Placer versus ideología: Ninotchka, de Ernst Lubitsch

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“La Guerra Fría, antes de que fuera concebida y practicada como tal, se transforma gracias a la comedia romántica en una guerra «caliente»”
-Antonio José Navarro, refiriéndose a Ninotchka

“Bueno, si debo elegir entre mi interés personal y el bien de mi país, ¿cómo podría dudar? ¡Que nadie diga que Ninotchka era una mala rusa!”, exclama el personaje protagónico de este filme en el último parlamento que pronuncia. Esas palabras las exclama Nina “Ninotchka” Ivanovna Yakushova, una funcionaria estatal rusa (encarnada por Greta Garbo) abrazando a su amado, un playboy francés –interpretado por Melvyn Douglas- al que ha reencontrado en Constantinopla con intenciones de no volver a la Unión Soviética, y esas mismas palabras resumen la tensión permanente de este filme, que oscila entre la sensualidad y el deber espartano, entre el capitalismo y el comunismo, entre el paraíso parisino y el Gulag. Literalmente, entre el placer y la ideología.

Para entender cuál de los dos lados triunfó, hay que tener presente que Ninotchka (1939) es una película de la MGM dirigida por un exiliado alemán judío y coescrita por Billy Wilder, Walter Reisch (ambos exiliados judíos del antiguo imperio austrohúngaro) y el neoyorquino republicano Charles Brackett, a partir de una ocurrencia de Melchior Lengyel (húngaro, en Hollywood desde 1937) que él describía con precisión: “Chica rusa saturada de ideales bolcheviques visita la espantosa, capitalista y monopolista ciudad de París. Encuentra un amor y se lo pasa estupendamente. El capitalismo no está tan mal después de todo” (1).

Ninotchka (1939)

El sesgo político que Ninotchka posee es evidente y es símbolo de la hostilidad que existía en esos años en la industria cinematográfica norteamericana frente al comunismo. “Cada uno de los involucrados en crear Ninotchka no podía ignorar la postura antisoviética [del filme], pero no hay evidencia que buscaran activamente persuadir o hacer proselitismo” (2). Buena parte del éxito de esta película es que fue la primera producción de un estudio importante que ridiculizó el estilo de vida soviético, contrastándolo fuertemente con los valores capitalistas occidentales. Pese a lo que podría pensarse, realmente era un tema poco habitual en el cine de Hollywood.

Los tres autores de la versión final del guion –con la colaboración directa de Lubitsch- fueron muy hábiles a la hora de disfrazar sus intenciones, mediante la comedia sofisticada que era la marca registrada, “el toque” de su director, y por eso y por lo que encandilaba una estrella del brillo de Greta Garbo, Ninotchka no fue vista en el momento de su estreno en 1939 como una explícita pieza propagandística, sino como la constatación irrebatible del talento de Lubitsch para este tipo de cine sugerente y chispeante.

Ninotchka (1939)

Pese a eso leamos a John J. Gladchuk en su libro Hollywood and Anticommunism: “La realidad, sin embargo, es que en la película aparecen muchas líneas de diálogo descaradamente anticomunistas y no todas ellas están envueltas en humor. Uno no puede argumentar el hecho que el filme es más parodia que propaganda. Sin embargo, dada la fecha de su estreno, combinada con los crecientes temores hacia el comunismo, claramente en aumento a raíz del pacto Hitler-Stalin, Ninotchka ciertamente “erizó las plumas” de más de un norteamericano preocupado. Ninotchka por si sola es una cinta fascinante, que ha entretenido a millones a lo largo del planeta. En 1939, sin embargo, con [el comité] Dies examinando enclaves izquierdistas internos y con los soviéticos alineados con Hitler en el extranjero, Ninotchka sin duda le probó a muchos que el comunismo no era un asunto risible” (3).

Los ejemplos abundan en el filme. Cuando Ninotchka llega a París a supervisar lo que tres agentes del ministerio de comercio soviético han hecho respecto a la venta de unas joyas incautadas a una duquesa del régimen zarista, le preguntan cómo van las cosas en Moscú y ella responde “Muy bien. Los últimos juicios en masa fueron todo éxito. Habrá menos rusos, pero mejores”. Y cuando el conde que se enamora de Ninotchka pretende conseguir una visa para entrar a Rusia, escucha al funcionario de la embajada de Francia que va a atenderlo mientras está al teléfono y alguien le está preguntando por un camarada que antes trabajaba ahí: “No, lo siento. Hace seis meses que no está con nosotros. Lo citaron de Rusia y lo investigaron. Su viuda puede darle más detalles”, dice. Mención aparte amerita el segmento que sucede en la propia Moscú, donde a Ninotchka se le ve participando en marchas masivas y padeciendo los rigores del racionamiento y del tener que habitar una vivienda colectiva.

