajes, lo que le da un vivo contraste, en un frenesí de color tal que este se convierte de este modo en otro protagonista. Ya lo decía Minnelli: “Si quieres hacer un musical, requieres tanta preparación como para Hamlet”.
Para The Band Wagon se escogieron dieciocho melodías de las producciones pasadas de Dietz y Schwartz, pero Freed sentía que algo faltaba y les pidió a los compositores una nueva adición. Freed les dijo, “En el guion este director, Buchanan, está diciendo que prácticamente cualquier cosa que uno haga funcionará si es divertido. Quiero un ‘There’s No Business Like Show Business'”, aludiendo al himno del espectáculo escrito por Irving Berlin para Annie Get Your Gun (1950). Cuarenta y cinco minutos después volvieron con el número más famoso de The Band Wagon, “That’s Entertainment.” Crear un argumento que conectara las canciones no fue fácil, pues todas las melodías de Dietz y Schwartz habían sido escritas para distintas revistas musicales. Luego de semanas de escuchar los temas y las reminiscencias teatrales de sus colegas, Comden y Green se aparecieron con lo que parecía una opción lógica: una película acerca de escenificar un musical de Broadway. Como Astaire, el protagonista era una estrella musical en la mitad de su carrera, preguntándose si debía continuar o retirarse. “Al principio estábamos muy nerviosos acerca del personaje de Fred”, relataba Comden, “debido a que se basaba de muchas formas en su posición real de la vida.” Sin embargo, Astaire encontró que el rol estaba escrito con gusto y aceptó parodiar su propia imagen. La trama del filme, con su estructura suelta, sigue la formula de los filmes del bailarín, tal como nos la describe Peter Carrick en su texto A tribute to Fred Astaire: “[La película] tenía que mantenerse ligera, con mucho diálogo superficial. Ayudaba si el argumento se desarrollaba en la escenificación de un espectáculo. Nada, bajo ninguna circunstancia, debía obstaculizar aquellas preciosas secuencias, dispersas a lo largo del filme con a veces extraña predictibilidad, en las que Fred, solo o con una hermosa pareja, se deslizaría en una danza o en una canción”.
Tras seis semanas de ensayos que se iniciaron el 11 de agosto de 1952, en septiembre se dio inicio a la fotografía principal de la película, cuya filmación no estuvo exenta de dificultades. “El show debe continuar” hubiera sido un lema apropiado para el rodaje, pues la esposa de Astaire estaba seriamente enferma -de un cáncer pulmonar- durante la producción del filme (fallecería en septiembre de 1954), Jack Buchanan tuvo que hacer sus escenas mientras soportaba unas dolorosas operaciones dentales y al quejumbroso Oscar Levant se le aumentó aún más su hipocondría con un infarto real poco antes de filmar. Un numero particularmente difícil fue “Triplets”, pues requirió que Astaire, Fabray y Buchanan bailaran arrodillados. Fabray comentaba que “fue un largo día de dolor, terror y ansiedad”. Además filmar con Minnelli, un hombre con quien no era fácil comunicarse, no fue sencillo. Incluso en una oportunidad Astaire abandonó el plató ante la poca importancia que el director le daba a esta estrella.
Afortunadamente el número musical más grande fue más fácil para los bailarines. El productor asociado Roger Edens vio un artículo de la revista Life acerca del duro escritor de policiales Mickey Spillane, que para ese entonces ya había terminado su serie de seis novelas con el personaje de Mike Hammer, y decidió mofarse de su estilo con el ballet “The Girl Hunt”. Michael Kidd, el coreógrafo estrella del musical de Broadway Guys and Dolls y a quien Minnelli vinculó a este proyecto, recreó y añadió algo de ese sabor del bajo mundo a la pieza. Kidd estaba aterrorizado de mostrarle a Astaire los movimientos enérgicos que había planeado para el ballet, sabiendo lo extraño que eran para el elegante estilo del bailarín. Para su sorpresa, a Astaire le encantaron y siempre lo consideró uno de sus bailes fílmicos favoritos. Minnelli le pidió a Alan Jay Lerner, guionista de Un americano en Paris y quien más tarde escribiría Gigi (1958) y el éxito de Broadway My Fair Lady, que escribiera la narración del segmento, que originalmente era apenas una anotación en el guion de Comden y Green. El escritor se vinculó al proyecto, sin solicitar crédito o remuneración alguna. Algo de inspiración parece haber tomado de un filme de unos años antes, The Naked City (1948) de Jules Dassin, a la que la secuencia adeuda más de una similitud.
Tras un preestreno en Nueva York el 9 de julio de 1953 y su estreno nacional el 7 de agosto, The Band Wagon se convirtió en un éxito tanto crítico como comercial. El influyente crítico Bosley Crowther en The New York Times lo llamó “uno de los mejores musicales jamás hechos” y fue nominado a tres premios Oscar, a mejor guion, diseño de vestuario y banda sonora, pero no obtuvo ninguno.
El tiempo ha pasado, el musical clásico terminó por agotarse, pero las joyas permanecen. Y The Band Wagon es una joya.
Publicado originalmente en la Revista Kinetoscopio no. 76 (Medellín, vol. 15, 2006) págs. 132-135
Centro Colombo Americano de Medellín, 2006
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