Ringo Kid salva el día: La diligencia, de John Ford

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“John Ford fue mi maestro. Mi estilo no tiene nada que ver con el suyo, pero La diligencia era mi película de cabecera. La he visto más de cuarenta veces”.
-Orson Welles

“Me sacaba de quicio. Habría querido asesinarle. Pero Ford sabía lo que se hacía […] Sabía que me sentía avergonzado de ser un vaquero de serie B en medio de esas grandes estrellas”.
-John Wayne

Trece años y treinta y dos películas requirió John Ford para volver a dirigir un western, luego del estreno en 1926 de Tres hombres malos (Three Bad Men), un complejo filme mudo que protagonizaba George O’Brien. En la transición al cine sonoro, Ford continuó implementando su particular y directa forma de hacer cine, un estilo que fue reconocido con el dorado galardón de la Academia de Hollywood por El delator (The Informer, 1935), un excelente drama de rebelión y principios morales situado en la Irlanda de sus mayores. Según la novela de Liam O’Flaherty, adaptada por Dudley Nichols, la cinta obtuvo cuatro premios Oscar y situó a su director en el centro de las miradas del cine mundial. Pero lo mejor faltaba aún por llegar.

En 1937 John Ford tiene cuarenta y dos años y a través de Patrick, su hijo, se entera de un cuento, “Stage to Lordsburg”, de Ernest Haycox, que la revista Collier’s Magazine publicó en abril de ese mismo año. Ford adquirió los derechos del texto por siete mil quinientos dólares (de la época), pensando que el material era lo suficientemente bueno para volver a hacer un western. Pero en la génesis del guion –que escribiría de nuevo Dudley Nichols, con ayuda de Ford– también hay ecos de la novela de 1892 The Outcasts of Poker Flat de Bret Harte, y de la recordada Bola de sebo de Guy de Maupassant, cuya parábola moral no dejaba de resonar en la cabeza de Ford. Anotaba Joseph McBride en su libro Tras la pista de John Ford que: “Ford admitió que ‘Stage to Lordsburg’ podía servir como armazón de una historia moral similar [a la de Bola de sebo] sobre la hipocresía burguesa americana, para un wéstern extremadamente sofisticado y provocador que podía permitirle volver con estilo al género que más le había gustado siempre”(1). La mezcla de todos estos elementos se conjuga aquí en una historia perfectamente construida, que el genio de este director se encargará de convertir en imágenes tan inmortales como entretenidas.

Ringo Kid (Wayne) y Dallas (Claire Trevor) en La diligencia (Stagecoach, 1939)

Ringo Kid (Wayne) y Dallas (Claire Trevor) en La diligencia (Stagecoach, 1939)

En ese entonces Ford estaba bajo un contrato flexible con la Fox que le permitía hacer algunas películas por fuera del estudio, considerando además que pensaban extenderle dicho contrato. El director había hecho un acuerdo con su amigo Merian C. Cooper –de Pioneer Pictures– para hacer dos películas por ochenta y cinco mil dólares de salario cada una, previo a que este estudio se fusionara en 1936 con Selznick Internacional Pictures (SIP), que de inmediato pasó a ser dueño de ese contrato… y de la oportunidad de tener a John Ford bajo sus alas. Sin embargo, Ford no quería trabajar para David O. Selznick y logró “escurrírsele” un buen tiempo. Al final terminaría proponiéndole emprender el proyecto de La diligencia. Pese a ello Selznick no quería hacer un wéstern, no estaba de acuerdo con los protagonistas que Ford y Cooper pretendían (él aspiraba a que Gary Cooper y Marlene Dietrich fueran los escogidos) y no le gustaba que fuese Ford el que hubiera sugerido el proyecto y no él, insistiendo en que la SIP “debe seleccionar la historia y vendérsela a Ford en vez de escoger él alguna mascota suya poco comercial”.(2)

Incapaces de llegar a un acuerdo sobre esta película, Merian Cooper –que en ese momento era vicepresidente y productor ejecutivo de la SIP– desbarata el trato con Selznick y con él también se va Ford. Cooper recordaba el episodio: “Estuvimos discutiendo toda la mañana, pero [Selznick] no podía convencerme ni él hacerme cambiar de opinión a mí, de modo que tuve que resignarme. […] Perdí el dinero y los contratos a largo plazo en lo que para mí fue una cuestión de honor. Después de marcharme, Jack [Ford] le dijo a David que había firmado un contrato privado conmigo para hacer La diligencia independientemente de la productora que lo financiara, de modo que él también se marchó”(3).