Ninotchka (1939)

Es posible que lo que haya mantenido a salvo a la película sea un elegante equilibrio de fuerzas antagónicas –una de las muchas virtudes del guion- que quizá no sea tan visible a simple vista. El biógrafo Joseph McBride refiere al respecto que “Ninotchka nunca es reduccionista en su tratamiento de las ideologías opuestas de sus dos personajes centrales, y aunque es una desvergonzada pieza de sutil propaganda hacia los más atractivos aspectos del capitalismo, también se burla agudamente de la corrupción capitalista y no mete a empellones su mensaje anticomunista de la manera odiosa en que la mayoría de las películas de Hollywood habían hecho con el tema” (4). La fulgurante París es refugio de exiliados zaristas que pretenden conservar sus privilegios y son a su vez víctimas de vividores como el conde Leon d’Algout (Melvyn Douglas), que pese a ser el personaje protagónico del filme, no es posible pasar por alto que es un aprovechado de la riqueza ajena, encarnada en este caso en su amante de turno, la gran duquesa Swana (Ina Claire), y quien ve en Ninotchka el objeto de su deseo sexual. La película también describe las “castas” sociales capitalistas y la capacidad de subyugación que el poder tenía (y tiene).

Ninotchka (1939)

Otro que subyuga es el placer y a ese sucumben los tres delegados rusos y luego Ninotchka, víctima de un proceso gradual de sensibilización frente a las delicias de la vida que ella siempre ha considerado superficiales y superfluas. Para Leon d’Algout seducirla es muchísimo más complejo, pues debe empezar por enseñarle a disfrutar lo que para otras mujeres es apenas natural. Hacerla reír es un triunfo extraordinario y dado que Greta Garbo se especializaba en dramas, era a la vez sacarles una risa, simultáneamente, al personaje y a la actriz. “La Garbo se ríe”, reza el eslogan del afiche de Ninotchka.

La transformación de Ninotchka se convierte –de acuerdo a Fernando Trueba en su Diccionario de cine– en el mejor ejemplo del estilo de su director: “El toque Lubitsch por antonomasia es el sombrero de Ninotchka, no solo por ser uno de los más brillantes y elaborados sino porque además, en las tres etapas de su desarrollo, constituye una metáfora de la película y sintetiza la evolución que la protagonista experimenta a lo largo de la historia” (5). Trueba se refiere a un caprichoso sombrero de alta costura que Ninotchka ve al llegar a París en un escaparate y que inicialmente desprecia, “-¿Cómo puede sobrevivir una civilización que permite que a sus mujeres llevar cosas como esas en la cabeza?”, exclama. La segunda vez que lo ve ya ha empezado a ser seducida por la ciudad y por León, y solo hace un movimiento con la cabeza y sigue su camino. La tercera vez, ya completamente embriagada de pasión, se encierra a solas en su habitación y de un cajón saca el sombrero, al que contempla con fruición. Ya su transformación está completa. Billy Wilder siempre reconoció que esa solución visual fue una idea original del propio Ernst Lubitsch.

Ninotchka (1939)

Ninotchka no es una screwball comedy, esta no es una batalla de los sexos, puesto que no hay paridad de condiciones entre los oponentes. Lo que está planteado acá es una estrategia de seducción que implicaba además una reeducación política de su protagonista para hacerla “despertar” al placer. “El comunismo cede, no ante el capitalismo sino ante la cópula” (6), expresa con clarividencia el biógrafo Scott Eyman al referirse a esta película.

Greta tiene la última palabra
Aunque Ernst Lubitsch y Greta Garbo se conocían desde 1932 y se profesaban mutua admiración, la verdad es que la posibilidad de que hicieran una película juntos dependía en esos momentos de la voluntad de la actriz, no de la fama del director. Ninotchka no fue un proyecto de Lubitsch, fue idea del productor de la MGM, Gottfried Reinhart, para hacer una nueva película con la diva sueca en ese estudio después de haber realizado Conquest (1937). Melchior Lengyel expandió su propuesta original y Reinhart comisionó el guion a varios escritores en paralelo como Jacques Deval y Samuel N. Behrman, y George Cukor fue asignado como director. Cuando este se retiró del proyecto, a Greta Garbo se le dio a elegir como posibles directores a Edmund Goulding –quien la había dirigido en Love (1927) y Grand Hotel (1932)- y a Lubitsch, optando por este último. Lubitsch aceptó básicamente porque el contrato de dos películas con la MGM (por el que recibió $ 147.500 dólares) le permitía llevar a cabo su adorado sueño de hacer El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940), para el que no había podido encontrar financiación. Pero tampoco se mostró desesperado: exigió y logró control absoluto del guion de Ninotchka.

