¡Te echamos mucho de menos, François!
Se conmemoraron 30 años de la muerte de François Truffaut, un director de cine que dejó una de las filmografías más entrañables y recordadas, mezcla de vivencias, pasión cinéfila y una profunda humanidad.
“Hacer una película es mejorar la vida, arreglarla a nuestro modo, es prolongar los juegos de la infancia, construir un objeto que es a la vez un juguete inédito y un jarrón en el que colocaremos, como si fuera un ramo de flores, las ideas que tenemos actualmente o de forma permanente. Nuestra mejor película es quizá aquella en la que logramos expresar, al mismo tiempo, voluntariamente o no, nuestras ideas sobre la vida y sobre el cine”, escribía François Truffaut en la revista Esquire en 1969. Llevaba en ese entonces una década como director de largometrajes y ya tenía claro lo que para él era el cine: una herramienta ideal para perfeccionar los recuerdos, para contarle al mundo sobre su infancia adolorida, para compartir con nosotros su emotiva doctrina sobre la niñez, las mujeres, el amor, los libros, el cine, la muerte y los gatos.
Nacido en París en 1932, Truffaut representa el triunfo de la pasión sobre la formación. Con padres más ausentes que presentes, el cine acogió desde muy joven a este mal estudiante –y aspirante a truhán- para no abandonarlo nunca. “Mis doscientas primeras películas las he visto en situación de clandestinidad, faltando a clases y entrando en las salas de cine sin pagar -por la salida de emergencia o por las ventanas de los baños- aprovechando, durante la noche la ausencia de mis padres y debiendo encontrarme en mi cama, fingiendo dormir, en el momento de su regreso”, recordaba. Asiduo de los cineclubes parisinos e incluso gestor de uno, encontró en el teórico y critico André Bazin un mentor y un padre que lo fue guiando y aconsejando, mientras trataba de domar su espíritu rebelde y combativo. “Mi primer trabajo con Bazin, hacia 1947, consistía en acompañarle a fábricas en las que, en la media hora que les quedaba a los obreros después de comer y antes de volver al taller, les proyectaba dos cortometrajes de Chaplin. Allí también se ponía a la misma altura que su auditorio”, evocaba Truffaut.
Su primer artículo como crítico de cine aparece en 1950 en el Bulletin du Ciné-Club du Quartier Latin –que coordinaba Eric Rohmer- y se refiere a La regla del juego de Renoir. Gracias a Bazin y a sus contactos escribe para medios como Elle, Ciné-Digest, Lettres du monde y France-Dimanche. Es en 1953 cuando empieza a colaborar en la revista Cahiers du cinéma, donde al año siguiente publica su famoso ensayo “Una cierta tendencia del cine francés” en el que embiste contra la llamada “tradición de la calidad” representada por unos guionistas y directores a los que Truffaut acusa de tener paralizado el cine de su país, al hacer películas muy académicas a partir de adaptaciones literarias. Entre esos cultores del “realismo psicológico” no hay riesgo ni ganas de realizar un cine provocador y personal, en contraposición a unos realizadores a los que Truffaut ve como verdaderos autores (Renoir, Becker, Tati y Bresson entre ellos). La polémica no se hizo esperar.
Para Cahiers escribe 170 artículos entre 1953 y 1959, mientras para la revista Arts escribe 528 artículos durante un lustro. En Cahiers coincide con otros jóvenes dedicados a la crítica de cine como Eric Rohmer, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Claude Chabrol y Charles L. Bitsch, que terminarán como directores. Su producción como crítico es incontenible, reflejando siempre una subjetividad demasiado encendida que le permitía perdonarle casi cualquier error a los directores cercanos a sus afectos, mientras se mostraba implacable con aquellos que traicionaban su idea de lo que el cine debía representar. En el libro Las películas de mi vida hay publicada una excelente selección de sus artículos como crítico, que hoy sirven para testimoniar la pluralidad de sus intereses. Además durante estos años tiene el enorme privilegio de trabajar como asistente de Roberto Rossellini en diversos proyectos. El cine humanista de Rossellini y el de Jean Renoir terminarán por marcar indeleblemente su futura obra como director.