Sentado a la mesa jugando a las cartas John Carradine en La diligencia (Stagecoach, 1939)

Sentado a la mesa jugando a las cartas John Carradine en La diligencia (Stagecoach, 1939)

Juntos formarán posteriormente Argosy Pictures, pero por ahora no tienen cómo financiar su proyecto. Después de tocar sin éxito las puertas de la Fox (el jefe de producción, Darryl F. Zanuck, se negó a leer el guion), Columbia (Harry Cohn le exigía dirigir además una adaptación de Golden Boy de Clifford Odets), MGM, Paramount y Warner, que desconfían, como todos, del potencial del género del far west –relegado en ese entonces a la serie B y a los vaqueros cantantes, cómicos, con películas que apuntaban al público infantil y juvenil– Ford le propone al productor independiente Walter Wanger que aporte doscientos cincuenta mil dólares para hacer un nuevo filme, que sería distribuido a través de United Artists. En marzo de 1939 Ford presentaría La diligencia (Stagecoach, 1939) y a partir de ahí el western nunca sería igual.

Con este filme Ford da la bienvenida al western sonoro, a los paisajes apocalípticos y majestuosos del Monument Valley en sus películas, y a su asociación con un actor de treinta y dos años, oriundo de Winterset, Iowa y cuyo nombre era Marion Michael Morrison: sin embargo, el mundo del cine lo conocía como John Wayne. Wayne y Ford venían trabajando juntos desde 1928, interpretando aquel pequeños roles en sus películas mudas, pero a pesar de su amistad con el director, no había tenido oportunidad de hacer un papel significativo en algún filme suyo. A partir de La diligencia, donde interpretó al fugitivo Ringo Kid, Wayne se convertiría –a veloz paso– no sólo en una estrella del cine, sino en un símbolo nacional de Estados Unidos. “Ford lo había descubierto; ahora se dedicaba a dar a Wayne la forma de un héroe de película, un personaje lo bastante grande como para servir de campo de batalla para los deseos conflictivos de la civilización”(4), escribe Scott Eyman.

La primera aparición de John Wayne como Ringo Kid en La diligencia (Stagecoach, 1939)

La primera aparición de John Wayne como Ringo Kid en La diligencia (Stagecoach, 1939)

Ford y Merian C. Cooper, reclutaron –además de Wayne– a un grupo de actores de carácter que incluía a Claire Trevor, Andy Devine, John Carradine y al actor de teatro y guionista Thomas Mitchell, que ese mismo año encarnó al padre de Scarlett O’hara en Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939) y que acá representó a Josiah Boone, el médico alcohólico que es expulsado del pueblo por su conducta. Su actuación fue premiada con un Oscar como actor secundario.

La diligencia es ante todo el análisis de la conducta de un grupo humano diverso, puesto en una situación extrema que no eligieron, y de la que saldrán o purificados o maltrechos, en una suerte de purgatorio terrenal del que algunos ascienden a la gloria y otros caen al infierno. La situación límite que Ford propone es un viaje en coche entre las poblaciones de Tonto y Lordsburg, atravesando territorio que Gerónimo, jefe apache, domina. Los ocupantes de la diligencia saben del peligro que corren, pero todos tienen motivos más o menos sólidos para arriesgarse a viajar. Y aquí viene lo que hace a este filme una obra maestra: cada uno de los pasajeros tiene un prototipo social muy característico –un auténtico microcosmos del lejano oeste– que es presentado tanto con valores positivos como negativos.

La diligencia (Stagecoach, 1939)

La diligencia (Stagecoach, 1939)

Así, la ley tiene dos representantes: un comisario, Wilcox (George Bancroft) y un fugitivo, Ringo Kid (Wayne); los civiles van representados por el director de un banco, Gatewood (Berton Churchill) y por un rudo jugador, antiguo oficial, Hatfield (Carradine); de las mujeres de la sociedad viajan una impoluta dama, esposa de un sargento, Lucy Mallory (Louise Platt) y una prostituta, Dallas (Trevor); de los profesionales vemos a un tímido viajante de licores y esposo ejemplar, Peacock (Donald Meek) y un médico permanentemente ebrio, Boone (Mitchell). De esta manera, cada uno tiene su contraparte, su cara y su sello. El único que podríamos decir que viaja solo es el conductor, Buck (Devine), pero así mismo es el personaje más unidimensional, caricaturizado expreso para convertirlo en fuente humorística por su voz, acento y gestos. La vena cómica de este director, aparentemente no muy explícita, tiene en La diligencia a uno de sus mejores ejemplos. Los apuntes oportunos e ingenuos de Buck y la graciosa relación del Dr. Boone y Peacock alivian en buena parte el tono de fatalidad irreversible de la narración.

