No hay nada para decir: Solo el fin del mundo, de Xavier Dolan
“Nunca lo hubiera creído… Ya os acordaréis: el azufre, la hoguera, las parrillas… Qué tontería todo eso… ¿Para qué las parrillas? El infierno son los demás”.
-Jean-Paul Sartre, A puerta cerrada
El sexto largometraje del director, guionista y actor canadiense Xavier Dolan, Solo el fin del mundo (Juste la fin du monde, 2016), es una adaptación de la obra teatral homónima de Jean-Luc Lagarce, dramaturgo francés que murió de Sida en 1995. Dolan hizo él mismo el guion, buscando (y consiguiendo) darle forma de relato cinematográfico a un drama originalmente repleto de diálogos y con una estructura que tiende a volverse abstracta. Dolan rescató el núcleo central del relato: el retorno de un hombre que quiere decir adiós.
Jean-Luc Lagarce escribió Solo el fin del mundo en Berlín en 1990, tras recibir la beca Leonardo Da Vinci. La obra se estrenó póstumamente en 1999 con dirección de cargo de Joël Jouanneau y desde 2007 integra el repertorio de la Comédie-Française. 1990 es justamente el año en que este dramaturgo se entera de su diagnostico de infección por VIH y es muy probable que esta obra represente sus pensamientos frente a una muerte cuya vecindad empezaba a sentir como algo palpable.
Louis, el protagonista, vuelve a casa tras doce años de ausencia. Tiene 34 años, es homosexual y se está muriendo. Quiere informarle esto a su familia, a su madre, a Antonie (Vincent Cassel) su hermano mayor, a Suzanne (Léa Seydoux) su hermana menor. Encontrará allá también a Catherine (Marion Cotillard), su cuñada, la esposa de su hermano. No sabemos los motivos de Louis (el francés Gaspard Ulliel) para haberse ido lejos y solo comunicarse con ellos mediante postales tan frecuentes como lacónicas, pero todo indica que en vez de marcharse, Louis huyó de su familia. Salio corriendo del ruido, de la furia, de la intemperancia, del odio, de la incomprensión, de la soledad, de aquellos que solo oyen el eco de su propia voz, de la imposibilidad de disentir o de quedarse en silencio. Puso doce años de distancia entre sí y todo eso que encontraba de puertas para adentro.
Louis cierra los ojos. Ahora los abre y está de nuevo con su familia. Está de nuevo con todo lo que lo hizo huir. Todo lo que diga puede ser (y será) usado en su contra. Dolan pinta a Louis como un intelectual, un escritor reconocido, un ser sensible, observador, de pocas palabras. Su familia es el infierno que describió Sartre en A puerta cerrada. El infierno encarnado en los otros, en sus egoísmos, rencores, intolerancia y eterna sordera. Es imposible sobrevivir a una familia como la de Louis, donde no hay amor, donde todo diálogo es un campo de batalla, donde no es posible la reflexión sensata.
Quien quiera agradar será castigado, quien quiera callar será ofendido, quien se atreva a hablar será vilipendiado. Incluso respirar puede ser mal interpretado. No hay un padre castrador, hay un hijo castrador lleno de furia y de heridas. Hay una hermana menor que Louis no conoce bien, hay una madre que va de acá para allá sin rumbo y sin razón, hay una cuñada a la que Louis quisiera salvar (hay 19 primeros planos/contraplanos ininterrumpidos de él y Catherine conversando, pero sobre todo mirándose, sentados en la sala de la casa. Sus ojos cómplices y náufragos se dicen todo, preguntándose qué están haciendo ahí). A Louis le gustaría refugiarse en sus recuerdos, pero ni eso puede hacer, tal es el aturdimiento que experimenta.
Xavier Dolan hace del rostro de Louis el centro de su relato. Hay por momentos tanta atención a los primeros planos (no solo suyos) que no sabemos a ciencia cierta en que sitio de su hogar estamos, sumando claustrofobia a lo asfixiante de los diálogos y reproches, pero esto lo hace el director para que a través de su expresión facial y sus ojos registremos la tremenda incomodidad que siente, la sensación de haber perdido el tiempo, de atreverse a pensar que no valió la pena regresar, que ahí no había nada ni nadie que se interesara en su situación. Hay tantas cosas qué pudiera decir, hay tanto qué expresar, pero ¿para qué?, ¿para quién?
Mejor callar y suponer que no hay nada para decir porque, con su retorno, el fin del mundo –para Louis- había llegado ya.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.