Truffaut siempre consideró su oficio de crítico como algo temporal. Empezó a ponerse tras las cámaras en 1954, cuando realiza un cortometraje que él preferiría que no fuera mencionado. Caso opuesto a Los traviesos (Les Mistons), realizado en 1957, un cortometraje donde por fin se siente cómodo llevando a la pantalla un relato de Maurice Pons. En esa obra tan temprana ya nos revela la naturaleza del embeleso que da sentido a su cine. El propio Pons escribió un texto para el filme que no fue incluido en el montaje final y que parece escrito por el propio Truffaut. Leámoslo: “Demasiadas piernas, demasiados senos, demasiadas faldas al vuelo que nos perseguían en nuestros sueños. ¿Qué significaba este desfile de deseo del que preferíamos burlarnos? ¿Quiénes son ellas, estas ridículas vampiresas, estas increíbles mujeres fatales? Estas jóvenes naturalmente provocativas, ante las cuales estábamos obligados a retroceder y abrazar las paredes de la vida, ¿qué éramos nosotros para ellas? ¿Estos labios demasiado rojos, estos bustos macizos? Cada uno de nosotros llevaba en su corazón la locura del amor e imágenes más preciosas que la vida que las autorizaba”.
Los muchachos de Los traviesos están obsesionados por una joven mayor que ellos y no logran entender todo lo que les produce su presencia. Algo así le ocurría –y le ocurrirá siempre- al enamoradizo Truffaut que intentó a toda costa mostrarnos las consecuencias del “amor loco” y pretendió desentrañar (inútilmente) el misterio femenino en su cine. “Lo he hecho todo por las mujeres. Porque me gusta mirarlas, tocarlas, olerlas, desnudarlas, y hacerlas disfrutar. Las mujeres son mágicas, señor Lablache. Así que me hice mago”, confiesa el abogado Clement en Confidencialmente tuya (Vivement dimanche!, 1983), la última de sus películas. Truffaut estaría de acuerdo. Hay que ver La piel suave (La peau douce, 1964), La historia de Adela H. (L’histoire d’Adèle H., 1975), El hombre que amaba a las mujeres (L’homme qui aimait les femmes, 1977) o La mujer de al lado (La femme d’à côté, 1981) para entenderlo.
Este director nutrió su cine, además, con el relato de su propia vida. Su primer largometraje, Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959), hizo que conociéramos a su alter ego, Antoine Doinel, un adolescente con las mismas carencias afectivas de Truffaut, con su misma soledad e igual anhelo de ser aceptado y querido. Cine en primer persona del singular, cine que no necesitaba del aliento de una ficción para tomar vuelo. La honestidad y a la vez la dureza del abordaje que hizo de sus dolores de infancia hizo de Los cuatrocientos golpes uno de los filmes más celebrados sobre este tema. Truffaut no abandonaría a su personaje: Antoine Doinel (veremos crecer –literalmente- al actor Jean-Pierre Léaud en ese rol) volverá en un cortometraje – Antoine y Colette (1962)- y en otros tres largometrajes: Besos robados (Baisers volés, 1968), Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970) y El amor en fuga (L´amour en fuite, 1979). Veinte años acompañando a un personaje que lentamente se va distanciando de la biografía de Truffaut para adquirir conflictos inéditos, experiencias solo suyas. El director le quita a Antoine el lastre de narrar una vida ajena y le da una propia.
Paralelamente, el éxito de Los cuatrocientos golpes estaba dando impulso a la “nueva ola” del cine francés. Ya Chabrol había señalado la senda de esa vanguardia con El bello Sergio (Le Beau Serge, 1958) y Los primos (1959) pero el filme de Truffaut daba un certero golpe de efecto. La camada de críticos de Cahiers se pasaba a la dirección de cine y lo hacían con unas historias frescas, naturales, rodadas con humor, urgencia y corazón. “El cine del mañana no será dirigido por sirvientes civiles de la cámara, sino por artistas para quienes filmar una película constituye una aventura maravillosa y excitante. El cine del mañana se asemejará a la persona que lo hizo y el número de espectadores será proporcional al número de amigos que el director tenga. El cine del mañana será un acto de amor”, escribía Truffaut en Arts en 1957 anticipando su cine, dándonos noticias tempranas del advenimiento de la “nueva ola”.
