Una nostalgia imposible de silenciar: Solo un hombre, de Tom Ford

Solo un hombre (A Single Man, 2009) es el debut del diseñador y modisto Tom Ford como director y guionista, adaptando para la ocasión una novela de Christopher Isherwood que nos lleva a Los Ángeles en 1962 a acompañar durante 24 horas a George, un profesor homosexual (interpretado con toda dignidad y contenida fuerza por Colin Firth) que ha perdido a su pareja -a su longtime companion- y que ya no encuentra sentido a una vida en la que a toda hora debe portar una máscara y manifestar su alegría o su dolor siempre en privado. Sus pasiones son reprimidas, sus urgencias son mal vistas, su nostalgia debe usar sordina. No puede más. O su alma o su cuerpo, o ambos van a estallar. Ahora.

Ford –mostrando un oficio precoz que sin duda ha heredado de su contacto permanente con la moda, el arte y el diseño- rinde respetuoso culto a ese sentimiento reprimido mostrándonoslo a través de un despliegue formal suntuoso en el detalle de una puesta en escena que parece predispuesta al recuerdo; en la sensualidad evidente en cada encuadre, en la nostalgia extrema de la música de Shigeru Umebayashi –no es casual que fuera el compositor de Deseando amar, esa oda a la añoranza. En últimas, la dirección de arte de esta película la convierte en una exquisita golosina visual.

Y aunque todo esto emociona y conmueve, no basta. Es obvio que nos sentimos de lado de este hombre adolorido –su voz en off que pide auxilio se nos clava en alguna parte- y entendemos los motivos para su derrotada desazón, pero Tom Ford no le da suficiente desarrollo dramático a un conflicto interno que el confundido y frágil protagonista ve como un peso imposible de soportar, pero que por poco olvida a la primera oportunidad de volver a tener una ilusión, así se antoje pasajera. Por fortuna (para la película, digo) no le fue posible ya cambiar sus planes. Al fin de cuentas –lo dicen los Stones y yo les creo- uno no siempre puede conseguir lo que quiere, sino lo que necesita.