La ruina total: Días de vino y rosas, de Blake Edwards

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The days of wine and roses laugh and run away like a child at play/
Through a meadow land toward a closing door/
A door marked “nevermore” that wasn’t there before
-Henri Mancini y Johnny Mercer, canción Days of Wine and Roses

Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962), dirigida por Blake Edwards, fue originalmente un telefilme escrito J. P. Miller y que salió al aire en 1858 en el dramatizado Playhouse 90, bajo la dirección de John Frankenheimer y con Cliff Robertson y Piper Laurie en los papeles protagónicos. Jack Lemmon quería realizar una versión para cine, compró los derechos, seleccionó a Edwards en la dirección y vinculó a Lee Remick, con la que compartía agente. El guion sería del mismo J. P. Miller.

No es fácil concebir el acostumbrado histrionismo de Jack Lemmon, al que asociamos de inmediato con las comedias que hizo para Billy Wilder, puesto al servicio de una historia dramática que necesariamente requería de tal despliegue de habilidades actorales, pues era el relato de la “gestación” de un alcohólico a partir de un bebedor social. Sin duda cuesta trabajo acostumbrarse a que la conducta del personaje de Jack Lemmon –un publicista y agente de relaciones públicas residente en San Francisco- no va a derivar en una situación cómica, sino patética y trágica; y tuvo que haber sido un riesgo para el actor, el director Edwards y para el productor Martin Manulis, pues era posible que el espectador de la época tuviera una falsa expectativa frente al filme. Sin embargo, superado ese primer impacto, Días de vino y rosas se convierte en una dura experiencia dramática sobre la ruina absoluta de un hogar, causada por el alcohol.

Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962)

Lemmon interpreta a Joe Clay y Lee Remick a Kirsten Arnesen, la secretaria de uno de los clientes de Clay. Ambos son descritos como víctimas de un sistema corporativo que los obliga a cumplir los deseos de sus superiores -hay ahí una similitud nada despreciable a El apartamento (The Apartment, 1960)- pues él debe conseguir mujeres para las fiestas de los clientes y ella llegó a ese cargo por sus cualidades físicas y quizá deba complacer a su jefe en ese mismo sentido. Los dos se reconocen como damnificados de ese estado de las cosas, que por ejemplo obliga a que Clay sea un bebedor social, y terminarán encontrándose, enamorándose y formando un hogar. El hecho de carecer de un núcleo familiar cercano y fuerte, termina por unirlos aún más. En Días de vino y rosas, “de modo inusual al modo en que Hollywood ha reflejado este problema, generalmente muy sensacionalista, se humaniza al alcohólico buscando el origen de su mal, relacionando la bebida con una forma de [falsa] escapatoria a la mediocridad y el hastío que dominan su vida: Joe Clay detesta su trabajo y no le conocemos amigos ni aficiones, excepto, desde un principio, la bebida. Por eso el discurso de fondo de la película no es solo sobre el alcoholismo, sino sobre la incapacidad de ciertos seres de adaptarse al medio que los rodea” (1), explican los hermanos Santiago y Andrés Rubín en su biografía sobre Edwards.

Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962)

Kirsten no bebe, pero la presión de su marido –que debe beber como parte de su trabajo- termina por llevarla a tomar para complacerlo. Lo que sigue es el descenso de ambos hacia los abismos del alcoholismo, con todo lo desastroso y bochornoso que eso implica en términos de degradación humana, a lo que hay que sumar la falta de reconocimiento de que se es alcohólico y que –según ellos- se trata de un tema que solo depende de la fuerza de voluntad para resolverlo.

Ya Wilder en Días sin huella (The Lost Weekend, 1945) nos había presentado la figura del alcohólico desprovista de toda connotación cómica, y apelando a la percepción de alucinaciones fruto del delirium tremens para darle más fuerza a sus imágenes. Edwards no tiene necesidad de mostrarnos murciélagos ni enanitos verdes para impresionarnos: con solo ver la conducta de Joe y Kirsten cuando tienen sed y no hay una botella cerca es suficientemente aterrador. Que tanto Jack Lemmon como Lee Remick hayan estado nominados al premio Oscar por su respectivo rol habla de lo complejo y exigente de su actuación. La estatuilla dorada sería para Henri Mancini y Johnny Mercer por la bella canción original que da título al filme.

Sin embargo, Días de vino y rosas no puede evitar dar “un mensaje” que la convierte en un inesperado (e indeseado) vehículo publicitario para la labor de Alcohólicos Anónimos (A.A.) en pro de la salvación de personas como Joe, que un día se miran en un espejo y ven un borracho que tiene la misma cara de ellos. Pese a lo loable del accionar de A.A., que la película recurra a ellos la transforma en propaganda y no en una obra artística independiente. Por fortuna la película expone que la solución no es sencilla ni funciona para todos de manera infalible. El final abierto redime en ese aspecto al filme.

Referencia:
1. Santiago y Andrés Rubín de Celis, Blake Edwards… o atrapar un rayo en una botella, Madrid, T&B editores, 2004, p. 50

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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