Pero esa vanguardia fue tan luminosa como fugaz y lo que dejó fue un puñado de autores que siguieron caminos diversos. Truffaut escogió el de la exploración de sus inquietudes románticas, literarias y cinéfilas, y por eso fue criticado por aquellos que pretendían que su obra fílmica reflejara estrictamente los terremotos políticos y sociales de la época. Para Truffaut su cine solo podía estar comprometido con sus afectos y militar en el bando sentimental.
He mencionado la literatura porque ella no solo fue compañía para él durante su infancia, sino además permanente fuente de inspiración en su trayectoria como realizador. Fue él quien llevó a la pantalla la popular novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, en la que se constituye en su única cinta rodada en inglés. De uno de sus autores favoritos, Henri Pierre Roché, tomó dos obras y las convirtió en Jules y Jim (Jules et Jim, 1961) y Las dos inglesas y el amor (Les deux anglaises et le continent, 1971). La serie negra, el policial y el pulp no estuvieron lejos de sus afectos: de la novela Down There de David Goodis hizo Dispárenle al pianista (Tirez sur le Pianiste, 1960); mientras de sendos textos de William Irish sacó La novia vestía de negro (La mariée était en noir, 1967) y La sirena del Mississippi (La sirène du Mississippi, 1969). Obviamente su aproximación al cine negro no solo es muy francesa, sino más nostálgica y romántica que el de sus contrapartes norteamericanos. “Cada vez que he conocido a un escritor de la serie negra, me ha impresionado su modestia, su profesionalidad, pero también su tristeza. A menudo hay algo desesperante y fatal en el destino de un novelista que se gana la vida contando historias criminales”, escribía Truffaut.
Ya he mencionado que otro de los senderos que esta autor transitó con más propiedad fue el de la infancia. Su cine fue más allá de Los traviesos y Los cuatrocientos golpes a la hora de describir lo que la infancia le evocaba. Filmes como El niño salvaje (L’enfant sauvage, 1969) y La piel dura (L’argent de poche, 1969) complementan esa visión en la que él paulatinamente pasó de identificarse con los niños y sus desventuras a tomar el papel del adulto, del padre, del maestro. Truffaut tiene fe en la educación y la cultura como medio redentor, reflejo de su experiencia junto a André Bazin. En cada uno de sus 21 largometrajes hay niños, tengan o no un papel protagónico. Y siempre sus niños son fuertes, autosuficientes, independientes, fascinados por las mujeres y destinados a la soledad. Son un símbolo de una infancia que siempre intentó recuperar. “Finalmente, al contrario de lo que leo con frecuencia allá o acá, las películas no pueden hacerse con niños para comprenderlos mejor. Los niños deben ser filmados sólo porque los amamos”, explicaba él.
Pero este niño grande –que ganó el premio Óscar a la mejor película extranjera con La noche americana (La nuit américaine, 1973)– se nos fue muy temprano. El 21 de octubre de 1984 falleció víctima de un tumor cerebral. Tenía 52 años. En el prefacio a un libro de Dudley Andrew sobre André Bazin publicado en 1983, François Truffaut escribe que “André falleció hace veinticinco años y parece lógico pensar que con el paso del tiempo hemos dejado de echarle tanto de menos, pero no es el caso. Añoramos a Bazin”. Ahora que han pasado ya treinta años de la muerte de Truffaut uno podría pensar que su existencia y su cine –que eran casi una sola cosa- han dejado de tener importancia. Pero cuando vemos tanto cine deshumanizado como hoy abunda, donde los efectos especiales son los verdaderos protagonistas, entendemos que Truffaut nos hace mucha falta y que las nuevas generaciones de cinéfilos no pueden seguir creciendo lejos de él y de su enseñanza. Por eso la Cinemateca Francesa ha programado en París una retrospectiva integral de su obra que va del 8 de octubre al 30 de noviembre y una exposición –que irá hasta enero del 2015- a partir de sus archivos personales, acompañada de un catálogo de 240 páginas bajo la dirección de Serge Toubiana.
Realmente te echamos mucho de menos, querido François.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 26/10/14). Págs. 14-16
©El Colombiano, 2014