De la imposibilidad de ser mujer: Barbie, de Greta Gerwig

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La expectativa por el cuarto largometraje de Greta Gerwig fue consecuencia de una enorme campaña mediática encabezada por su protagonista, la actriz Margot Robbie, toda una “Barbie” de carne y hueso. Su tráiler reforzaba esas expectativas, pero también hacia entrever que el personaje iba a terminar metido en el “mundo real” subvirtiendo las condiciones –tácitas- de fidelidad al universo de la muñeca de Mattel. Lo que poca gente pareció advertir es que esta película no solo la dirigió Greta Gerwig, sino que además la coescribió junto a otro director de gran trayectoria, Noah Baumbach, actual pareja suya.

Barbie (2023)

La unión de esos dos talentos no iba a producir un filme convencional, sino uno que a partir de lo conocido y seguro que es “Barbieland” se fuera hacia terrenos menos explorados, más arriesgados y complejos. La caricatura iba a proveerla el mundo de la muñeca reproducido con toda propiedad y derroche de puesta en escena, ese universo tan manierista como bello donde todas las casas son abiertas, todas las mujeres se llaman Barbie y viven en una sociedad matriarcal perfecta donde todos los hombres (menos uno) se llaman Ken y son una especie de novio inútil de la muñeca. Ese mundo posee todas las convenciones que una niña aplica al jugar con una Barbie en su playground: no sale agua de las duchas, la muñeca bebe de vasos vacíos, ah y carecen de genitales. Hay un añadido: estas muñecas saben que lo son, que hay niñas que juegan con ellas, y también creen que han sido un arma de empoderamiento de la mujer en el mundo real. El esperpento es cortesía de Gerwig & Baumbach, que lo usan para que el “mundo real” al que llegan la Barbie estereotipada (Margot Robbie) y Ken (Ryan Gosling) no les sea tan absolutamente ajeno, y por eso los ejecutivos de Mattel se comportan como unos payasos, y por eso Ken encuentra tantos modelos patriarcales tóxicos (bueno, eso no es tan irreal).

Barbie (2023)

Si a la caricatura y al esperpento le suman la narración omnisciente y deliberante de Helen Mirren, Barbie (2023) podría parecer una comedia desalmada para hacer trizas el ideal de la espectadora de cine que quiere recordar su infancia en la que jugó con esas muñecas. Una satira muy negra donde –literalmente – las niñas hacen añicos sus muñecas ante la aparición de Barbie, cual monolito entre primates en 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). Una bufonada desconcertante que mezcla sin piedad ese mundo rosa imaginario donde todo es perfecto, con la vulgaridad de la vida tal como la conocemos y que a la propia Barbie desconcierta: las adolescentes la odian y la desprecian, una incluso la llama fascista. Y sí, quizá hay de todo eso en Barbie, que parece no terminar nunca de definirse y de dejarnos ver sus intenciones, pero de repente un personaje femenino del mundo real, una empleada de Mattel de origen latino llamada Gloria (America Ferrera), con una hija adolescente y muchas insatisfacciones personales, se convierte en “la piedra de toque” que muestra el carácter feminista de Barbie y sus intenciones de despertar la consciencia de la mujer contemporánea, algo que Greta Gerwig siempre ha explorado en su cine previo.

Barbie (2023)

Gloria advierte de la imposibilidad de ser mujer hoy en día, de la cantidad de sacrificios, convenciones, insatisfacciones y silencios que implican el tratar de complacer a los demás y así mismas. De las cargas impuestas por otros y por ellas, de las trabas, zancadillas y auto saboteos que padecen, de lo difícil que es ser feliz mientras intentan complacer las expectativas propias y ajenas relacionadas con su trabajo, con su maternidad, con su figura, con su peso corporal. Del egoísmo y de los celos por el éxito ajeno del que son víctimas y victimarias. Su discurso lo escucha su hija y unas muñecas embelesadas por el poder machista patriarcal que las ha contaminado, pero bien aplica a cada una de las espectadoras del filme, metidas en un vórtice de competitividad, canibalismo y autofagia que las hace inseguras e infelices.

Barbie (2023)

Mención aparte merece la crisis de identidad de Ken, que siempre aparece como un “apéndice” de Barbie (el poster lo dice: “Ella es todo. Él es solo Ken”) y que encuentra en el mundo real unas condiciones masculinas muy diferentes que intenta imponer en “Barbieland”, generando la crisis que desencadena el drama del filme. Ken pasa de súbdito a tirano, sendero que debe recorrer para darse cuenta que debe aprender a valerse por sí mismo, que es suficiente con ser él, sin depender de nadie. Volteen el género y ese mensaje también está dirigido a las mujeres con dependencia emocional que no se ven (ni se encuentran), sino en relación con su pareja.

Barbie (2023)

Al retornar el orden establecido, la Barbie que no es ni médica, ni abogada, ni tenista, ni presidenta se encuentra de repente sin un lugar en ese mundo. La aventura no fue inútil, le sirvió para adquirir una consciencia de sí, se vio como un ser individual y único. Se emancipó. Un nostálgico y metafísico deus ex machina la saca de ahí y le otorga algo que nos diferencia completamente de las muñecas, los muñecos y los ángeles. Escuchen con atención la última frase que pronuncia Barbie en la película y lo entenderán. Big Time!

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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