El grupo de personajes completo de La diligencia (Stagecoach, 1939)

El grupo de personajes completo de La diligencia (Stagecoach, 1939)

La película en realidad cuenta dos historias: una externa, que es el viaje en sí y sus vicisitudes; y una interna, que se desarrolla del contacto de los pasajeros, dentro de la diligencia y en los lugares intermedios donde bajan a descansar. Ford se esmera en describir la tensión que se genera en un grupo tan abigarrado al estar obligadamente juntos: poco a poco se ven florecer las alianzas por conveniencia, los desaires, las convenciones sociales que no pueden ser tocadas ni superadas, y también va surgiendo la redención, cuando de aquellos de los que no se esperaba nada sale un acto heroico, una voz de aliento, un gesto sincero: el parto atendido por el doctor alcoholizado, la atención maternal de Dallas, el valor de Ringo Kid.

Y claro, cuando las máscaras caen, los inmaculados estandartes de la sociedad también muestran su lado flaco y así el banquero es un egoísta y un ladrón, el negociante de licores un hombre pusilánime, y la gran dama una mujer sin compasión y atada a asfixiantes prejuicios. Muy bien lo explica Tag Gallagher en su bellísimo libro John Ford – El hombre y su cine: “La película consiste en una rápida sucesión de breves números –¡por lo habitual, cada plano es un número!– en el que cada personaje hace su papel. En eso reside el encanto de La diligencia. Primero captamos la esencia del personaje mediante el breve retrato inicial que de él se nos ofrece y luego vamos descubriendo las tensiones entre el prototipo que representa y el individuo que lo encarna, puestas al descubierto en los gestos que hace y en su manera de hablar” (5).

La diligencia (Stagecoach, 1939)

La diligencia (Stagecoach, 1939)

La compleja interrelación entre los personajes, la descripción de su personalidad y de los rasgos que distinguen a cada uno, el drama que surge de su unión y el magnífico balance entre humorismo y desventura, convierten a este filme en una “comedia humana” enmarcada en una historia del oeste, que parecía –por lo menos hasta ese momento– incompatible con ese tipo de profundidades. Este planteamiento formal se constituyó en un verdadero renacer del western, elevándolo a partir de aquí a un género maduro, digno de representar los más complejos sentimientos, y aprobado tanto por la crítica y el público. Las obras maestras no tardarían en seguir apareciendo.

A pesar de su peso dramático, Ford no apela nunca al estatismo ni a la teatralidad. La diligencia está –literalmente– siempre en movimiento en medio de una pareja realmente singular. El Monument Valley, en Utah, sólo había servido de marco cinematográfico a una película previa, El ocaso de una raza (The Vanishing American, 1925) de George B. Seitz, y para Ford este paisaje desértico e impasible, con sus gigantescos e improbables bloques rocosos, más dignos de un paraje de Venus o Marte, fue toda una revelación. Es difícil saber quién fue el que le dio a conocer ese sitio. La leyenda dice que Ford había oído de el y que de camino de Santa Fe, Nuevo México, lo visitó en automóvil; otros hablan de la intervención de Olive y Harry Carey, George O’ Brien o el mismo John Wayne, pero todo apunta a que fue Harry Goulding, el propietario de una posada y una tienda en el paraje, quien llevó un portafolio de fotos a Hollywood y se presentó donde el productor Wanger. Enseñándole las fotos al director de localizaciones, Danny Leith, en presencia de Ford, Goulding logró que el director se interesara tanto por los paisajes que incluso al otro día alquilaría un avión para conocer de primera mano el lugar. Scott Eyman evoca para nosotros ese primer encuentro: “Al mirar por primera vez las 38.500 hectáreas del valle, el director descubrió el escenario definitivo para sus cintas: monolitos de arenisca atravesando la tierra costrosa como puños y delicadas agujas arquitectónicas apuntando al cielo. Se trata de un lugar majestuoso que invita al descanso y, además, da la impresión de no haber cambiado con el paso del tiempo: un espacio permanente, implacable y sagrado. Durante la noche, las nubes descienden y se posan sobre los monolitos y pilares como dioses que visitan su creación (6).

