¿Ya escuchaste los graznidos?: Los pájaros, de Alfred Hitchcock
De todas las ficciones de Alfred Hitchcock, Los pájaros (The Birds, 1963) es la más abstracta, la más conscientemente artificial, la más experimental, incluso. Ocurre en un espacio limitado –una secuencia en San Francisco y el resto en el poblado costero de Bodega Bay- y en un tiempo concreto, entre un viernes y el amanecer del siguiente martes. No hay un villano con un motivo específico, ni un héroe cuya identidad sea confundida o robada, o a quien se le transfiera la culpa de un crimen que no cometió, o que quizá sepa demasiado para su propio bien.
Los personajes de Los pájaros se enfrentan -por primera y única vez en la carrera de este autor- a una fuerza desconocida, aleatoria, desprovista de una motivación racional. Las aves de esta película atacan a los protagonistas como si se tratara de una invasión extraterrestre: no hay cómo entender por qué ni para qué lo hacen. ¿Desean deshacerse de la especie humana? ¿Es una venganza contra la depredación que han sufrido? ¿Están castigando a sus protagonistas por sus pecados, egoísmo y frivolidad? ¿Es una maldición que una forastera, Melanie, ha traído al pueblo? ¿Es el fin del mundo?
No hay respuestas en esta película para esos interrogantes, es más ni siquiera hay una resolución que nos sirva para cerrar la narración de manera convencional. Donald Spoto en su texto sobre la obra de Hitchcock se atreve a postular una teoría sobre el filme: “puede describirse con precisión como una serie de diálogos acerca de la soledad y del miedo de la gente a ella, o de su experiencia con el abandono, diálogos luego circunscritos y representados por el ataque de las aves. Los misteriosos eventos, entonces, no tienen nada que ver con la naturaleza caprichosa (mucho menos con una deidad hostil o impasible); por el contrario, los ataques de los pájaros son representaciones poéticas de todo lo superficial y perjudicial en las relaciones humanas” (1).
Teorías aparte, Los pájaros está construida con emoción pura, con el miedo a un enemigo que vuela, grazna, chilla y picotea, y que ataca en bandadas sin que puedas contrarrestarlo o anticipar con certeza un siguiente embate. Pese a que el enemigo es muy visible y muy grande –gaviotas, cuervos, mirlos- Hitchcock saca provecho del suspenso psicológico que supone la espera de su llegada en una casa supuestamente bien cerrada, del graznido masivo que anuncia su presencia, de los picotazos –cual hachazos- en puertas y ventanas, del caos que su revolotear supone, del ataque que se anticipa, de las consecuencias que se prevén. Es fascinante el juego que se nos propone solo con ruidos, aleteos y el enloquecido trinar de unas aves que no vemos, pues el director prescindió incluso de la banda sonora para evitar que esta alertara al público sobre lo que va a ocurrir a continuación.
“Las únicas estrellas de esta película somos los pájaros y yo” (2), le dijo Hitchcock al escritor Evan Hunter, el guionista del filme, durante las primeras semanas de conversaciones sobre el proyecto. El director venía de experimentar el éxito de taquilla con Psicosis (Psycho, 1960) y entendió que al suspenso podía sumarle terror y en que la década que se abría el espectador podía –y quería- soportar sorpresas más fuertes. Los pájaros era su apuesta por la continuidad del suceso de Psicosis pero llevando las cosas aún más lejos, al nivel de la experimentación artística, una que prescindiera de grandes estrellas del cine (la protagonista, Nathalie “Tippi” Hedren, era una absoluta novata), que eludiera las explicaciones y justificaciones, donde el público no se preguntara porqué ocurrían las cosas, sino que simplemente las aceptara en razón de su naturaleza artística, de su vocación creativa pura. Acá a Hitchcock lo que le interesaba era la conmoción emocional que generaba cada secuencia de ataque de los pájaros, no la forma en que cada una de ellas estaba unida a la otra para formar un todo fluido y coherente.
Por eso en sus conversaciones con François Truffaut, Hitchcock afirmaba que “después de que la gaviota hiere por primera vez a Melanie en la frente, tuve el cuidado de colocar una gaviota muerta que va a estrellarse contra la puerta de la maestra por la noche, luego algunas gaviotas que se colocan en los hilos telegráficos cuando la muchacha se marcha por la tarde a la casa, y todo esto era como si susurrara al público: «Los pájaros llegarán, van a llegar, no se preocupen»” (3). Y a ese público sediento de adrenalina y de un buen susto, Hitchcock va a complacerlo al punto de ser sádico. Para esto contó con pájaros entrenados y con la colaboración de Ub Iwerks en los efectos especiales, un técnico que logró mezclar animales vivos con animación en las mismas escenas, amplificando el efecto de los ataques de las aves. De ahí que el rodaje haya sido complejísimo y que Hitchcock requiriera de un presupuesto mayor a los tres millones de dólares, el más alto hasta ese momento en su carrera. Iwerks recibió una nominación al premio Oscar por su trabajo, la única que consiguió Los pájaros.
Los más de once millones recaudados en taquilla fueron razón más que suficiente para dejar complacido a Hitchcock, pero no ocurrió lo mismo con la valoración de la crítica especializada, que lamentaba que este autor optara esta vez por el impacto de los graznidos y de los picotazos, y no por el de las buenas ideas.
Referencias:
1. Donald Spoto, The art of Alfred Hitchcock, Anchor Books, 2 edición, Nueva York, 1992, p. 335
2. Evan Hunter, Hitch y yo, Alba Editorial, Barcelona, 2002, p. 25
3. François Truffaut, El cine según Hitchcock, 3ª reimpresión, Madrid, Alianza Editorial, 1993, p. 252
Publicado originalmente, y de manera más breve, en el suplemento “Hitchcock Kubrick” publicado por el periódico El Espectador (Bogotá, 08/03/19) p. 7
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