Traga maluca: Del amor y otros demonios, de Hilda Hidalgo

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Interpreto la desazón con la que veo salir a los espectadores de la sala de cine donde hemos visto Del amor y otros demonios (2009) al afirmar –con atrevimiento- que todos estamos seguros que hemos visto una bella película, pero no estamos tan convencidos de que la historia nos haya atrapado. Eso se debe a que el filme de Hilda Hidalgo se preocupó más por la forma que por el desarrollo de la tensión del drama, y de su carencia, de la falta de una contundencia dramática que cautive al espectador surge la principal debilidad de una película que arrastra –como pesado y doloroso lastre- la maldición de todas las reinvenciones de la obra de García Márquez en el cine, incapaces de –ya no de trasladar sus palabras- por lo menos su esencia convertida en imágenes.

No quiero que este juicio demerite una película que en muchos aspectos disfruté. No conocía la trayectoria de la directora, guionista y productora costarricense Hilda Hidalgo, pero sería necio desconocer su oficio y su sensibilidad. La puesta en escena del filme está muy bien lograda, y logra transmitirnos la lenta cadencia de una Cartagena que se mueve morosa y pesada entre el calor, el temor a la iglesia y los deseos ocultos o explícitos. Su narración se desenvuelve de esa forma: con una atención minuciosa en el detalle escenográfico, en el encuadre, en los elementos del plano, en la música, en la luz. Hay una conciencia estética –y pienso en formalistas que en el cine ha habido como Ophuls, Minnelli, Visconti: maestros de los que esta directora ha bebido- que beneficia mucho a la película y la convierte en un disfrute sensorial que requiere paciencia pero cuya recompensa es grande.

Luces, colores, sonidos, la penumbra de una vela, la lucha de un rayo de sol por alcanzar una ventana… ahí hay un trabajo de que no puede pasar inadvertido, pero que sin embargo, no logró trasladarse al plano sensual donde Sierva María y su enamorado sacerdote libran una batalla callada de miradas, caricias y sueños que no van a cumplirse. Quizá sea una falla de la dirección de actores o del reparto (aunque debo confesar que la muy joven Eliza Triana –nuestra Rapunzel tropical- no me decepcionó), pero no queda claro el origen y el tamaño de tal embeleso. Faltó fuerza, faltó la capacidad de meternos más en ese estado pasional que sólo vemos desde fuera: ese milagro de amor imposible se nos escapa, como se escapó esta película infortunadamente vaporosa y tenue.

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