La diligencia cruzando Monument Valley

La diligencia cruzando Monument Valley

Allí volvería –hipnotizado– una y otra vez en sucesivos filmes, quizás para recordarnos la pequeñez humana ante el voluptuoso y enorme espectáculo de la naturaleza. Por este terreno corre desbocada la diligencia, llevando su particular carga humana, con sus conflictos y sus variadas penas, y así mismo huyendo de un feroz ataque apache. El director crea una coreografía salvaje de caballos, gritos de guerra, flechas, disparos y arrojo, donde uno de los apaches y Ringo Kid se transan en un par de arriesgadas y peligrosas maniobras entre los caballos del coche. Estas escenas, de veras peligrosas, fueron fotografiadas por Bert Glennon y realizadas por un gran doble y campeón de rodeo, Enos Yakima Canutt, que incluso fue también el director de la segunda unidad de este filme. Es más, tampoco falta un sobrio duelo final en Lordsburg, entre Ringo Kid y los asesinos de su familia.

Ford no descuida detalle, de ahí que mención aparte debe hacerse de la banda sonora de este filme. Diecisiete canciones folclóricas de fines del siglo XIX fueron adaptadas por cinco compositores, bajo la dirección de Boris Morros. Al entrar a Tonto oímos Bury Me not on the Lone Praire, que se convierte en el tema de la diligencia a su paso por el desierto, pero la canción más famosa y más interpretada del filme es I Dream of Jeannie With the Light Brown Hair, utilizada en varias cimas dramáticas. Hollywood también premiaría a La diligencia por su música, obteniendo el Óscar a la mejor banda sonora.

Dallas y Ringo Kid la pareja protagónica de La diligencia (Stagecoach, 1939)

Dallas y Ringo Kid la pareja protagónica de La diligencia (Stagecoach, 1939)

Filmada durante diez semanas, entre octubre y diciembre de 1938, y requiriendo de tres meses adicionales para montaje y musicalización, la película costó quinientos treinta mil dólares, y recaudó más de un millón durante su primer año de presentación. Tras su debut el 2 de marzo de 1939, fue reestrenada en muchas oportunidades, por lo general junto a The Long Voyage Home (1940), del mismo Ford. Eventualmente el negativo original de nitrato de La diligencia se deterioró o se destruyó, pero la intervención de John Wayne, que aportó su propia copia en 1970 impidió que la cinta se perdiera para siempre.

Imitada en dos ocasiones –en 1966 y en 1986-–, y copiados sus personajes hasta convertirlos en estereotipos de una cultura y de un momento concreto de la historia, esta película es un clásico absoluto, vibrante, conmovedor y muy divertido. Nos deja la lección de mirar más allá de convenciones y posiciones sociales, buscando lo que de humano habita en cada uno de nosotros. Su mirada rigurosa al wéstern lo enriqueció, y así mismo la convirtió en un filme eterno, cada vez más lozano y ágil a medida que pasan los años.

Epilogo de John Ford
“Una vez estaba hablando con Frank Nugent de esta película y me dijo: —Lo único que no entiendo, Jack, es por qué los indios no mataron a los caballos que tiraban de la diligencia.
—Probablemente eso fue lo que sucedió en la realidad, Frank, pero si lo hubiéramos hecho así, se habría terminado la película, ¿no? –contesté” (7).

Referencias:
1. Joseph McBride, Tras la pista de John Ford, Madrid, T & B Editores, 2004, p. 310.

2. Thomas Schatz, “Stagecoach and Hollywood’s A-western renaissance”, en: Barry Keith Grant, ed., John Ford’s Stagecoach, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, pp. 23-24.

3.  J. McBride, op cit., p. 314

4. Scott Eyman, John Ford – Print the leyend, Madrid, T & B Editores, 2006, p. 194

5. Tag Gallagher, John Ford – El hombre y su cine, Madrid, Akal, 2009, p. 208.

6. Scott Eyman y Paul Duncan, John Ford – Las dos caras de un pionero, 1894-1973, Colonia, Taschen, 2004, p. 101.

7. Peter Bogdanovich, John Ford, Madrid, Editorial Fundamentos, 1997, p. 77

Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio, Medellín, vol. 9, núm. 44, 1998, pp. 72-75. Una versión revisada fue publicada en el libro Imágenes escritas: Obras maestras del cine
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1998 y Fondo Editorial EAFIT, 2014

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.Z9

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