Ninotchka (1939)

Lubitsch y el guionista Walter Reisch reescribieron el guion, cambiando incluso el objeto en disputa entre los rusos y la justicia francesa. En la versión de Behrman se trataba de una mina de níquel, pero Lubitsch y Reisch optaron por las joyas de una noble zarista. El argumento de Lubitsch a Behrman sobe el motivo del cambio fue contundente: a diferencia de una mina, a las joyas “las puedes fotografiar resplandeciendo sobre las tetas de una mujer” (7). Pese a las mejoras, Lubitsch seguía considerando que al guion le faltaba sazón y por eso contactó a la pareja de guionistas que habían hecho con él La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard’s Eighth Wife, 1938), Billy Wilder y Charles Brackett. Wilder admiraba profundamente a Lubitsch –a quien consideró siempre su mentor- y eso hizo que el director pudiera meter libremente las manos al guion sin interferencia alguna.

Ninotchka (1939)

La Garbo por poco desiste de estelarizar la película, atemorizada de quedar en ridículo al participar en una comedia y tener que hacer ciertas escenas que ella consideraba indignas. La actriz se presentó al estudio a hablar con Lubitsch al respecto, pero se negó a bajarse de su auto. El director se subió al coche y habló con ella a lo largo de dos horas y logró convencerla. Lubitsch consideró que Greta Garbo era “la persona más inhibida con la que he trabajado jamás” (8). Sin embargo, la actriz la aporta al personaje una vulnerabilidad, un pathos que era necesario. Como lo afirman N.T. Binh y Christian Viviani, “Greta Garbo impone su melancolía e incluso su severidad al universo lubitschiano. En Ninotchka, aunque fuese la intención inicial de la producción, el realizador no juega contra esa imagen; saca partido de ella” (9). Lubitsch reconoce de inmediato la importancia de la trayectoria previa de la actriz en papeles dramáticos y hace que el público se involucre con ese recuerdo. Por eso cuando Ninotchka llega a París, esa seriedad y esos rasgos faciales austeros se antojaban familiares para el público. Esa es la Greta Garbo que ellos recuerdan. Por eso cuando se transforma, se ríe y reconoce su frivolidad y coquetería, el público –ya lo mencioné previamente en este texto- no solo vio al personaje: vio a la actriz detrás de él. Y acompañó gozoso esa metamorfosis.

Ninotchka (1939)

Ninotchka tuvo su premiere en Nueva York el 9 de noviembre de 1939 tras un exitoso preestreno en Long Beach. En taquilla haría dos millones trescientos mil dólares y fue nominada a cuatro premios Oscar, incluyendo mejor película y mejor actriz, pero no gano ninguno. Ese fue el año de Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind). Sin embargo, la MGM reestrenaría Ninotchka en diciembre de 1947, buscando aminorar el impacto de Song of Russia (1944), de Gregory Ratoff, que era analizada con sospecha por el Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado de los Estados Unidos. El tráiler de su reestreno señalaba que era “una película oportuna” (10). Y de verás lo fue. A solicitud del Departamento de Estado, la cinta fue exhibida en Italia semanas antes de las elecciones de abril de 1948, tratando de impedir el triunfo del Partido Comunista Italiano. La embajada rusa solicitó a las autoridades locales que Ninotchka fuera retirada de los diez teatros en los que se exhibía en Roma, pero el escándalo solo hizo que más personas fueran a verla. El triunfo de Alcide de Gasperi, de la Democracia Cristiana, hizo que un periódico conservador proclamara “Greta Garbo ha ganado las elecciones” (11). Que conste que solo era una comedia de Lubitsch…

Referencias:
1. Scott Eyman, Ernst Lubitsch: Risas en el paraíso, Madrid, Plot Ediciones, 1999, p. 255
2. Tony Shaw, Hollywood’s Cold War, Edinburgh University Press, 2007, p. 17
3. John J. Gladchuk , Hollywood and Anticommunism: HUAC and the Evolution of the Red Menace, 1935-1950, Nueva York, Routledge, 2013, p. 130
4. Joseph McBride, How Did Lubitsch do it?, Nueva York, Columbia University Press, 2018, p. 368-369
5. Fernando Trueba, Diccionario de Cine, Madrid, Plot Ediciones, 2004, p. 266
6. Scott Eyman, Op Cit, p. 263
7. Ed Sikov, Billy Wilder, Vida y época de un cineasta, Barcelona, Tusquets Editores, 2000, p. 175
8. Ibid., p. 177.
9. N.T. Binh y Christian Viviani, Lubitsch, Madrid, T&B Editores, 2005, p. 44
10. Tony Shaw, Op Cit., p. 24
11. Antonio José Navarro, Choque de titanes: 50 películas fundamentales sobre la Guerra Fría, Barcelona, Editorial UOC, 2017, p. 45

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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