Retrato en blanco y negro: Amigos, de Olivier Nakache y Eric Toledano
Los ingredientes para el éxito están listos: una inspiradora historia de la vida real, evidentes contrastes sociales, culturales y raciales apropiados para un drama; el carisma de dos actores que disfrutan su interpretación, lugares comunes que hacen reír y/o llorar, el aparente prestigio que supone ver una película francesa. Resultado de la infalible receta: Amigos (Intouchables, 2011) fue nominada a nueve premios Cesar, obtuvo el galardón al mejor actor, y hasta mediados de este año había ganado más de 350 millones de dólares en taquilla en todo el mundo.
Philippe (François Cluzet), un millonario cuadripléjico, contrata como su asistente personal -con funciones de enfermero- a Driss (Omar Sy) un joven negro de origen senegalés, desempleado, sin ninguna experiencia y con antecedentes judiciales. Uno intentará sensibilizar al otro ante el arte y la música, mientras -a la vez- recibe sacudones vitales que le recuerdan que sigue vivo pese a no sentir su cuerpo. Diversos episodios que alternan con irregularidad el drama con la comedia dan cuenta del lazo que se forma entre ambos, dos seres que lucen auténticos del contraste que surge de verlos interactuar junto a una serie de personajes secundarios que no son sino bocetos con fines cómicos por el lado de Philippe, y con propósitos dramáticos del lado de Driss.
La conexión del público con este relato de superación bilateral –con ecos remotos del experimento didáctico de Mi bella dama (My Fair Lady, 1964)- ha sido instantánea, prácticamente olvidando el hecho de estar ante una película que no es más que una fórmula preconcebida y suficientemente probada, y que en el fondo no dice nada nuevo sobre las relaciones humanas, la problemática racial francesa o las posibilidades de redención física o espiritual. Tiene un guion fluido, lo suficientemente lleno de clichés y estereotipos para que el espectador se sienta cómodo e identificado, y cuenta con un par de protagonistas que indudablemente se divierten con lo que hacen y le infunden energía a un relato que carece de fuerza propia y que por momentos parece agotarse al haber utilizado ya todos los trucos y trampas sentimentales del repertorio.
¿Es esto cine memorable? ¿El éxito en taquilla es un termómetro válido de calidad? Es casi imposible explicarle a una persona que la película que lo divirtió y que lo conmovió no es una cinta que los críticos de cine consideren valiosa. El espejismo luce tan auténtico que nadie sería capaz de dudar de sus ojos: Amigos es oasis de refrescante agua cristalina, no las tramposas arenas movedizas que los críticos afirmamos. Lo que ocurre es que los productores y los directores y guionistas (el dúo de Toledano y Nakache, por cuarta vez juntos) saben muy bien lo que el gran público quiere ver, las emociones que anhela ver reflejadas, los actos de redención y perdón que quisieran para sus propias vidas y todo eso se lo dan camuflado como obra de arte que luce noble y bien intencionada. Pero no hay tal, todo es un truco hecho por gente muy astuta. Desenmascarar esas intenciones es un oficio ingrato, nadar contra la corriente no es sencillo.
Amigos permite pasar un buen rato si condescendemos a ver a dos actores dignos en situaciones que posan de sensibles y genuinas: no es más ni menos que eso. Por fortuna al final del día la película se irá de nuestros recuerdos, consumida por su falta de rigor y de peso. Y seguiremos esperando un filme que de verdad nos refleje, nos dibuje, pregunte por lo que somos y sentimos.
Publicado en la revista Arcadia No. 84 (Bogotá, septiembre-octubre/12). Pág. 28
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